lunes, 5 de junio de 2023

Wilhelm Reich



Un día una bonita joven de la clase trabajadora vino a verme a la clínica con dos niños y un lactante. No podía hablar. Escribió en un pedazo de papel que había perdido el habla repentinamente hacía pocos días. El análisis estaba descartado; en consecuencia, traté de eliminar la falta del habla mediante la sugestión. Después de unas cuantas sesiones hipnóticas comenzó a hablar con una voz baja, ronca y aprensiva. Durante años había sufrido la obsesión de matar a sus hijos. El marido la había abandonado y ella y los niños se morían de hambre. Trataba de ganarse la vida cosiendo en la casa j así comenzó a pensar en el asesinato. Llegó al ponto de casi tirar los niños al agua, cuando fue presa de una terrible angustia. Desde entonces la atormentaba el deseo de confesarse a la policía, para asi proteger a los niños. Pero también esa intención le provocaba intensa angustia. Temía que la colgaran. El sólo pensarlo le oprimía la garganta. Como tenia miedo de su propio impulso, se protegía mediante el mutismo, el cual era en realidad un espasmo violento de la garganta (cuerdas vocales). Me resultó fácil descubrir la situación infantil que estaba expresando. Huérfana desde niña, había sido educada por extraños; compartía una habitación con seis o más personas. Cuando pequeña, estuvo expuesta a ataques sexuales por parte de algunos adultos. La atormentaba el deseo de tener una madre protectora. En sus fantasías se convertía en el lactante protegido, tomando el pecho. Su garganta había sido siempre el asiento de su angustia sofocante y de su anhelo. Era madre, veía a sus niños en una situación similar a la suya y sentía que no deberían seguir viviendo. Además, su odio al marido lo había transferido a los hijos. En pocas palabras, tratábase de una situación increíblemente complicada y casi incomprensible. Era totalmente frígida, pero a pesar de su intensa angustia genital se había acostado con diversos hombres. La ayudé hasta el punto en que pudo dominar algunas de sus dificultades. Los niños fueron colocados en una buena institución. Pudo reasumir su trabajo. Juntamos dinero para ella. Pero en verdad, la miseria continuaba, sólo un poco aliviada. El desamparo en que se encuentran muchas personas las conducen a acciones imprevisibles. Solía venir a mi casa por la noche y amenazaba suicidarse o asesinar al bebé si yo no hacía esto o aquello. La visité en su hogar. Ahí, ya no me encontré frente a los eminentes problemas de la etiología de las neurosis, sino de cómo un organismo humano podía tolerar semejante vida año tras año. No había nada, absolutamente nada que alegrara su vida; sólo miseria, soledad, los chismes de los vecinos, la preocupación del pan diario y, además, las trapacerías criminales del dueño de casa y de su patrón. Su capacidad de trabajo era explotada al extremo. Diez horas de dura faena le reportaban alrededor de treinta centavos. En otras palabras, ella y sus tres hijos debían vivir con una entrada mensual de más o menos diez dólares. ¡Y lo extraordinario es que vivían! Cómo podían hacerlo, nunca lo supe. Al mismo tiempo, no descuidaba su aspecto físico y tenía tiempo para leer. Yo mismo le presté algunos libros. 

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