Las estadísticas son contundentes: haciendo un promedio de datos de varias culturas, alrededor de la mitad de la gente tiene una relación oculta y le pone los cuernos a su pareja. Las relaciones prohibidas son especialmente adictivas, porque el placer que generan es muy concentrado y penetrante y, además, crea necesidad. Independientemente de que estemos de acuerdo o no con las aventuras clandestinas, debemos reconocer que muchas de ellas acaban convirtiéndose en un Disney World personalizado, donde los implicados están más cerca de la fantasía que de la realidad. Los amantes crean su propio microcosmos y sus propias reglas de supervivencia: un mundo exclusivo para dos. En este contubernio amoroso, cada quien determina la existencia del otro y hasta le otorga significado. Una paciente me comentaba: «Sólo con estar con él unas horas, la semana se justifica y adquiere sentido... No verlo es sentirme incompleta, como si arrancaran una parte de mí...». Justificación existencial y síndrome de abstinencia a la vez: nada que hacer. Unos cuantos encuentros le otorgan a lo cotidiano un tinte especial y se pasa de una realidad en blanco y negro a una en tecnicolor y tres dimensiones. De ahí la resistencia a salirse del enredo, no importa de dónde venga la presión en contra: nadie quiere perder el encanto de un amor que te lleva al límite. No obstante, pese a estar en una situación de felicidad expansiva, a veces los implicados, no contentos con el aquí y el ahora, pretenden legalizar dicho enredo y mantenerlo en el tiempo. ¿La estrategia? Formalizar el vínculo, salir del armario y mostrarse al mundo atrevida y dignamente. Del amor proscrito, al cuento de hadas: «Nos amamos, viviremos juntos y construiremos una familia, con los míos, los tuyos y quizá los nuestros». Si estás metido o metida en un plan similar, te recomiendo que bajes un poco las revoluciones. No es para desanimarte, pero solamente un pequeño porcentaje de los amantes que se casan o se van a vivir juntos funciona. Despertar del éxtasis, reestructurar la locura simpática que mantenía viva la relación tiene sus consecuencias y contraindicaciones. Es muy difícil «reglamentar» el amor pasional y que el hechizo no se rompa. La «montaña rusa» emocional de los amantes incluye satisfacción sexual intensa, obnubilación, ternura, alegría, culpa, miedo y temeridad, encanto y desencanto, amor y desamor, dolor y alivio, risas y lágrimas, y muchas oscilaciones más. Los amantes son sacudidos por una vorágine de afectos y desafectos de todo tipo y de carácter exponencial. Y son esta velocidad y variedad de sentimientos las que los atrapan. ¿Cómo encauzar esa energía fascinante y fuera de control para domesticarla y que no pierda su esencia vital? «No quiero renunciar a esta felicidad» Ése es el conflicto que te agobia: no quieres renunciar a la felicidad de tener un amante, pero, al mismo tiempo, pretendes desnaturalizarla, sacarla de su ecosistema y llevarla a casa. ¿Por qué te ocurre esto? La dinámica es más o menos como sigue: cuando el apego va echando raíces, las consignas iniciales de «disfrutarlo mientras dure» o «vivir el momento» van perdiendo fuerza, y a medida que la necesidad de estar juntos aumenta, el futuro hace su aparición. El argumento es una curiosa mezcla entre hedonismo y justicia cósmica. Los argumentos a favor son los siguientes: «¿Qué tiene de malo irnos a vivir juntos?», «¿Es que no merecemos ser felices?», «¡No es una casualidad que nuestras vidas se hayan cruzado!». Obviamente, nadie «merece» ser infeliz, la cuestión está en saber si realmente se puede trasplantar la relación de amante a un matrimonio estable sin perder la vivacidad que nos hace felices. Tres preguntas sobre las que cabe reflexionar: ¿cómo saber que tu decisión no está principalmente influida por el apego al placer?, ¿conoces suficientemente bien a tu amante o tu conocimiento se reduce a la efervescencia de un amor de laboratorio, aislado de las contaminaciones y tan despejado como los días de verano? y ¿qué felicidad buscas: una real, que te haga tener los pies en la tierra, o una sin más fundamento que las ganas de seguir? «Quiero más, necesito más» El efecto SPA de tener un amante (relación, masajes, caricias, orgasmos, bellas palabras, reducción del estrés, bloqueo de las preocupaciones por unas horas...) crea una profunda adicción. ¿Cómo pedirle a un amante que sea «objetivo» y