martes, 26 de diciembre de 2023

Emil Zatopek

 


Emil Zatopek nunca fue el más elegante ni el más estiloso corriendo sobre la pista. Su ritmo desacompasado, su constante cabeceo transmitiendo sufrimiento y fatiga, y su rostro siempre desencajado hacían sentir al espectador que en cualquier momento el corredor checoslovaco iba a caer al suelo exhausto por el esfuerzo.

Pero Emil, el sencillo, el humilde, había forjado su carácter en los duros años de la Segunda Guerra Mundial, y su ambición, valentía e inusitada capacidad de resistencia y sacrificio le convirtieron en uno de los mejores fondistas de la historia.

“Aprenderé a tener un mejor estilo cuando se juzguen las carreras de acuerdo a su belleza”,  llegó a decir el corredor nacido en 1922 en Koprivnice, seguramente desconocedor de que la belleza no sólo se encuentra en el estilo, como ocurre si miramos a sus maravillosos tres oros olímpicos(5.000m, 10.000m y maratón) de los Juegos de Helsinki en 1952.
Detrás de él, en cada fotografía, siempre encontramos al francés Alain Mimoun, argelino de nacimiento quién como todos los atletas de la época también se vio afectado por la guerra.
Segundo🥈 en los diez mil metros de Londres🇬🇧1948, segundo🥈 en los cinco mil y diez mil del Campeonato de Europa de Bruselas1950, segundo🥈 de nuevo en los cinco mil y diez mil de los Juegos Olímpicos de Helsinki1952, Mimoun tuvo que aprender a vivir a la sombra del gran Zatopek, pero la arrolladora personalidad del atleta checo y el afable carácter del francés hicieron que entre los dos creciese una gran relación que terminó convirtiéndose en una de las vinculaciones de rivalidad y amistad más bonitas de la historia del atletismo.
En 1956, el 1° de Diciembre en los Juegos Olímpicos de Melbourne, Zatopek y Mimoun llegaban en pleno declive de sus carreras. En la maratón, en un día de mucho calor y condiciones muy difíciles, el checo se derrumbó y a duras penas pudo llegar en sexta posición. Por delante, el mismo día en que nacía su hija Olympia, Alain Mimoun, con un pañuelo anudado a la cabeza, alcanzaba la gloria olímpica y deportiva que el atletismo le debía consiguiendo una medalla de oro de una gran justicia poética.
Tras cruzar la meta, Mimoun se quedó a esperar a Zatopek.
“Emil, ¿es que no vas a felicitarme? ¡Soy el campeón olímpico!” cuenta la leyenda que dijo el bueno de Mimoun a su amigo.
En ese preciso instante, detrás de una sincera sonrisa y antes de fundirse en un abrazo, la mirada de Zatopek lo decía todo.

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