viernes, 30 de mayo de 2014

Severino Di Giovanni


El fusilamiento de Severino Di Giovanni, por Roberto Arlt
El 1º de febrero de 1931 fue fusilado el anarquista expropiador de origen italiano Severino Di Giovanni, quien con asaltos y atentados, logró tener  en jaque a la policía del país durante seis años. Tras despedirse de su familia, Di Giovanni fue ejecutado en el patio de la penitenciaría de la calle Las Heras ante varios testigos, entre los que se encontraba el escritor Roberto Arlt, quien en un artículo –transcripto a continuación- narró los últimos momentos de vida del anarquista.
Fuente: ARLT, Roberto, Obras completas, Buenos Aires, Omeba, 1981, en PIGNA, Felipe, Los Mitos de la Historia Argentina 3, Buenos Aires, Planeta, 2006.
“El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita: “Venda no”.
”Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
— Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
— ¡Viva la anarquía!
— ¡Fuego!
”Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro de gracia.
”Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
”Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora, Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
— Está prohibido reírse.
— Está prohibido concurrir con zapatos de baile”.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar

Luis Buñuel

El Planeta Tierra Eres Tú


jueves, 29 de mayo de 2014

Soledad Barruti


Después de publicar un libro en el que revela cómo el sistema de alimentos está en crisis, la cronista Soledad Barruti recibió un mensaje de Facebook de un empleado de Monsanto. La empresa, conocida por no dar entrevistas, quería charlar con ella. Después de una conversación cordial, que no pudo ser grabada, Soledad siguió con su investigación. A los pocos días su foto con el logo de Monsanto en la frente se viralizaba en las redes sociales: el epígrafe la denunciaba como agente encubierto para colar mensajes de la compañía en la prensa. Días más tarde, luego de visitar un campamento de activistas en la ciudad de Malvinas Argentinas, recibió un mail del empleado: “No creo que en este asunto estés actuando como periodista sino más bien como activista. Que sigas bien”. Teorías conspirativas, boicots, escraches reales y muchas preguntas, en esta crónica que la autora escribió para Anfibia.

