La baronesa Karen Blixen, cuyo nombre de soltera era Harén Christentze Dinesen Clamada Tanne por su familia y Tania primero por su amante y luego por sus amigos), fue la autora danesa de rara distinción que escribió en inglés por lealtad a la lengua de su amante muerto y, siguiendo el espíritu de la antigua coquetería, ocultó apenas su autoría agregando a su apellido de soltera el seudónimo masculino “Isak”, el que ríe. Se suponía que la risa debía encargarse de varios problemas inquietantes, el menos importante de los cuales fue, tal vez, su fírme convicción de que no era muy apropiado para una mujer ser escritora y por lo tanto, una figura pública; la luz que ilumina el área pública es demasiado fuerte como para ser halagadora. Había tenido experiencia en esta cuestión dado que su madre fue una de las sufragistas, activa en la lucha por el derecho de voto de las mujeres en Dinamarca, y probablemente, una de esas excelentes mujeres que nunca provocarían a un hombre para seducirlo. Cuando tenía veinte años, había escrito y publicado algunos cuentos e incluso la habían alentado para que continuara, pero ella se negó a hacerlo. “Nunca quiso ser escritora", “tenia un miedo intuitivo a sentirse atrapada” y cada profesión, que invariablemente asigna un rol definitivo en la vida, habría sido una trampa, resguardándola de las infinitas posibilidades de la vida misma. Tenía más de cuarenta y. cinco años cuando comenzó a escribir profesional mente y casi cincuenta cuando apareció su primer libro: Seven Gothic Tales. En esa época, había descubierto (tal como nos lo hace saber a través de “Los Soñadores”) que la mayor trampa en la vida es la propia identidad. “No seré nunca más una sola persona... .Nunca más tendré mi corazón y toda mi vida unida a una sola mujer”, y que lo mejor que se les podía dar a los amigos (por ejemplo, Marcus Cocoza en el cuento) era no preocuparse “demasiado sobre Marcus Cocoza”, pues esto significa “en realidad ser su esclavo y prisionero”. Por lo tanto, la trampa no era tanto el hecho de escribir o de hacerlo en forma profesional sino tomarse a uno mismo en serio e identificar a la mujer con el autor cuya identidad queda confirmada, en forma inevitable, en público. El hecho de que el dolor de haber perdido su vida y su amante en Africa tendrían que haberla convertido en escritora y haberle dado una especie de segunda vida se entendía mejor como una broma, y “A Dios le encantan las bromas” se convirtió en su máxima durante los últimos años de su vida. (Le gustaba vivir con esos lemas y había comenzado con navigare necesse est, vive- re non necesse est, para luego adoptar el lema de Denys Finch- Hatton: Je responderay, responderé y daré cuenta). Pero había algo más que el temor de ser atrapada que la hacía defenderse enfáticamente (en entrevista tras entrevista) contra la noción común de que ella fuera una escritora nata y una “artista creativa”. La verdad es que ella jamás sintió ninguna ambición o necesidad en particular de escribir, y mucho menos de ser escritora; lo poco que había escrito en Africa podía ser omitido, pues sólo le había servido en “épocas de sequía” para dispersar sus preocupaciones sobre la granja y aliviar su aburrimiento cuando no tenia otra cosa que hacer. Sólo en una ocasión “había creado algo de ficción para hacer dinero”, y a pesar de que con The Angelic Avengers hizo algo de dinero, fue “terrible”. No, había comenzado a escribir por el simple hecho de “que tenía que sobrevivir” y “sólo sabía hacer dos cosas: cocinar y... tal vez, escribir”. Había aprendido a cocinar primero en París y luego en Africa para agasajar a sus amigos, y para entretener tanto a sus amigos como a los nativos, había aprendido a contar historias. “Si hubiera podido permanecer en Africa, jamás se habría convertido en escritora”. Pues, moi, je suis m e conteuse, et ríen qu’une conteuse. Cest l’histoire elle-méme qui m’intéresse, et la facon de la raconter*. (“Yo, yo soy una relatora de cuentos y nada más. Lo que me interesa es la historia y la forma de relatarla”). Lo único que necesitaba para empezar era la vida y el mundo, casi cualquier tipo de mundo o de medio; pues el mundo está lleno de historias, de hechos y ocurrencias, de sucesos extraños que sólo aguardan a ser contados, y la razón por la cual, por lo general, estos hechos no son relatados es, según Isak Dinesen, la falta de imaginación; pues sólo si puedes ser imaginativo con lo que de todas maneras ha sucedido, repetirlo en la imaginación, verás las historias, y sólo si tienes la paciencia de contarlas una y otra vez {“Je me les raconte et reraconte”) podrás llegar a contarlas bien. Esto, claro está, es lo que hizo durante toda su vida, pero no para convertirse en una artista, ni siquiera para convertirse en una de esas viejas y sabias relatoras profesionales de cuentos que hallamos en sus libros. Sin repetir la vida en la imaginación no se puede