miércoles, 1 de marzo de 2023

John Gray

 


Como los estoicos, Freud sabía que era mucho a lo que había que renunciar si se quería evitar que la mente estuviera siempre vacilante. Sin embargo, este objetivo no era la tranquilidad sin pasión que Marco Aurelio buscaba y que podemos sospechar que nunca encontró. En su lugar, Freud proponía un modo de vida que se basara en aceptar la inquietud perpetua. La resignación no significaba encoger el yo hasta un punto en el cual pudiera vivir a salvo del destino. Lo que implicaba era fortalecerlo para que los seres humanos pudieran reafirmarse contra el destino. Freud ponía en práctica este fatalismo activo en su propia vida. Cuando, después de quedarse en la Austria ocupada por los nazis hasta que ya era demasiado tarde, abandonó finalmente su patria, la Gestapo le exigió que firmara un documento testificando que había tenido las oportunidades necesarias «para vivir y trabajar en plena libertad» y que «no tenía la más mínima queja». Freud firmó el documento y añadió su propio codicilo irónico: «puedo recomendar vivamente la Gestapo a cualquiera». Freud confió en la incapacidad de la propia Gestapo de darse cuenta de que se estaba burlando de ellos para hacer ese temerario gesto de desafío. Otro temerario gesto de desafío, aunque de naturaleza distinta, fue su resistencia a abandonar los puros. A lo largo de sus últimos años en Viena, también después en Londres, Freud continuó fumando —«una protección y un arma en el combate de la vida»— a pesar de que como parte de su tratamiento contra el cáncer tenía una dolorosa prótesis insertada en su mandíbula con una palanca que tenía que abrir para poder meterse el puro en la boca. Hacia el final de su enfermedad, cuando ya no podía fumar, describió su vida como «una pequeña isla de dolor flotando en un océano de indiferencia». Cuando su fiel discípulo Ernest Jones fue a despedirse del moribundo, Freud «abrió los ojos, me reconoció y me saludó con la mano, que entonces dejó caer en un gesto tremendamente expresivo». Era un gesto que, según escribiera Jones, transmitía «una riqueza de significado: saludo, despedida, resignación. Decía todo lo  claramente que se puede decir "Lo que queda es silencio”». Unos días más tarde, el médico de Freud, haciendo honor a una promesa que le había hecho, le administró las dosis de morfina que terminaron con su sufrimiento. Freud no rehuía el placer a fin de evitar el dolor. Mejor disfrutar de los placeres de uno hasta el final —parece haber pensado— que sufrir una vida cómoda sin dolor. Guando el cáncer se hizo insoportable, optó por el suicidio asistido. La vida de Freud es un ejemplo de reafirmación de la voluntad humana contra el destino. Sin embargo, Freud nunca imaginó que el destino pudiera ser vencido, por ello este individuo tan lleno de voluntad individual aconsejaba la resignación.

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