domingo, 28 de agosto de 2022




A un estudiante que quería saber qué pensaba del autor de Zaratustra, le dije que había dejado de leerlo desde hacía tiempo.¿Por qué?, me preguntó. Porque lo encuentro demasiado ingenuo... Le reprocho sus arrebatos y hasta sus fervores. Demolió ídolos para reemplazarlos por otros. Un falso iconoclasta con visos de adolescente, y no sé qué virginidad, qué inocencia inherentes a su carrera de solitario. Sólo observó a los hombres desde lejos. Si los hubiese visto de cerca, nunca hubiese podido concebir ni ponderar al superhombre, visión extravagante, si no grotesca, quimera o antojo que sólo podía surgir en la mente de quien no tuvo tiempo de envejecer, de conocer el desasimiento, el largo hastío sereno. Mucho más cercano encuentro a un Marco Aurelio. No vaciló entre el lirismo del frenesí y la prosa de la aceptación: encuentro mucho más consuelo, e incluso más esperanza, en un emperador fatigado que en un profeta fulgurante.

Emil M. Cioran | Del inconveniente de haber nacido

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