razonable a la hora de tomar decisiones? Un hombre que estaba a punto de separarse para irse a vivir con la amiga/amante defendió su decisión de la siguiente manera: «La pasión que siento es tal, que además de tener varias relaciones sexuales cada vez que nos vemos, me masturbo hasta tres veces al día pensando en ella... Con sólo oír su nombre tengo erecciones...». ¿Cómo pedir una pizca de racionalidad a alguien que está pensando con los genitales? Su motivación no era otra que poseer a la mujer que deseaba el mayor tiempo posible. En un matrimonio rutinario, sin ideales importantes, la presencia de un reemplazo o un complemento afectivo/sexual se convierte en una motivación básica e imprescindible. Como en cualquier adicción, el nivel de tolerancia del organismo a la sustancia (o a la persona) aumenta con el tiempo y necesitamos más cantidad de lo mismo para lograr mantener la sensación aun nivel satisfactorio; sin embargo, no siempre somos capaces. Una pareja de amantes tenía el siguiente ritual: unas tres veces por semana, ella iba a visitarlo al apartamento donde él vivía. Allí se encontraba con flores silvestres y una mesa muy bien puesta, sobre la que destacaban unos exóticos y delicados platos cocinados por el hombre, que era un excelente cocinero. Todo, además, amenizado por una bella pieza de música clásica. Sobre un colchón en el suelo, el hombre tenía lista la ropa que ella debía ponerse para espolear la fantasía. Por la ventana se veían las montañas, todo olía a pino y los pájaros trinaban incesantemente como si festejaran la llegada de ella. En ese lugar, todo encajaba a la perfección. En realidad, la experiencia era lo más parecido a estar en el Olimpo entre los brazos de Zeus. Las comparaciones son odiosas, pero ¿cómo no hacerlas? Mi paciente las hacía todo el tiempo y muy especialmente al bajar del Olimpo a su casa, donde la esperaba un marido que no era más que un simple mortal y que, para más inri, no cocinaba ni le gustaba oír música, no le compraba ropa y carecía de la más mínima fantasía. Del cielo al purgatorio y, a veces, al infierno. En una consulta, ella suplicaba: «Le pido a Dios que me libere de mi matrimonio, pero pienso en mis hijos... No sé qué hacer... Bueno, sí sé qué hacer, quiero estar con mi amante, pero no tengo el valor... Cada día lo necesito y lo amo más... ¿En qué desembocará todo esto?». Tres veces por semana ya no eran suficientes, ni cuatro, ni cinco... La exigencia era la eternidad completa. Ella intentó en varias ocasiones irse a vivir con aquel semidiós hecho hombre, pero nunca fue capaz. Hoy lo recuerda como el gran amor de su vida y se siente mal con ella misma por no haber sido lo suficientemente valiente y haber tomado la decisión. Todavía lo echa de menos, su cuerpo no se ha resignado a la pérdida. Quisiera repetir. Amantes, hasta que otro nos separe Un buen día, te llega el coraje y tomas la decisión: «Reemplazaré a mi pareja por mi amante». ¿Y qué hay del ex, de los años de convivencia, de la historia construida? La respuesta suele ser indiferente al dolor: «No es mi problema, él verá cómo sobrevive, ella verá qué hace». ¿Y los hijos? «Pues se acostumbrarán y lo comprenderán: ¿por qué no?, si tanta gente lo hace...». En una consulta, ante la mirada atónita de sus hijos de ocho y nueve años, una paciente trataba de convencerlos sobre las «ventajas» de la separación: «Mamá va a vivir con otro hombre porque lo quiere con toda su alma. Esto es normal que ocurra entre los adultos... ¡Vosotros os quedaréis conmigo y tendréis un nuevo padre!, ¡ya veréis qué encanto de persona! ¡Os va a caer muy bien! De todas maneras seguiréis viendo a vuestro padre de verdad las veces que queráis. ¿No os parece maravilloso?». Al ver la seriedad de los niños y la mía, tratando de pescar lo «maravilloso» de semejante zafarrancho, intentó arreglar la cosa: «Bueno, mirad el lado bueno: ¡tendréis dos padres y dos casas!». Para un niño normal, la noticia de que tendrá un «nuevo padre» o una casa «extra» de fin de semana no es nada fenomenal, más bien se aproxima al trauma. No digo que uno no pueda separarse, pero hay que hacerlo bien. Los amantes que se juntan pecan de una ingenuidad y un egocentrismo increíbles: creen que los demás deberían estar tan felices como ellos, como si la dicha tuviera que ser contagiosa. Pero lo que suele ocurrir en estos casos es que todo se desorganiza y vuela por