miércoles, 26 de enero de 2022

 Numerosos estudios del mundo entero ofrecen pruebas concluyentes: el dinero gratis funciona. Ya se ha establecido una correlación entre el desembolso económico incondicional y la reducción de la delincuencia, la mortalidad infantil, la desnutrición, el embarazo adolescente, así como el absentismo escolar, y mejoras en el rendimiento académico, el crecimiento económico y la igualdad entre sexos.  «La principal razón por la que la gente pobre es pobre es que no tiene suficiente dinero —señala el economista Charles Kenny—, y no debería sorprender tanto que entregarles dinero sea una forma eficaz de reducir ese problema.»  En su libro Just Give Money to the Poor (2010), los expertos de la Universidad de Manchester ofrecen numerosos ejemplos de casos en los que la entrega de dinero con pocas condiciones, o incluso sin ninguna, ha funcionado. En Namibia, las cifras de desnutrición cayeron en picado (del 42% al 10%), igual que las de absentismo escolar (del 40% a casi el 0%) y las de delincuencia (en un 42%). En Malaui, la asistencia a la escuela entre niñas y mujeres aumentó un 40%, tanto si el dinero entregado conllevaba condiciones como si no. Muy a menudo, los primeros beneficiarios son los niños. Sufren menos hambre y enfermedades, crecen más, rinden más en la escuela y es menos probable que se vean condenados al trabajo infantil.  Desde Brasil hasta la India, desde México hasta Sudáfrica, los programas de transferencias de dinero se han puesto de moda en el Sur Global. En el año 2000, cuando Naciones Unidas formuló sus Objetivos de Desarrollo del Milenio, estos programas ni siquiera se contemplaban. Sin embargo, en 2010 ya llegaban a más de 110 millones de familias en  países. En la Universidad de Manchester, los investigadores resumieron así los beneficios de estos programas: 1) las familias dan un buen uso al dinero, 2) la pobreza se reduce, 3) se producen diversos beneficios de larga duración en ingresos, salud e impuestos, y 4) estos programas son menos costosos que las alternativas.  Entonces, ¿por qué enviar a técnicos occidentales con sueldos altos al volante de sus todoterrenos, cuando sencillamente podemos entregar ese dinero a los pobres? Sobre todo, cuando esto elimina de la ecuación la posibilidad de corrupción entre los funcionarios. Además, el dinero en efectivo engrasa las ruedas de toda la economía: la gente compra más, y eso a su vez estimula la creación de empleo y los ingresos. Numerosas organizaciones de ayuda y gobiernos están convencidos de que saben qué necesita la gente e invierten en escuelas, paneles solares o ganado. Por supuesto, es mejor una vaca que ninguna. Pero ¿a qué precio? Un estudio ruandés calculó que donar una vaca embarazada cuesta 3.000 dólares (incluido un cursillo para aprender a ordeñar). Eso equivale a cinco años de salario de un ruandés. 51 Consideremos también el abanico de cursos ofrecidos a los pobres: un estudio tras otro han demostrado que resultan muy costosos pero consiguen poco, tanto si el objetivo consiste en enseñar a pescar, a leer o a dirigir un negocio. 52 «La pobreza es fundamentalmente una cuestión de falta de dinero en efectivo. No se trata de estupidez —destaca el economista Joseph Hanlon—. No puedes levantarte por ti mismo si no tienes un punto de apoyo.» 53 Lo bueno del dinero es que la gente puede usarlo para comprar las cosas que necesita, en lugar de las cosas que quienes se proclaman expertos creen que necesita. Además, resulta que la categoría de productos en la que la gente pobre no gasta el dinero que recibe es la del alcohol y el tabaco. De hecho, un estudio a gran escala del Banco Mundial demostró que en el 82% de todos los casos investigados en África, Latinoamérica y Asia, el consumo de alcohol y tabaco se había reducido. 54 Sin embargo, la cuestión es más curiosa todavía. En Liberia se llevó a cabo un experimento para ver qué sucedía si se entregaban 200 dólares a los pobres más proclives a malgastarlos. Reclutaron alcohólicos, adictos y pequeños delincuentes en los barrios más humildes. Tres años después, ¿en qué habían gastado el dinero? En comida, ropa, medicinas y pequeños negocios. «Si estas personas no desperdiciaron el dinero —se preguntó uno de los investigadores —, ¿quién lo haría?» 55 Aun así, el argumento de que «los pobres son holgazanes» se esgrime una y otra vez. La persistencia de esta opinión ha llevado a los científicos a investigar si es cierta. Hace sólo unos años, la prestigiosa revista médica The Lancet resumió sus hallazgos al respecto: de hecho, cuando los pobres reciben dinero sin condiciones tienden a trabajar más. 56 En el informe final sobre el experimento namibio, un obispo ofreció esta impecable explicación bíblica: «Leed con atención Éxodo 16. El pueblo de Israel, en su largo viaje para escapar de la esclavitud, recibió maná del cielo. Sin embargo, eso no los convirtió en holgazanes, antes bien, les permitió continuar su camino.» 

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