En otoño mi madre salía a veces al campo a recoger espigas; yo la acompañaba e íbamos como iba la Rut bíblica por los ricos campos de Booz. Un día entramos en una finca donde el administrador tenía fama de mala persona; le vimos venir con un látigo gigantesco; mi madre y todos los otros salieron corriendo, yo llevaba los pies desnudos en los zuecos y se me salieron; los rastrojos me pinchaban, no podía avanzar y me quedé atrás solo. El hombre ya levantaba el látigo, yo le miré a la cara y le dije sin pensarlo: «¿Cómo te atreves a pegarme, si sabes que Dios te está mirando?». Y aquel hombre tan temible se apaciguó al punto, me dio unas palmaditas en las mejillas, me preguntó cómo me llamaba y me dio dinero; cuando se lo enseñé a mi madre, le dijo a la demás gente: «¡Qué chico tan extraño mi Hans Christian! todo el mundo es bueno con él y hasta este mal hombre le da dinero.inero».
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