martes, 2 de junio de 2015

Los libros curan


La biblioterapia consiste en entrevistar al “paciente”, escuchar sus problemas, sus gustos, sus experiencias lectoras y recomendarle los tres o cuatro títulos que puedan ayudarlo


'Niña leyendo' (1850) de Franz Eybl.
La cifra me cayó por la cabeza y casi me lastima: el mundo produce un nuevo libro –un título nuevo, miles de ejemplares de cada título nuevo– cada 15 segundos. Son más de dos millones de títulos por año; si suponemos una tirada media de 2.000 ejemplares terminan siendo 4.000 millones de volúmenes que inundan todos los años el planeta, árboles cayendo en catarata, una lluvia de libros peor que el peor de los diluvios, un tsunami de libros. Era, por supuesto, más que suficiente para convencerme de no escribir nunca más –y sin embargo–.
Todos caemos en la trampa-libro: el libro es una marca prestigiosa. Aun siendo tantos, aun siendo tan dispares, la categoría libro conserva su reputación: pensamos libro y pensamos en un objeto respetable, portador de los saberes que el mundo necesita. Son taimadas las categorías: pensamos libro y les prestamos a todos el prestigio que merecen unos pocos. Caemos fácil en la tentación de suponer que el primer Quijote y el últimoMasterChef tienen algo en común –porque los dos manchan un hato de papeles unidos por el lomo–. Y sus fabricantes, faltaba más, aprovechan la confusión: piden condiciones especiales, mejoras impositivas, privilegios que el prestigio del objeto libro supuestamente justifica. Reivindican la importancia cultural de las elucubraciones deMariló Montero o Paulo Coelho, defienden el peso social delHorticultor autosuficiente o el Manual práctico para hablar con los muertos.
Pero hay libros que te cambian la vida. O, por lo menos, eso dicen los “biblioterapeutas” de la School of Life, una institución que dirige en Londres el filosofador best seller Alain de Botton. “La vida es demasiado corta para leer libros malos”, dice su presentación, “el problema es que, con tantos miles de libros publicados, es difícil saber por dónde empezar”. Ellos quieren guiarte y, para comenzar, te explican las ventajas de los libros. Para mí, que nunca supe por qué leía o escribía, fue una revelación tras otra –o casi–:
–que leer parece una pérdida de tiempo pero en realidad es un enorme ahorro, porque te presenta un arco de hechos y emociones que tardarías años, siglos en vivir;
–que leer es entrar en un simulador de vida que te lleva a testear sin peligro todo tipo de situaciones y decidir qué te conviene más;
–que leer produce la magia de mostrarte cómo ven las cosas los demás y entonces te hace ver las consecuencias que tienen tus acciones y eso te hace, dicen, ser mejor persona;
–que leer te hace sentir menos solo porque te muestra que esas cosas raras que piensas las han pensado otros, que han sabido ponerlas en palabras que te describen aún mejor que lo que tú mismo podrías;
–que leer te prepara para eso que la crueldad del mundo moderno llama “fracasar”, mostrándote la falsedad, la banalidad de eso que este mundo llama “éxito”.
Para eso, dicen, no hay que tratar la lectura como un entretenimiento, un pasatiempo playero, sino como un instrumento para vivir y morir con más sentido y más sabiduría. O sea: una terapia. La biblioterapia, su creación, consiste en entrevistar al “paciente”, escuchar sus problemas, sus gustos, sus experiencias lectoras y recomendarle los tres o cuatro libros que mejor pueden ayudarlo. Cada cita no cuesta más que 110 euros –unos cinco o seis tomos–. No hay, todavía, estudios sobre su eficacia; por ahora se sabe que el invento ya avanzó hasta Francia –y amenaza cruzar el Pirineo–.

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