Ahora, siete libros más tarde, todavía hay hombres que me
preguntan dónde pueden encontrar un club de la pelea cerca de su casa.
Y sigue habiendo mujeres que me preguntan si hay algún
club donde puedan pelear entre ellas.
Pero ésta es la primera regla del club de la pelea: «No hay
nada que se le pueda ocurrir a un don nadie de clase obrera
de Oregón que ha ido a la escuela pública que no haya hecho ya un millón de billones de personas..
En las montañas de Bolivia, un sitio donde el libro no se
ha publicado todavía, a miles de millas del vaquero borracho
y de su Tour por el Túnel Encantado, todos los años la gente
más pobre se reúne en las aldeas de montaña de los Andes
para celebrar el festival del «Tinku».
Allí, los campesinos se parten la cara a golpes. Borrachos
y ensangrentados, se pelean a puñetazo limpio, mientras can-
tan: «Somos hombres. Somos hombres. Somos hombres..
Los hombres se pelean con los hombres. A veces, las mujeres se pelean entre ellas. Se pelean igual que llevan siglos
haciéndolo. En su mundo, con pocos ingresos o riquezas, pocas posesiones y ninguna educación ni oportunidades, es un
festival que esperan con ansia todo el año.
Luego, cuando están agotados, los hombres y las mujeres
se van a la iglesia.
Y se casan.
Estar cansado no es lo mismo que ser rico, pero la mayo-ría de las veces es lo más parecido que hay.
Chuck Palahniuk
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