jueves, 4 de marzo de 2021


 La palabra milagro tiene su origen en la palabra latina mirus, que significa «maravilla». Los milagros, si se interpretan como situaciones que «suscitan admiración y asombro», no sólo se producen en los cuentos de hadas, en generaciones pasadas, ante los santos —es decir, en el ámbito sobrenatural. La naturaleza en sí misma, en su totalidad, es un milagro. Como recuerda Ralph Waldo Emerson: «Si las estrellas aparecieran una noche cada mil años, ¡cómo creerían en ellas los hombres y las adorarían, y preservarían por muchas generaciones el recuerdo de la ciudad de Dios que les fue mostrada! Pero estos emisarios de la belleza llegan cada noche y alumbran el universo con su sonrisa admonitoria». Las estrellas, los árboles y los animales son, en realidad, un fenómeno de difícil comprensión, un milagro. El hecho de que podamos escribir, ver, sentir y pensar —ser en definitiva— constituye un milagro. La amenaza del tiempo, que conecta pasado, presente y futuro, resulta inexplicable, un milagro. En palabras de George Bernard Shaw: «Los milagros, en el sentido de fenómenos que no podemos explicar, nos rodean por todas partes; la vida misma es el milagro de los milagros». No hay nada de malo en aceptar, y abrazar, nuestra falta de conocimiento y la de los demás. En su ensayo Leadership as the legitimation of doubt, Karl Weick, psicólogo conductista organizacional, sostiene que las personas más exitosas aceptan la incertidumbre y no tienen miedo a admitir que no saben.

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