sábado, 13 de marzo de 2021

 


Siendo muy joven abrí un libro viejo que decía: «quien ríe mucho es feliz, quien llora mucho es ·desdichado», un comentario bastante simple, y que, sin embargo, debido a su verdad sencilla, no he podido olvidar, por más que se trate de un truismo superlativo. Por eso hay que abrir las puertas de par en par a la alegría cada vez que se presente: pues nunca viene a destiempo; y no- debemos escatimarle la entrada queriendo averiguar primero si tenemos todos los motivos para estar satisfechos; o porque temamos ser interrumpidos por ella en nuestros pensamientos serios y preocupaciones importantes: por lo pronto, es muy dudoso lo que podamos lograr con estos últimos; mientras que la alegría es ganancia inmediata. Sólo ella es una especie de moneda en efectivo de la felicidad, y no, como el resto de los bienes, una mera letra de cambio; porque sólo ella nos brinda la dicha presente de forma instantánea; es, por lo tanto, el máximo bien para seres cuya realidad reviste la forma de un presente indivisible situado entre dos períodos de tiempo infinitamente extensos. Según ello, deberíamos preferir la adquisición y promoción de este bien a cualquier otra meta. Ahora bien, es indudable que nada es menos conducente a la alegría que la riqueza, y nada lo es más que la salud: en las clases humildes, trabajadoras y, en especial, entre las que aran la tierra, están los rostros alegres y contentos; entre las ricas y distinguidas, los amargados. En consecuencia, deberíamos poner nuestro mayor empeño en conservar ese alto grado de salud cuya flor es la alegría. Los medios para lograrlo son, como es bien sabido, abstenerse de todos los excesos y desórdenes, de todas las pasiones violentas o desagradables, así como de todos los esfuerzos del espíritu demasiado intensos o sostenidos, realizar como mínimo dos horas diarias de ejercicios enérgicos al aire libre, tomar muchos baños fríos y seguir otras reglas dietéticas parecidas. Sin el debido movimiento diario no es posible conservarse sano: todos los procesos vitales requieren, para ser bien desempeñados, el movimiento de las partes y del todo donde se llevan a cabo. De ahí que Aristóteles diga con razón: ó ~Loe; ev "t'7) xr.v~cret. ecr"t'Í, que significa que la vida consiste en el movimiento y tiene su esencia en él.

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