domingo, 12 de marzo de 2023

Alvaro Neil

 «La gente más humilde, la que menos tiene, es la que más te da». Pero es que lo he visto. Me acuerdo una vez en un poblado africano que fui a pedir un lugar para dormir, y siempre tienes que ir a hablar con el jefe del pueblo, porque él es el que controla. Hay como que presentarse. Y siempre aparece un profesor de inglés o de francés para hacer de traductor. Y le expliqué que necesitaba un lugar para dormir. Y el hombre dijo: «No te preocupes. Duermes en mi casa». Yo ya había dormido en muchas casas de mucha gente, y sé que mi tienda de campaña está muy limpia y prefiero dormir en mi tienda de campaña. No entra ningún bicho, cierras con la cremallera y ya está. Así que le dije al traductor: «Dile que voy a dormir en mi tienda, fuera». No sé en qué dialecto, y el jefe dice: «¡No, no, no, no! ¡Hay leones!». Y le digo: «Mira… Prefiero los leones posibles que las cucarachas seguras, así que voy a dormir afuera». Y el hombre… Claro, era su responsabilidad que yo estuviera en su pueblo. Si me comía un león, aquello iba a salir en las noticias. Con lo cual, cuando estoy montando la tienda, veo que entra en casa, sale y saca la cama. Puso su cama al lado de mi tienda de campaña para dormir, para cuidarme. Qué fuerte, ¿no? A la mañana, cuando me levanto, abro la tienda y no estaba la cama. Digo: «Uy, el león se lo comió entero. ¡Con cama y todo!». Sale de la casa. Digo: «Pero ¿qué pasó?». «Uf, mucho frío, mucho frío». Pero su corazón era enorme.
Otra vez, en Perú, llegué a pedir asilo a una iglesia. No había nadie, pero la mujer que tenía las llaves de la iglesia me dijo: «Mira, ven a dormir a casa si quieres». Pero en la casa no había lugar. Dormí en la cocina. Y esto me recuerda a cuando alguien me dice: «Te invitaría a casa, pero no tengo lugar». Para invitar a alguien hay que tener lugar en el corazón, no en el salón. A esa persona le sobraba lugar. Y me invita a la cocina y monté el campamento. Y no estaba el marido, claro, esto es un poco… Puede dar lugar a malentendidos, a que la gente hable mal en el pueblo, pero ella quería ayudarme. Y a la mañana siguiente, estoy durmiendo y noto un peso en la cama como que se sienta alguien. Yo no quería abrir los ojos, digo, no sea que la mujer… No, era el marido. Había venido de viaje. Y le digo: «Me invitó tu mujer, ¿eh? Quiero decir, no es lo que parece». «No, no, tranquilo, tranquilo». Me dice: «Mira, soy profesor y todavía no nos han pagado el sueldo. Nos lo van a pagar, pero aún no nos han pagado. Y vengo de Lima de reclamar. ¿Tú me podrías…?»
El hombre se moría de vergüenza para pedirme esto. «¿Tú me podrías adelantar 100 dólares? Tengo una prima que vive más arriba de Perú. En Huaraz. Cuando llegues vete a su casa, ella te los devuelve». ¿Qué haríais? ¿Cómo me puedo negar? La mujer me había ofrecido un lugar para dormir la noche anterior. Y ahora era yo el que podía ayudar. No tenía otra que darle los 100 dólares. «Toma». «Mi prima…». «Tranquilo, espero que sí, pero si no, no pasa nada». Yo los di por perdidos. Cuando llegué a Huaraz me acordé. «¡Anda, si está aquí la prima del que se sentó en mi cama! Voy a verla, por… No sé. Igual, aunque sea, me invita a un café». «Hola». «¡Ay, qué bien que viniste! Toma». ¿Para qué hablé? Me dio los 100 dólares. Estamos llenos de prejuicios. Cuando yo recorrí EE.UU. con este turbante, que lo he usado durante todo el viaje porque me da calor, me protege del frío, es una manta, es una toalla, lo pongo como una sombra en la bicicleta… Es de lo mejor que he tenido. En EE.UU. me miraban y decían… Estaba en la cola del supermercado, del Walmart… «Pasa, pasa, pasa, pasa». Esto me ha ayudado a pasar delante en las colas. Porque la gente está llena de prejuicios.

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