Hete que una vez, en el siglo VI a.C., cuando las brumas de la antigüedad todavía envolvían buena parte de la historia humana, nacieron tres grandes sabios en el seno de tres civilizaciones distintas. En el mundo helénico apareció Pitágoras; en india, Siddharta Gautama; en China, Lao Tzu. Cada uno de ellos hizo un regalo inestimable a la humanidad: incalculables tesoros que transformarían a individuos aún por nacer y sustentarían civilizaciones aún por venir. De la mente de Pitágoras surgió el misticismo racional. De la mente de Siddharta Gautama, un príncipe hindú que se convertiría en el primer Buda, surgió el budismo. De la mente de Lao Tzu surgió el Tao Te Ching. Estos tres sabios fueron contemporáneos pero nunca se encontraron, excepto tal vez en sueños. Juntos consiguieron dar el mayor paso adelante que la humanidad haya dado jamás, una evolución ni del ADN ni tecnológica ni política. Este triunvirato de sabios engendró una evolución de la conciencia, que es nuestro bien más preciado, si bien (irónicamente) con frecuencia lo damos por sentado y no logramos desarrollarlo plenamente. Karl Jaspers, el polifacético filósofo, psiquiatra y teólogo alemán, llamó a esta época la Edad Axial. ¿Por qué? Porque en efecto fue un eje gigantesco en torno al cual giraba la futura promesa de la humanidad. Todo lo que precisamos saber sobre la felicidad y la plenitud, la paz y la prosperidad, el amor y la familia, la creatividad y el arte, el buen gobierno y la civilización sostenible puede aprenderse en la Edad Axial.
Lou Marinoff
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