Se trataba de una antigua paciente de la sección de mujeres, una anciana de setenta y cinco años, que permanecía desde hacía cuarenta años en cama. Hacía casi cincuenta que llegó al manicomio, pero nadie podía recordar cuándo fue su ingreso; entretanto, todos habían muerto. Sólo una enfermera jefe que hacía treinta y cinco años que trabajaba en la institución sabía todavía algo de su historia. La anciana ya no podía hablar y sólo podía ingerir alimentos líquidos o semilíquidos. Comía con los dedos y desmenuzaba los alimentos en la boca. A veces necesitaba casi dos horas para tomarse una taza de leche. Justamente cuando no comía hacía movimientos extraños y rítmicos con las manos y los brazos cuya naturaleza yo no sabía comprender. Quedé profundamente impresionado por el grado de aniquilación a que puede llevar una enfermedad mental, pero no sabía explicármelo. En las conferencias clínicas se presentaba como una forma catatónica de demencia precoz, pero esto a mí no me decía nada, pues no explicaba lo más mínimo sobre el significado y origen de los extraños movimientos. La impresión que me hizo este caso caracteriza mi reacción contra la psiquiatría de entonces. Tenía la sensación, cuando era ayudante, de no comprender en absoluto lo que pretendía ser la psiquiatría. Me sentía sumamente incómodo junto a mi jefe y a mis colegas, que se comportaban de forma tan segura, mientras que yo, desorientado, andaba a ciegas. La tarea principal de la psiquiatría la veía yo en el conocimiento de las cosas que suceden en el interior del espíritu enfermo y de ello yo no sabía nada todavía. ¡Me encontraba ahora atado a una profesión en la cual no entendía nada en absoluto! Una noche, a una hora avanzada, recorrí la sección; vi a la anciana con sus enigmáticos movimientos y me pregunté nuevamente: ¿Por qué ha de ser así? Entonces fui a nuestra vieja enfermera jefe y me informé si la paciente se había comportado siempre así. «Sí —me respondió—, pero mi antecesora me contó que anteriormente había compuesto zapatos.» A continuación consulté nuevamente su antiguo historial médico y allí constaba que hacía movimientos como si estuviera remendando zapatos. Anteriormente los zapateros sostenían los zapatos entre las rodillas e introducían los hilos en el cuero con parecidos movimientos. (Todavía hoy se puede ver esto en zapateros de pueblo.) Cuando la paciente murió poco después, su hermano mayor vino al entierro. Yo le pregunté: «¿Por qué enfermó su hermana?» Entonces me explicó que había querido a un zapatero, pero que él por alguna razón no quiso casarse con ella y entonces se «chifló». Así, pues, los movimientos de la mujer indicaban su identidad con el amado, identidad que duró hasta su muerte. Entonces tuve la primera sospecha de los orígenes psíquicos de la denominada «demencia precoz». En lo sucesivo dediqué gran atención a las relaciones de causa en las psicosis.
sábado, 23 de mayo de 2020
Carl Jung
Se trataba de una antigua paciente de la sección de mujeres, una anciana de setenta y cinco años, que permanecía desde hacía cuarenta años en cama. Hacía casi cincuenta que llegó al manicomio, pero nadie podía recordar cuándo fue su ingreso; entretanto, todos habían muerto. Sólo una enfermera jefe que hacía treinta y cinco años que trabajaba en la institución sabía todavía algo de su historia. La anciana ya no podía hablar y sólo podía ingerir alimentos líquidos o semilíquidos. Comía con los dedos y desmenuzaba los alimentos en la boca. A veces necesitaba casi dos horas para tomarse una taza de leche. Justamente cuando no comía hacía movimientos extraños y rítmicos con las manos y los brazos cuya naturaleza yo no sabía comprender. Quedé profundamente impresionado por el grado de aniquilación a que puede llevar una enfermedad mental, pero no sabía explicármelo. En las conferencias clínicas se presentaba como una forma catatónica de demencia precoz, pero esto a mí no me decía nada, pues no explicaba lo más mínimo sobre el significado y origen de los extraños movimientos. La impresión que me hizo este caso caracteriza mi reacción contra la psiquiatría de entonces. Tenía la sensación, cuando era ayudante, de no comprender en absoluto lo que pretendía ser la psiquiatría. Me sentía sumamente incómodo junto a mi jefe y a mis colegas, que se comportaban de forma tan segura, mientras que yo, desorientado, andaba a ciegas. La tarea principal de la psiquiatría la veía yo en el conocimiento de las cosas que suceden en el interior del espíritu enfermo y de ello yo no sabía nada todavía. ¡Me encontraba ahora atado a una profesión en la cual no entendía nada en absoluto! Una noche, a una hora avanzada, recorrí la sección; vi a la anciana con sus enigmáticos movimientos y me pregunté nuevamente: ¿Por qué ha de ser así? Entonces fui a nuestra vieja enfermera jefe y me informé si la paciente se había comportado siempre así. «Sí —me respondió—, pero mi antecesora me contó que anteriormente había compuesto zapatos.» A continuación consulté nuevamente su antiguo historial médico y allí constaba que hacía movimientos como si estuviera remendando zapatos. Anteriormente los zapateros sostenían los zapatos entre las rodillas e introducían los hilos en el cuero con parecidos movimientos. (Todavía hoy se puede ver esto en zapateros de pueblo.) Cuando la paciente murió poco después, su hermano mayor vino al entierro. Yo le pregunté: «¿Por qué enfermó su hermana?» Entonces me explicó que había querido a un zapatero, pero que él por alguna razón no quiso casarse con ella y entonces se «chifló». Así, pues, los movimientos de la mujer indicaban su identidad con el amado, identidad que duró hasta su muerte. Entonces tuve la primera sospecha de los orígenes psíquicos de la denominada «demencia precoz». En lo sucesivo dediqué gran atención a las relaciones de causa en las psicosis.
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