martes, 8 de noviembre de 2022

Ramon Gener



 Mucho más que unos minutos: veintisiete años, seis meses y seis días. Este es el tiempo que Nelson Mandela pasó en prisión privado de libertad por el color de su piel.
    Miembro del African National Congress (Congreso Nacional Africano), un movimiento de lucha contra la opresión y la segregación racial que sufrían los sudafricanos de raza negra bajo el régimen del Apartheid, fue detenido el 5 de agosto de 1962. Condenado a cadena perpetua en el famoso proceso de Rivonia por liderar algunos actos de sabotaje para derrocar al régimen opresor, Mandela fue trasladado a una minúscula celda de seis metros cuadrados de la prisión de Robben Island donde pasó dieciocho años en condiciones penosas. En una prisión en la que los negros estaban separados de los blancos y recibían raciones de comida menores, era obligatorio trabajar en la cantera de cal, donde, por culpa del polvo y la luz, sufría constantes inflamaciones e infecciones en las córneas. Considerado un preso de clase D, la más baja que existía, solo podía recibir una visita y una carta, muchas veces censurada, cada seis meses.
    Una adversidad mayúscula, casi insuperable. Pero algo ayudó a Mandela a mirar adelante, a no desfallecer, a no hundirse y seguir luchando. Un poema, claro. Un poema de William Ernest Henley:

Out of the night that covers me,

Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
Looms but the horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul


En la noche que me envuelve,
negra, como un pozo insondable,
le doy gracias al dios que fuere,
por mi alma inconquistable.

En las garras de las circunstancias,
no he gemido, ni he llorado.
Bajo los golpes del destino,
mi cabeza ensangrentada jamás se ha postrado.

Más allá de este lugar de ira y llantos,
acecha la oscuridad con su horror,
Y sin embargo la amenaza de los años me halla ,
y me hallará sin temor.

No importa cuán estrecha sea la puerta,
ni cuán cargado con castigos el pergamino,
Soy el amo de mi destino,
Soy el capitán de mi alma.


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