los aires, simplemente porque no existe una forma quirúrgica, precisa y delimitada para reemplazar la pareja por el amante y dejar las cosas como si nada hubiera pasado. La gente afectada y herida por la decisión y los despechados no se cruzan de brazos: protestan, se deprimen y ponen a trabajar a sus abogados. ¿Es posible juntarse con el amante y sobrevivir al intento? Seis reflexiones para tener en cuenta Empecemos por repetir lo siguiente: el «traspaso afectivo» no es nada fácil. Al principio tu motivación estará por los cielos, te pellizcarás para comprobar que la alegría que sientes no es un sueño, es una realidad de la que nadie podrá apearte. Sabes que habrá problemas de todo tipo, pero el amor te empuja y te sientes capaz de vencer cualquier obstáculo que se interponga en tu camino. La creencia que te mueve es definitivamente triunfalista: «¡El amor no conoce límites!». Veamos algunos de los costes, riesgos y consecuencias a los que posiblemente debas hacer frente para que calibres tus fuerzas de una manera adecuada y no sufras inútilmente. Quizá puedas estar en ese pequeño porcentaje que lo logra. 1. COSTES SOCIALES Y PÉRDIDAS AFECTIVAS ¿Estás dispuesta o dispuesto a las embestidas orquestadas por las buenas costumbres y la moral de turno? Es probable que alguna parte de la sociedad te recrimine y no vea con buenos ojos tu nueva relación. Incluso es de esperar que algunos «amigos» consideren que las relaciones de amantes deben permanecer ocultas y que es de mal gusto sacarlas a la luz. Tampoco faltará el familiar que te censure. Sentirás que tu alegría desbordante es una molestia para todos aquellos que desean que fracases, y no serán pocos. Debes estar preparado, pues lo que te viene encima no es de color de rosa. Hazte fuerte y prepárate a capear ataques de todo tipo, de tal modo que tu autoestima salga victoriosa del embate. En esto hay dos tipos de personas: las que por culpa o miedo al qué dirán se dan por vencidas, y las que se atrincheran en una coraza a prueba de críticas y siguen adelante. Si tienes claro lo que quieres, no te rindas. 2. LA BAJA EN LA PASIÓN Aquí la cosa es más grave. No es lo mismo el encuentro secreto que la convivencia abierta. ¿Piensas que no afectará porque el amor es «infinito»? No estoy tan seguro. El estrés sostenido acaba con la mayoría de los grandes amores y con la libido sobrante. ¿Por qué el estrés? Porque entrarás de lleno en los problemas de la existencia cotidiana. Tendrás que vértelas con una pareja con la que no tienes una historia de luchas y proyectos compartidos (antes estabais concentrados en los placeres) y, por lo tanto, deberéis empezar a enfrentaros hombro con hombro a la supervivencia. Las parejas estables, además de amarse y tratar de pasarlo bien, han de hacer frente a una realidad que no es tan divertida, aunque no sea necesariamente incompatible con el amor. Los amantes no «sobreviven»: disfrutan. Algunas personas me preguntan: pero ¿acaso no es el amor lo más importante? Mi respuesta es que el amor es una condición necesaria pero no suficiente para que la vida en pareja funcione de manera adecuada. Lo que sostengo es que para transformar el «amor pasional» y oculto de los amantes en un «amor de pareja estable» y abierto al mundo hay que reestructurar la relación completa. Necesitas crear una nueva visión del mundo un poco menos fantástica y más realista, pero ¡lo que realmente deseas es traer el nirvana a casa y mantenerlo vivo! Quizá sea demasiado pedir. 3. LOS TUYOS, LOS MÍOS Y LOS QUE VENDRÁN No quiero pecar de trágico, pero un montón de hijos mezclados, de distintas procedencias y generalmente incompatibles entre sí, sólo es agradable en la fantasía de alguien apegado al más rígido romanticismo. Lleva tiempo y desgaste acoplarse a los hijos de tu ex amante y que tu ex pareja vea con naturalidad que tus hijastros vivan con sus hijos y que todos, además, acepten un embarazo inesperado. Dirás que es un retoño producto del amor y, por lo tanto, un regalo que hay que bendecir, a pesar de la confusión de madres/padres/hijos y sus respectivos acomodamientos. Ni que decir tiene las primeras comuniones, cumpleaños, graduaciones, futuros yernos y futuras nueras, poner reglas, revisar los deberes, ir al colegio... en fin, una maraña de todos contra todos, en el nombre del amor. ¿Realmente prefieres esto a aquellas tardes en el Edén? Te recuerdo, sólo a modo de reflexión, una frase de Schopenhauer, para que la revises en algún trasnoche amoroso: «En nuestro hemisferio monográfico, casarse es perder la mitad de los derechos y duplicar los deberes». No sé si tiene razón, pero no está de más considerarlo. 