domingo, 11 de marzo de 2012

Loris Magaluzzi


El niño
está hecho de cien.
El niño posee
cien lenguas,
cien manos,
cien pensamientos,
cien formas de pensar de jugar y de hablar.

Cien, siempre
cien maneras de ensanchar,
de sorprender y de amar.
Cien alegrías para cantar y entender,
cien formas de descubrir,
cien mundos para inventar,
cien mundos para soñar.

El niño tiene cien lenguajes
(y además cien, cien, cien)
pero le roban noventa y nueve.
La escuela y la cultura
le separan la cabeza del cuerpo.

Le dicen:
que piense sin manos,
que haga sin cabeza,
que escuche y que no hable,
que entienda sin alegrías,
que hable y se maraville
sólo en Semana Santa y en Navidad.

Le dicen:
que descubra el mundo que ya existe.
Y de cien,
le roban noventa y nueve.

Le dicen:
que el juego y el trabajo,
la realidad y la fantasía,
la ciencia y la imaginación,
el cielo y la tierra,
la razón y el sueño
son cosas que no están juntas.

De hecho le dicen
que el cien no existe.
El niño dice:
en cambio, el cien existe.

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