jueves, 21 de febrero de 2013

Edgar Degas



 
 por Agustín Marangoni

Sus pinturas cotizaban millones, en toda Europa era reconocido por el talento de su obra, sus retratos de bailarinas eran un verdadero furor entre los coleccionistas más destacados del mercado; pero su vida social era casi nula, la gente lo detestaba, al punto que no tenía aceptación ni siquiera entre los círculos de los artistas, ni sus colegas impresionistas lo querían.
Van Gogh, por ejemplo, lo detestaba. Una carta escrita por Paul Gauguin, enviada a Émile Bernard en 1888, así lo asegura.
Los problemas del plástico francés Edgar Degas (1834 – 1917) comenzaron poco después de cumplir los cincuenta años, la ceguera avanzó con tal violencia que incluso tuvo que modificar la técnica para pintar, abandonó el óleo y comenzó a experimentar con pastel en busca de un trazo es más definido. Además le permitía acercar la cara al lienzo hasta casi tocarlo con la nariz.
Al mismo ritmo en que su obra fue cambiando técnicamente también lo hizo su vida. Degas se encerraba semanas enteras en su estudio, trababa la puerta con llave e insultaba violentamente a todo aquel que osaba interrumpirlo.
Cuando salía avanzaba a los gritos por la calle, pronunciando severos improperios en contra de la comunidad judía. Y sostenía que un verdadero artista no debía tener amigos, ni debía reconocer a sus familiares, que toda persona era un estorbo y que la condición más pura del ser humano era la soledad.
Clases de Danza de Edgar Degas
Nadie se acercaba a su residencia de la rue Victor Massé para visitarlo, era imposible tratar con él. Hasta era capaz lanzar golpes para que lo dejen tranquilo.
Las deudas comenzaron a crecer, lógicamente. Degas no tenía relación con nadie, no ingresaba dinero a su bolsillo. Las deudas impositivas aumentaron tanto que la justicia sentenció el remate de su vivienda. En 1912 tuvo que mudarse al bulevar de Clichy.
Estaba completamente solo, jamás se casó ni tuvo hijos. Pasó los últimos años de su vida totalmente ciego, ya no podía siquiera pintar. Vagó sin sentido, sucio y desarrapado, por las calles de París hasta que murió el 27 de septiembre de 1917.

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