El signo más claro de una vida superior es la serenidad. El progreso moral tiene como resultado liberarse de la confusión interior. Puedes dejar de preocuparte por esto y aquello. Si buscas una vida superior, absténte de emplear pautas de pensamiento habituales como éstas: «Si no trabajo más duramente, nunca me ganaré bien la vida, nadie me tomará en consideración, seré un don nadie» o «si no critico a mi jefe, se aprovechará de mi buena voluntad». Es mucho mejor morir de hambre libre de pesares y temores que vivir en la abundancia acosado por la preocupación, el pavor, el recelo y el deseo desenfrenado. Emprende en seguida un programa de autodominio. Pero empieza con modestia, por esas pequeñas cosas que te molestan. ¿Tu hijo ha derramado algo? ¿No encuentras la cartera? Debes decirte a ti mismo: «Hacer frente con calma a este inconveniente es el precio que pago por mi serenidad interior, por verme libre de toda perturbación; nadie consigue algo a cambio de nada». Cuando llamas a tu hijo, debes estar preparado para que no te responda, y si lo hace, tal vez no haga lo que le pides. En tal caso, tu inquietud en nada le ayuda. Tu hijo no debería tener la facultad de causarte ningún trastorno
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