miércoles, 9 de noviembre de 2022

 En una sociedad en la cual los grandes hacendados ejercían el derecho de pernada, se azotaba a los “infractores”, se robaban las tierras de las comunidades mediante falsos deslindes, se arrancaban los derechos históricos de pastos y agua; en la cual los rurales y la Acordada eran un grupo de pistoleros con casi menos ley que la de los hombres a los que enfrentaban; en la cual por deudas un hombre era condenado a ser arrancado de su tierra y a servir en el ejército en guerras de exterminio contra las últimas rebeliones indígenas; en la cual la legalidad republicana la presidía un dictador que se reelegía fraudulentamente, ¿quiénes eran los bandoleros? O más bien: ¿por qué tiene que ser más amable y socialmente aceptable el bandolerismo burgués que el de los pobres del campo?

En 1910 la familia Terrazas y sus parientes y socios en Chihuahua poseían millón y medio de vacas, caballos, borregos y chivos, mientras que el 95.5% de los habitantes de Chihuahua no tenía propiedad alguna. Revisando el catálogo del bandidaje de estado porfiriano que registra Carleton Beals, llega uno a la conclusión de que también en esto del bandidaje hay clases:
bandidos burgueses y bandidos pobres.
Pancho Villa, ese “tipo alto, vigoroso, vestido ordinariamente de charro”, era sencillamente, a mediados de 1910, un superviviente, un bandido pobre y no demasiado afortunado.

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