estar del todo vivo, la “falta de imaginación” impide que las personas “existan”. “Sé leal a la historia”, tal como una de sus relatoras le advierte a la joven, “sé eterna y constantemente leal a la historia”; esto no significa otra cosa que: sea leal a laxada, no crees la ficción sino acepta lo que la vida te da, demuestra que mereces lo que sea recordándolo y analizándolo, repitiéndolo en tu imaginación; ésta es la forma de mantenerse con vida. Y vivir en el sentido de estar plenamente viva fue desde un principio y siguió siéndolo hasta el final su único objetivo y deseo. “Vida, no te dejaré ir a menos que me bendigas, sólo entonces te dejaré ir”. La recompensa de relatar historias es poder dejar ir. “Cuando el relator es leal... a la historia, allí, en el final, hablará el silencio. Allí donde se ha traicionado la historia, el silencio no es otra cosa que vado. Pero nosotros, los fieles, cuando hemos dicho nuestra última palabra, oiremos la voz del silencio”. Para ello, sin lugar a dudas, se requiere habilidad, y en este sentido el hecho de relatar historias no sólo es parte de la vida sino que puede convertirse en un arte por derecho propio. Para convertirse en artista también se necesita tiempo y una cierta separación de la tarea impetuosa e intoxicante del mero hecho de vivir que, quizá, sólo el artista nato pueda lograr en medio de la vida. De todas formas, en el caso de esta escritora, una gruesa línea divide su vida de su vida posterior como autora. Sólo cuando perdió lo que había constituido su vida, su hogar en Africa y su amante, cuando regresó a Rungstedlund con un completo "fracaso” y nada en sus manos excepto el dolor, la tristeza y los recuerdos, pudo convertirse en artista y en el “éxito" que de otra forma jamás hubiese logrado ser: “A Dios le encantan las bromas", y las bromas divinas, tal como los griegos bien lo sabían, suelen ser crueles. Lo que hizo ella entonces fue único en la literatura contemporánea a pesar de que podría comparárselo con algunos escritores del siglo XIX (se me ocurren en particular las anécdotas y los cuentos de Heinrich Kleist y algunos cuentos que Johann Peter Hebel, en especial Unverhofftes Wiedersehen. Eudora Welty lo definió en forma definitiva en una frase corta de extrema precisión: “Ella hacía una esencia de una historia; un elixir de una esencia; y a partir del elixir comenzaba una vez más a componer la historia".
lunes, 30 de marzo de 2020
Hannah Arendt
La baronesa Karen Blixen, cuyo nombre de soltera era Harén Christentze Dinesen Clamada Tanne por su familia y Tania primero por su amante y luego por sus amigos), fue la autora danesa de rara distinción que escribió en inglés por lealtad a la lengua de su amante muerto y, siguiendo el espíritu de la antigua coquetería, ocultó apenas su autoría agregando a su apellido de soltera el seudónimo masculino “Isak”, el que ríe. Se suponía que la risa debía encargarse de varios problemas inquietantes, el menos importante de los cuales fue, tal vez, su fírme convicción de que no era muy apropiado para una mujer ser escritora y por lo tanto, una figura pública; la luz que ilumina el área pública es demasiado fuerte como para ser halagadora. Había tenido experiencia en esta cuestión dado que su madre fue una de las sufragistas, activa en la lucha por el derecho de voto de las mujeres en Dinamarca, y probablemente, una de esas excelentes mujeres que nunca provocarían a un hombre para seducirlo. Cuando tenía veinte años, había escrito y publicado algunos cuentos e incluso la habían alentado para que continuara, pero ella se negó a hacerlo. “Nunca quiso ser escritora", “tenia un miedo intuitivo a sentirse atrapada” y cada profesión, que invariablemente asigna un rol definitivo en la vida, habría sido una trampa, resguardándola de las infinitas posibilidades de la vida misma. Tenía más de cuarenta y. cinco años cuando comenzó a escribir profesional mente y casi cincuenta cuando apareció su primer libro: Seven Gothic Tales. En esa época, había descubierto (tal como nos lo hace saber a través de “Los Soñadores”) que la mayor trampa en la vida es la propia identidad. “No seré nunca más una sola persona... .Nunca más tendré mi corazón y toda mi vida unida a una sola mujer”, y que lo mejor que se les podía dar a los amigos (por ejemplo, Marcus Cocoza en el cuento) era no preocuparse “demasiado sobre Marcus Cocoza”, pues esto significa “en realidad ser su esclavo y prisionero”. Por lo tanto, la trampa no era tanto el hecho de escribir o de hacerlo en forma profesional sino tomarse a uno mismo en serio e identificar a la mujer con el autor cuya identidad queda confirmada, en forma inevitable, en público. El hecho de que el dolor de haber perdido su vida y su amante en Africa tendrían que haberla convertido en escritora y haberle dado una especie de segunda vida se entendía mejor como una broma, y “A Dios le encantan las bromas” se convirtió