martes, 12 de julio de 2022

 Cuando Ralph Waldo Emerson tenía veintisiete años, murió su querida esposa, Ellen. Más tarde, tras casarse por segunda vez y ser padre, perdió a su hijo de dos años. Emerson escribió un ensayo titulado Compensación, que es un testamento de su sentido de la vida y de su optimismo. Éste es el último párrafo del ensayo, que esencialmente habla del crecimiento postraumático, y que me dio esperanza cuando no tenía ninguna: Y sin embargo también la compensación de las calamidades resulta clara para el entendimiento después de largos intervalos de tiempo. La fiebre, la mutilación, un desengaño cruel, un revés de la fortuna, la pérdida de un amigo pueden parecer inútiles en el momento de ocurrir e imposibles de superar. Pero es seguro que, con el paso de los años, se pondrá de manifiesto el profundo poder reparador que se oculta bajo los hechos. La muerte de un ser querido, de la esposa, del hermano, de la amante, que al principio sólo parece privación y sufrimiento, más tarde adopta el aspecto de un guía o genio benéfico. Tales acontecimientos suelen determinar una revolución en nuestra vida; cierran el período de la infancia o de la juventud que esperaba su fin; rompen la monotonía de una ocupación habitual; destruyen un hogar; ponen término a una manera de vivir y permiten la formación de otros hábitos más favorables al desenvolvimiento del carácter. Facilitan o dificultan la formación de nuevas relaciones y la recepción de nuevas influencias que resultarán de vital importancia en los años siguientes; y la mujer o el hombre que no habría sido sino una flor de jardín, sin espacio suficiente para extender sus raíces y con sus hojas expuestas a los rayos de un sol demasiado ardiente, se convierte por la caída de los muros y la negligencia del jardinero en el banano de la selva, que da frutos y sombra a toda la población humana

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