4. TRES MOTIVOS DE DESERCIÓN DE LOS AMANTES Y EL REGRESO AL NIDO ORIGINAL Aunque puede haber muchas causas que expliquen la deserción de los amantes tras el «rejunte», señalaré las tres más frecuentes. «Echo de menos la comodidad que tenía antes» Algunos enamorados tiran la toalla cuando empiezan a comparar las ventajas que tenían antes con las que tienen hoy. La comodidad goza de muchos adeptos. Una paciente, que unos meses antes parecía poseer la entereza y la convicción de Juana de Arco, empezó con una pequeña molestia mental: «Antes, cuando estaba con mi marido, todo marchaba sobre ruedas. Tenía mi mundo organizado. Ahora la vida es más complicada porque ya no tengo esas comodidades: echo de menos la asistenta, el chófer, el contable, el abogado... Mi amante, perdón, mi pareja actual, no es tan pudiente económicamente como mi marido y me hevisto obligada atrabajar... Ya sé, ya sé lo que va a decirme: «Es una oportunidad para volver a ser productiva», blablablá... Pero la cuestión es que yo estaba bien sin trabajar. Mi esposo no era un adonis ni el mayor de los genios, pero era soportable y a veces hasta adorable». ¿Amor de pacotilla? ¿Materialismo del malo? Vaya usted a saber, pero en mi experiencia, este «regreso al pasado para asegurar el futuro» es muy frecuente. Antes del año, mi paciente estaba otra vez en el purgatorio de su matrimonio anterior, encantada de la vida. Un hombre expresaba así sus dudas: «Dejé un piso de doscientos metros cuadrados y con vistas al mar por un apartamento diminuto en un primer piso donde los coches pasan rozando mi ventana...». Cuando alguien se dice «Antes vivía mejor», es una mala señal. Y si el lamento se repite varias veces, hay que tener las maletas listas por si acaso. El problema es que, para muchos de los que quieren recuperar lo perdido, ya es tarde: el antiguo hogar está ocupado, el amor se ha evaporado y el rencor no ceja. El perdón no es una obligación, es una elección libre que maneja sus propios tiempos. Si añoras la «buena vida» anterior, quizá el amor ya no sea suficiente, quizá estés retrocediendo. Pregúntate qué hace tu ex pareja, nunca se sabe. Nostalgias inesperadas Ocurre en ocasiones que, pasado el furor de los primeros meses de convivencia, un virus del cual no tenemos muchos datos pone a funcionar el corazón en retroceso. De pronto, cuando todo parece que anda bien, una indiscreta nostalgia comienza a incordiar. Al principio la apartas y piensas que es natural, pero con el paso del tiempo te das cuenta de que va haciéndose más penetrante. Y te preguntas: «¿Cómo es posible? ¿Nostalgia a estas alturas? ¿Tal vez me he equivocado?». Empiezas a revisar el pasado y cuestionártelo todo. Si durante esos días te encuentras por casualidad con tu ex pareja, te fijarás en cosas que antes te pasaban totalmente inadvertidas: se ha dejado el pelo largo y le sienta bien, igual que el nuevo color; también ha perdido peso, lo que la rejuvenece... en fin, redescubrimiento y escaneo del peligroso. Para colmo, este tipo de nostalgia juega a dos bandas: magnifica lo bueno del ex y minimiza las supuestas ventajas que tiene el amante convertido en pareja. Estarás en un lío tremendo. Yo lo llamo dolor marcha atrás: ¡estás pensando en dejar al amante para volver con tu ex! Morir de amor en sentido inverso y a destiempo (es posible que nadie te crea, ya que hace unos meses hiciste todo lo contrario). No quiero decir con esto que todas las nostalgias sobre el pasado afectivo tengan necesariamente un desenlace similar; no obstante, un número considerable de «nostálgicos arrepentidos» ponen el freno de mano y regresan a su casa con el rabo entre las piernas. Por la razón que sea —búsqueda de la comodidad o reaparición repentina del amor anterior—, el arrepentimiento ronda con demasiada frecuencia a los amantes que se transforman en pareja. Si éste es tu caso, la mejor manera de hacerle frente es siendo honesto contigo mismo. ¿El ridículo? Qué importa, peor sería pasarte la vida maldiciendo el miedo que te impidió terminar con tu amante. «¡Mi ex me necesita!» No es poco común que ciertas personas mantengan un lazo compensatorio con la ex