jueves, 25 de enero de 2024

Ramón Gener

  Schumann, encarnación perfecta del hombre romántico depresivo, inestable e inseguro, quiso, desde que a los nueve años escuchara al gran pianista Ignaz Moscheles, ser un virtuoso del piano. Cuando años más tarde asistió a un concierto del violinista Niccolò Paganini se quedó fascinado con la velocidad diabólica de sus manos y afirmó: «Yo seré el Paganini del piano.» Quería tener las manos más rápidas que nunca hubieran existido sobre un teclado y, para lograrlo, ensayaba obsesivamente horas y horas hasta que el exceso de ejercicio le atrofió la mano derecha y lo apartó definitivamente de la carrera pianística. La literatura sobre Schumann contiene muchas fuentes que tratan de explicar las causas de la lesión de su mano derecha a principios de 1830. Muchas de estas fuentes son detalladas, pero muchas veces aparecen informaciones contradictorias que hacen difícil aclarar realmente qué es lo que ocurrió. Curiosamente, la versión más admitida y popular es la que tiene menos pruebas documentales. Solo el testimonio de su maestro, Friedrich Wieck, en un libro publicado en 1853. Sin embargo, se trata de la versión más interesante y novelesca y, quizá por eso, es la que finalmente ha acabado impregnando el imaginario popular. Según esta versión, el joven Schumann, para intentar aumentar la agilidad y la independencia de los dedos corazón, anular y meñique de la mano derecha utilizaba un aparato mecánico a base de pesos y contrapesos, que, en teoría, tenía que ayudarle a conseguir su objetivo. El dedo anular es una de las grandes obsesiones de todos los pianistas ya que fisiológicamente está unido a los dedos corazón y meñique, y por eso su articulación es poco independiente y siempre va ligada a los otros dedos. De este modo, es imposible levantar y articular el anular sin que también se levanten sus vecinos. No está claro si este aparato, que supuestamente usaba Schumann, era un invento del mismo compositor como asegura su maestro o si, por el contrario, utilizó cualquiera de los diferentes aparatos que ya existían en su época, como el famoso Dactylion inventado por el fabricante de pianos Henri Herz en 1836. Un curioso invento en el que el pianista debía meter los dedos dentro de unas volanderas que ofrecían una resistencia al tocar para fortalecer la musculatura de los dedos.

    Sea como sea, y utilizara el aparato que utilizara (si es que alguna vez utilizó alguno), la mano derecha de Schumann quedó inútil para la práctica del piano.

    Más allá de la anécdota curiosa, hay, desde mi punto de vista, una moralina en esta historia que siempre me ha llamado la atención: ¿cuál fue la relación entre el piano y Schumann? Yo diría que no fue una relación franca ni de igual a igual. Schumann, en su obsesión enfermiza por ser el mejor, abusó del piano. Quería más, siempre más, siempre más. Le pidió lo imposible. Lo convirtió en un laboratorio de experimentos para conseguir un ideal de perfección inalcanzable. Envenenó su relación con el piano por culpa de una obsesión. Quería subyugarlo a una relación de poder desigual. Es decir, hizo exactamente lo contrario que se espera de un amigo: despreciarlo y utilizarlo. Por eso, siempre he pensado que el piano, cansado finalmente de sus abusos, decidió negarle su amistad y expulsarlo de su mundo, al menos, como pianista.

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