miércoles, 17 de febrero de 2021
Alex Rovira
No puede haber aprendizaje sin entusiasmo. Se habla mucho en el aprendizaje de la cultura del esfuerzo, pero creo que es un grave error, porque el esfuerzo, en sí mismo, solo el esfuerzo, no es un valor final, el un valor instrumental. El esfuerzo es un instrumento, por lo tanto, creo que, como clave de aprendizaje, estaría el entusiasmo, la pasión, el esfuerzo, pero el esfuerzo combinado con algo fundamental, que es la alegría y el reconocimiento. Pensemos de nuevo en aquellas maestras y maestros que han sido los mejores que hemos tenido en nuestra vida, y veréis que, invariablemente, nos invitaban seguramente al esfuerzo, pero ¿desde dónde? Desde el contagio de la alegría, desde el contagio de la pasión, desde el reconocimiento. Bonita palabra reconocimiento, porque no implica solo valorización del otro, sino reconocer, volvernos a conocer continuamente liberándonos de prejuicios, imágenes proyectadas. Y creo que esa combinación de entusiasmo, pasión, esfuerzo, alegría, reconocimiento, son claves del aprendizaje. Para Celso, el químico, el sabio alquimista, decía que cuanto mayor es el conocimiento, más grande es el amor, pero que cuanto más grande es el amor, más queremos saber. Hay una dialéctica maravillosa entre el amor y el conocimiento: yo te amo, te quiero conocer más, y cuanto más te conozco, en principio, más te voy a amar, y eso es válido siempre que se mueva en una dialéctica de respeto, de reconocimiento… ¿Qué tienen los equipos de alto rendimiento que funcionan a nivel deportivo, a nivel incluso de organizaciones humanas, de empresas? Tienen tres cosas: en primer lugar, se respetan, sin respeto no hay nada. En el aprendizaje es lo mismo, hay que respetar a la persona que está aprendiendo. Segundo, la admiración. La admiración es fundamental porque pone en marcha el mecanismo de aprendizaje por imitación. Yo cuando admiro a alguien le quiero imitar, inconscientemente tiendo a incorporar su lenguaje, sus gestos… Y la tercera variable fundamental es que haya un afecto profundo. ¿Alguien ha leído a Kenzaburo Oe, el que fuera el segundo premio Nobel japonés de literatura? Le dieron el Nobel en 1994. Os voy a contar una breve historia maravillosa que la podéis encontrar en su libro Una cuestión personal, ahí está novelada, pero tiene muchos tintes autobiográficos. Kenzaburo era licenciado en Filosofía y Letras. En cierta ocasión, su mujer se quedó embarazada y, en paralelo, coincidió que a él lo enviaron a hacer unas entrevistas a los médicos de Nagasaki, en relación al aniversario de la bomba atómica. El niño venía con el cerebro herniado y los médicos aconsejaban el aborto, pero su mujer decía que ella quería alumbrar al niño aunque sabía que ya, una vez fuera alumbrado, se tendría que seccionar una parte del cerebro y eso podría generar muchos daños. Él dijo: «No tomemos ninguna decisión. Me voy a hacer las entrevistas a Nagasaki y, cuando vuelva, cuando regrese, decidiremos». Él volvió conmovido de Nagasaki porque conoció historias de resiliencia, de longanimidad, esa palabra que hemos olvidado y que quiere decir capacidad de superar reiteradamente la adversidad. Total, vuelve de Nagasaki y le dice a su mujer: «Oye, que nazca el niño, porque yo he visto, hablando con estos médicos y con sus pacientes, unas historias de transformación, de esperanza, de superación maravillosas». El niño nace y, a raíz de la intervención, queda con Autismo, pierde mucho la visión, ataques de epilepsia, descontrol de esfínteres, dificultad para el movimiento… Y volvemos a lo que decíamos al principio, a la mirada apreciativa, al efecto Pigmalión, a la transformación desde el amor. Sus padres, padre y madre, no renuncian en ningún momento a encontrar en ese niño al que los médicos dicen que es un vegetal, algún don o característica que le lleve a florecer. Le observan durante muchos años y aparentemente nada, hasta que un día, el niño con seis años dice el nombre de un pájaro paseando por un parque, un pájaro que canta. Los padres se dan cuenta de que al niño le fascina el canto de los pájaros. Le compran cintas con cantos de pájaro. Con el tiempo reconoce todos los pájaros solo por el canto. Deciden contratar a una profesora de música. La madre, que es una gran fan de Mozart, le pide que, por favor, si puede, le enseñe o le toque canciones de Mozart, porque él apenas responde, apenas habla, tiene un lenguaje muy limitado. A los once años, llega un día la maestra a casa y Hikari le entrega una partitura mal escrita a mano con unas notas. Ella empieza a interpretar y se queda asombrada porque son estructuras muy asimilables a las composiciones más básicas de Mozart, y el niño le dice que lo ha compuesto él. Ella no da crédito, el niño le enseña otras composiciones… Bueno, hoy, Hikari Oe es uno de los autores de música clásica contemporánea más vendidos en el mundo. De su primer disco se vendieron ochenta mil unidades, diecisiete canciones breves compuestas por un niño con autismo, una discapacidad visual importante, etcétera, etcétera. Insisto, creo que no somos conscientes de la capacidad que tenemos de transformar a los demás, y si se combina todo eso, hacemos florecer al ser amado. Cuando hablamos de amor, lo llevamos siempre mucho al terreno del deseo, al terreno de la lujuria, al terreno de Eros. Hablamos poco de filia y de ágape, hablamos poco del amor como la energía de la confianza, del vínculo, de calidad, la energía del compromiso, la energía de la transformación, la energía del diálogo, la energía que, realmente, llámale energía, llámale, por supuesto, emoción que nos une. Creo que, realmente, no puede haber un aprendizaje radical sin un amor radical.
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