pareja y crean, consciente o inconscientemente, que aún deben mirar por ella. ¿Las causas?: lástima («No soporto que sufra»), responsabilidad moral («Es mi deber como ex») y especialmente culpa («Debo compensar el daño que le he hecho»). Cualquiera de las tres pone a la pareja actual (el viejo amante transformado) con el vello de punta. Lo que arma más revuelo son las depresiones o los ataques de ansiedad del ex. He conocido casos en los que, entre el Prozac y el Rivotril, entre el apoyo moral y las buenas acciones, la flecha de Cupido se ha clavado por segunda vez en los implicados. ¡Otra vez! Pues sí, aunque parezca imposible, podemos enamorarnos dos veces de la misma persona, y uno de los motivos de esta curiosa reincidencia es el buen samaritano que llevamos dentro. Un hombre me decía indignado: «¡Estoy harto! ¡Cada vez que se pone enfermo el ex, mi mujer corre en su ayuda! ¡Y, para colmo, el tipo se pasa la vida enfermo! ¿Será que todavía siente algo por él? ¡Prefiero que el otro se venga a vivir con nosotros... al menos lo tengo vigilado!» Obviamente, no es una buena idea un triángulo afectivo bajo el mismo techo y menos aún si uno de los vértices es precisamente el ex de la mujer de uno. Estas relaciones de auxilio suelen funcionar como un círculo vicioso. En el caso de mi paciente, cada vez que el ex marido llamaba (porque sentía un «dolor en el pecho»), ella entraba en crisis y de inmediato corría en su ayuda, lo que reforzaba la supuesta enfermedad coronaria inexistente del señor. Cuando le pregunté a la señora por qué actuaba de ese modo, me respondió: «¡Es el padre de mis hijos!». Y el menor de sus hijos tenía veintitrés años... La pregunta es obvia: ¿por qué no iban a «salvarlo» sus hijos? En ocasiones, los ex se convierten en una especie de apéndice: no cumplen ninguna función, son incómodos y habría que extraerlos de raíz si se quiere tener una vida saludable y en paz. 5. PREGUNTAS QUE PUEDEN SERVIRTE DE GUÍA ANTES DE TOMAR LA DECISIÓN • ¿Amante o no amante? Pregúntate por qué necesitas un amante. La experiencia demuestra que si primero no resuelves lo que tienes con tu pareja, para bien o para mal, nunca tendrás claridad emocional ni sobre tu amante ni sobre tu pareja. La infidelidad es un mal paliativo, no conduce a nada bueno ni resuelve los problemas de fondo. • ¿Hay algún riesgo de que te quedes sin amante y sin pareja? Sí lo hay. El riesgo de irte a vivir con tu amigo o amiga prematuramente estriba en que no puedas manejar ni la convivencia ni la separación. Quedarse solo o sola puede ser una buena opción, pero debe ser fruto de una decisión deseada y pensada, y no ser consecuencia de actuaciones impulsivas. Cabeza fría, aunque el corazón esté recalentado. • ¿Conoces a tu amante lo suficiente para saber si sois compatibles para una vida de pareja? Suma las horas que has estado con él o con ella. Piensa qué situaciones has compartido y si te convencen. Pregúntate si necesitas más tiempo. Si lo único que tienes son hermosas anécdotas de cama, no tienes nada. • ¿Es amor lo que sientes o has sido víctima de un huracán de grado 10 que te lleva y te trae como un títere? Antes de echarle sal al postre, antes de bajar del cielo y hacer que las pasiones aterricen a su nivel medio o medio/bajo, repasa las razones por las que sigues con él o ella. Medítalo seriamente, examina los atractivos, las sensaciones, los deseos... y, después, enfría el ímpetu y la relación un poco, trata de comprender qué te llevó a ello y qué te mantiene allí. Intenta ser realista. • ¿Puede construirse algo positivo donde se infligió tanto dolor a otros? Algunos dicen que no, que nada bueno surge de herir a otros, aunque sea en nombre del amor. El amor no lo justifica todo. Según los que sostienen y defienden este punto de vista, el amor se desvirtúa si necesita del engaño y la mentira para existir. Es sólo para que lo pienses; no sé si tienen razón, pero vale la pena analizarlo. • ¿Eres capaz de confiar en la fidelidad del que fue amante y ahora comparte tu vida? ¿Eres de los que piensa que si lo hizo una vez, aunque fuera contigo, podría volver a hacerlo? ¿Celos de que el amante o la amante tenga un amante? ¿De que el ex amante (ahora pareja) repita el amor prohibido con otra? Verdaderamente, pasar de cómplice a víctima es una paradoja que agobia y le quita el sueño a más de uno.
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