lunes, 4 de marzo de 2024

Vicente Garrido

 Escribe el insigne filósofo Spinoza que los organismos se esfuerzan, necesariamente, en perseverar en su propio ser; tal esfuerzo necesario constituye su esencia real, y como producto de alcanzar una mayor perfección en su ser sienten la alegría. Esta misma idea de que todo organismo busca profundizar en lo que constituye su esencia, es la misma que plantea Ortega y Gasset cuando emplea la expresión «moral» aplicada a las personas. Ortega nos pide que nos olvidemos del sentido habitual de moral, consistente en el conjunto de normas que han de ser compartidas en una sociedad para lograr una convivencia regulada y feliz. Para Ortega, la moral es «el ser mismo del hombre cuando está en su propio quicio y eficacia vital. Un hombre desmoralizado es simplemente un hombre que no está en posesión de sí mismo, que está fuera de su radical autenticidad, y por ello no vive su vida y por ello no crea, ni fecunda, ni fomenta su destino». Por ello, el doctor González de Rivera señala que la función del acosador es «privar a la víctima de la posesión de sí mismo», y que desmoralizar es «sacar a alguien de su línea de vida, interferir en sus más esenciales dinámicas psicológicas, apartarle de su destino». Y cita al terapeuta Jerome Frank, en ese mismo sentido: «La persona desmoralizada se siente, en grado variable, desesperanzada, indefensa y aislada. No puede hacer frente a algunos aspectos de su vida, y se culpa a sí misma por su fracaso. Se siente alienada de los demás, incierta sobre su futuro, desanimada…». De ahí que González de Rivera entienda la moral como «la capacidad consistente y permanente de persistir en un propósito»

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