A Mari Cuz le enseñaron a tener miedo a los momentos de felicidad, porque en su familia eran entendidos como augurio de venideras desgracias.
Un día esa idea loca se esfumó para siempre: en un ataque de risa después de su primer orgasmo, siguiendo la programación genealógica, se puso a tararear la letrilla de una triste canción. Pero en tal estado de desinhibición, en lugar de sonar a acordeón de dramático tango, sonó como pitos de guasona chirigota. “Después de la risa no viene otra cosa que el canto”, pensó. Y es que lo que se aprende con el cuerpo jamás más se olvida…
Carmen Sol
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