en su máxima durante los últimos años de su vida. (Le gustaba vivir con esos lemas y había comenzado con navigare necesse est, vive- re non necesse est, para luego adoptar el lema de Denys Finch- Hatton: Je responderay, responderé y daré cuenta). Pero había algo más que el temor de ser atrapada que la hacía defenderse enfáticamente (en entrevista tras entrevista) contra la noción común de que ella fuera una escritora nata y una “artista creativa”. La verdad es que ella jamás sintió ninguna ambición o necesidad en particular de escribir, y mucho menos de ser escritora; lo poco que había escrito en Africa podía ser omitido, pues sólo le había servido en “épocas de sequía” para dispersar sus preocupaciones sobre la granja y aliviar su aburrimiento cuando no tenia otra cosa que hacer. Sólo en una ocasión “había creado algo de ficción para hacer dinero”, y a pesar de que con The Angelic Avengers hizo algo de dinero, fue “terrible”. No, había comenzado a escribir por el simple hecho de “que tenía que sobrevivir” y “sólo sabía hacer dos cosas: cocinar y... tal vez, escribir”. Había aprendido a cocinar primero en París y luego en Africa para agasajar a sus amigos, y para entretener tanto a sus amigos como a los nativos, había aprendido a contar historias. “Si hubiera podido permanecer en Africa, jamás se habría convertido en escritora”. Pues, moi, je suis m e conteuse, et ríen qu’une conteuse. Cest l’histoire elle-méme qui m’intéresse, et la facon de la raconter*. (“Yo, yo soy una relatora de cuentos y nada más. Lo que me interesa es la historia y la forma de relatarla”). Lo único que necesitaba para empezar era la vida y el mundo, casi cualquier tipo de mundo o de medio; pues el mundo está lleno de historias, de hechos y ocurrencias, de sucesos extraños que sólo aguardan a ser contados, y la razón por la cual, por lo general, estos hechos no son relatados es, según Isak Dinesen, la falta de imaginación; pues sólo si puedes ser imaginativo con lo que de todas maneras ha sucedido, repetirlo en la imaginación, verás las historias, y sólo si tienes la paciencia de contarlas una y otra vez {“Je me les raconte et reraconte”) podrás llegar a contarlas bien. Esto, claro está, es lo que hizo durante toda su vida, pero no para convertirse en una artista, ni siquiera para convertirse en una de esas viejas y sabias relatoras profesionales de cuentos que hallamos en sus libros. Sin repetir la vida en la imaginación no se puede estar del todo vivo, la “falta de imaginación” impide que las personas “existan”. “Sé leal a la historia”, tal como una de sus relatoras le advierte a la joven, “sé eterna y constantemente leal a la historia”; esto no significa otra cosa que: sea leal a laxada, no crees la ficción sino acepta lo que la vida te da, demuestra que mereces lo que sea recordándolo y analizándolo, repitiéndolo en tu imaginación; ésta es la forma de mantenerse con vida. Y vivir en el sentido de estar plenamente viva fue desde un principio y siguió siéndolo hasta el final su único objetivo y deseo. “Vida, no te dejaré ir a menos que me bendigas, sólo entonces te dejaré ir”. La recompensa de relatar historias es poder dejar ir. “Cuando el relator es leal... a la historia, allí, en el final, hablará el silencio. Allí donde se ha traicionado la historia, el silencio no es otra cosa que vado. Pero nosotros, los fieles, cuando hemos dicho nuestra última palabra, oiremos la voz del silencio”. Para ello, sin lugar a dudas, se requiere habilidad, y en este sentido el hecho de relatar historias no sólo es parte de la vida sino que puede convertirse en un arte por derecho propio. Para convertirse en artista también se necesita tiempo y una cierta separación de la tarea impetuosa e intoxicante del mero hecho de vivir que, quizá, sólo el artista nato pueda lograr en medio de la vida. De todas formas, en el caso de esta escritora, una gruesa línea divide su vida de su vida posterior como autora. Sólo cuando perdió lo que había constituido su vida, su hogar en Africa y su amante, cuando regresó a Rungstedlund con un completo "fracaso” y nada en sus manos excepto el dolor, la tristeza y los recuerdos, pudo convertirse en artista y en el “éxito" que de otra forma jamás hubiese logrado ser: “A Dios le encantan las bromas", y las bromas divinas, tal como los griegos bien lo sabían, suelen ser crueles. Lo que hizo ella entonces fue único en la literatura contemporánea a pesar de que podría comparárselo con algunos escritores del siglo XIX (se me ocurren en particular las anécdotas y los cuentos de Heinrich Kleist y algunos cuentos que Johann Peter Hebel, en especial Unverhofftes Wiedersehen. Eudora Welty lo definió en forma definitiva en una frase corta de extrema precisión: “Ella hacía una esencia de una historia; un elixir de una esencia; y a partir del elixir comenzaba una vez más a componer la historia".
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