viernes, 12 de enero de 2024

José Antonio Fernández Bravo

 ¿Qué apunté? ¿Qué anoté en este cuaderno? Yo anoté: “Las decisiones que tomes en tu vida, tienes que tomarlas con mucha claridad y para ti, porque con quien vas a estar toda tu vida es contigo”. Es contigo con quien vas a vivir toda tu vida. Estas reflexiones nos han ido acompañando. Son lecciones que te ayudan a caminar, que te ayudan a avanzar y, a veces, a reflexionar sobre otras futuras decisiones. De tal manera que te das cuenta que durante un tiempo tú crees en una idea, la tomas como verdad, y luchas por ella. Pasan los años y te das cuenta de que esa idea no era tan perfecta, que esa idea no era tan correcta. Y cambias de idea. Pasan los años y te das cuenta de que aquella segunda verdad que por verdad tenía, no es tanta verdad. Así que anotas en este cuaderno que evolucionar significa, simplemente, cambiar de equivocación. Y así fuimos evolucionando, cambiando de equivocación. Terminé Magisterio y me tocó hacer el servicio militar. Yo ya iba de maestro, entonces me pusieron en un departamento que se llamaba “extensión cultural”, y teníamos la misión de ayudar a obtener el Graduado escolar a las personas que no lo habían podido obtener. Pero había una persona que ni siquiera podía estar en esas clases, porque esa persona no sabía leer ni sabía escribir. Así que esa persona venía a escondidas y me decía: “Maestro, léeme las cartas”. Y yo le leía las cartas de su novia. Hasta que un día, leyendo las cartas, quise generar un motivo por el cual despertara alguna que otra curiosidad, de tal manera que le engañaba según leía y yo le decía: “Dice que esto no va a poder seguir así”. “¿Dice eso maestro?”. Digo: “Claro”. “¿De verdad? ¿Y qué más dice?”. Digo: “Mira, ¿no te das cuenta que si no aprendes a leer te van a engañar? Tú tienes que ver cómo podemos hacer para que no dependas de que otro te diga lo que pone para ti”. Y esto es grande. Recién terminado Magisterio no entendía de métodos silábicos, no entendía de globales, no entendía de nada. Y allí hicimos lo que pudimos. Aprendió a leer para enterarse de aquello que ponía, iba a su ritmo, es cierto. Cuando nos despedimos, el abrazo que me dio fue la expresión de la mejor sonrisa. Él me dijo: “Gracias, maestro”, fue el primero que me hizo ser maestro. No agradecí tanto el “gracias”, como el “maestro”. Yo creo que esa palabra la oí por primera vez y la sentí desde aquel abrazo y desde aquel agradecimiento. He enmarcado esa situación en mi vida porque es la primera que realmente puso a prueba mi vocación y mi querer decir cosas a los demás. 

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