“El periodismo según Monsanto”, por Soledad Barruti


—Cuidate —me dijo una científica cuando le conté lo que me había pasado—. La táctica de Monsanto es siempre la misma: primero intentan con la seducción, si no funciona te difaman y si seguís molestándolos, te demandan.
Hacía un mes que mi libro, Malcomidos, estaba en la calle: en 465 páginas dice Monsanto sólo 27 veces. Sobre la empresa en particular no cuenta nada que no se haya contado antes: que la compañía ingresó a nuestro país hace 50 años como una empresa de plásticos y que en 1996, aprovechando la plataforma menemista de ensordecimiento público, se consolidó para instalar su experimento de cultivos transgénicos a campo abierto y en la comida de todos. Que logró la aprobación de sus productos sin siquiera traducir sus estudios, cuando (salvo Estados Unidos) ningún otro país parecía querer abrirle la puerta. Que los dos caballitos de batalla de la producción transgénica que impulsaban se habían ido cayendo a fuerza de realidad: ni había menos hambrientos en el mundo (la cifra coquetea año a año entre los 800 y mil millones), ni los cultivos eran menos tóxicos que los no transgénicos (se usan cada vez más plaguicidas para trabajar esos campos por la resistencia que ganan las malezas e insectos). Para escribir eso no necesitaba una entrevista con Monsanto. Además, estaba segura de que no me la habrían dado. La empresa no da entrevistas salvo a medios y periodistas aliados.
Y sin embargo, el mensaje.
“Hola Soledad. Quería contactarte y no encontré otro medio más que este. Trabajo en Monsanto. Me gustaría conversar con vos sobre transgénicos y agroquímicos. Intercambiar opiniones y fuentes. Simplemente eso. Muchas gracias”.
Recibí este mensaje por Facebook, dos días antes de que un grupo de vecinos instalara un campamento frente a la planta que Monsanto estaba construyendo en el pueblo Malvinas Argentinas en Córdoba. La empresa nunca antes se había enfrentado a una acción como esa. Firmaba Pancho: Francisco Do Pico, gerente de relaciones gubernamentales de Monsanto. Un chico, según su foto de perfil, de treinta y pocos bastante parecido al príncipe William de Inglaterra.
Con cierta ansiedad angustiante le pasé mi teléfono y esperé.
Me llamó a la mañana siguiente.
— Nos gustaría invitarte a una charla acá en nuestras oficinas.
— Imagino que sabés lo que pienso: que no estoy de acuerdo con el modelo productivo que impulsa Monsanto.
— Sí, pero si hay algo que queremos en Monsanto es tener la posibilidad de generar un intercambio.
***
Hay hítos en la lucha antimonsanto que se repiten y se reescriben en el imaginario en todo el mundo. En India, la organización Vía Campesina incendió tres campos experimentales de Monsanto, y juntó en pocos días 10.000 firmas para que la empresa se fuera del país. En Haití, destrozada luego del terremoto de 2010, organizaciones campesinas marcharon al ministerio de Agricultura para oponerse a una donación de 475 toneladas de semillas híbridas que planeaba hacer la empresa, alegando que era un modo vil de terminar de enterrar al campesinado local: la presión fue tal que el gobierno admitió que no tenía modo de administrar y controlar organismos genéticamente modificados. En Hawaii, una mujer joven y hermosa de Molokai que vive con sus dos hijos junto a un campo de maíz transgénico de Monsanto empezó una cruzada luego de que su hijo menor enfermara por respirar una tormenta de polvo tóxica. En Perú un movimiento colectivo liderado por campesinos desde el interior y cocineros como Gastón Acurio desde las ciudades, logró que no se cultivarán semillas transgénicas al menos por diez años. En México donde el maíz transgénico estaba contaminando los cultivos locales frenaron las siembras de Monsanto por fuerza popular. Europa se aferra a su principio precautorio (hasta que algo –una semilla transgénica o un agroquímico- no demuestre que no es dañino para la salud o el ambiente, no se usa) y desde su sociedad mantiene una guerra sin cuartel para que no ingresen más de lo que ya ingresaron. “Monsanto es la semilla del diablo”, dijo el presentador de HBO Bill Maher en uno de sus shows más vistos de 2012. Y así, en cada lugar del mundo.
Hay un Día Mundial Contra Monsanto (12 de octubre) del que en 2013 participaron 500 ciudades en 52 países marchando con disfraces de esqueletos, máscaras de la muerte, entre ollas populares de maíz de mil colores: ese maíz que amenaza con quedar devorado por el maíz BT.
Hasta en China las luchas sociales contra esa empresa se volvieron la expresión más rotunda contra los desmadres cada vez más groseros del capitalismo. Tal vez porque los problemas que devienen del accionar de Monsanto se sientan todos los días a la mesa: Monsanto es lo que comemos. La compañía de semillas más poderosa del mundo y la dueña del 90 por ciento de las semillas transgénicas que existen. Son sus granos transgénicos lo que comen los animales de cría industrial (gallinas, pollos, cerdos, vacas, salmón); es el 80 por ciento de la comida industrial que tiene entre sus ingredientes soja o maíz transgénico (galletitas, chocolate, vinagre, patitas de pollo, helados, aderezos), y es la comida real –que tiene cada vez menos espacio donde crecer y menos mercado- en franca desaparición (frutales, girasol, trigo, herbívoros alimentados con pasto).
En la Argentina, también. Aquí, si uno habla de Monsanto, tiene que hablar de Malvinas Argentinas.
***
Pensé en muchas formas de ir al encuentro de Monsanto. Con abogado, con grabador, con cámara. Pensé preguntas que haría, pensé preguntas que me harían, anoté cosas que buscaría mirar.
Pero había pasado un mes desde el primer llamado y de Monsanto no había vuelto a saber nada.
De los que sí había sabido en ese tiempo era de los acampantes de Malvinas Argentinas. Lo sabía por las redes sociales, por los medios en Córdoba y, cada tanto, por los diarios nacionales. Y lo sabía por algunos campantes que me escribían cada tanto.
La movilización había empezado en otro pueblo cercano, en Ituzaigó, a mediados de 2012. Luego de 12 años de lucha, un grupo de vecinos cordobeses habían logrado llevar a jucio a un aplicador de agroquímicos (Edgardo Pancello) y a un productor sojero (Francisco Parra) por fumigación ilícita y contaminación dolosa. O sea, por arrojar químicos venenosos sobre sus casas, patios, veredas, tanques de agua; por volver tóxico el aire que respiraban cientos de familias. Con 169 casos de cáncer y 30 muertes por esa enfermedad asumidos por la justicia (los demandantes denunciaban el doble de casos), en el derrotero que atravesó durante esa década el caso de Ituzaingó se fue volviendo un emblema para el resto de los pueblos fumigados del país: hay aproximadamente 12 millones de personas que viven en zonas rurales.
El mismo día que el tribunal, en vez de mandarlos presos, inhabilitó por ocho y diez años a los acusados, Monsanto anunciaba, por teleconferencia desde Nueva York acompañados por la presidenta Cristina Fernández sus planes para Malvinas Argentinas: instalarían ahí la acopiadora de semillas más grande del mundo.
Ese anuncio fue lo que faltaba.
—Busqué en internet la mayor cantidad de información que pude y lo fui corroborando en la realidad: con mi marido íbamos a un campito que teníamos por acá cerca y veíamos como mes a mes había menos vida: ni animales, ni pájaros, ni bichos. Sólo soja y esos venenos que huelen agrio y lo matan todo —cuenta Beba, una abuela de cejas rubias, casi transparentes, que enciende sus ojos como rayitos negros cuando habla de la fuerza colectiva que sintió cuando se juntó con sus vecinos para alzarse contra el atropello.
Al principio eran 300 en contra de una inversión de $ 1.500 millones. Los 300 repetían lo mismo: para autorizar el proyecto no había habido evaluación interdisciplinaria de impacto ambiental a nivel provincial como exige la Constitución de esa provincia y que los venenos que se iban a usar estaban prohibidos en Europa.
En unos días había abuelos, padres, chicos, maestros, cocineros, talleristas, desocupados, hippies, universitarios, veganos, carnívoros, troskistas, idealistas y otros que buscaban cómo darle forma a la protesta. En un momento, el 18 de septiembre, estaban frente a la planta de Monsanto celebrando una primavera que no parecía primavera –“un día de viento norte furioso que te golpeaba en las piernas y en la cara –dice Beba– ese viento que se desata porque en Córdoba no han quedado ni árboles”- cuando alguien dijo: “¿Y si nos quedamos?”. Y se quedaron.
Virginia Basualdo es de una delgadez que alguien podría confundir con fragilidad y una esperanza que lo enciende todo. Apenas pasó los treinta años, es madre de dos chicos de cuatro y dos, a los que cría sola. “Como muchos en Córdoba, estoy harta de que nos pasen por encima. La secretaría de ambiente en esta provincia es un chiste: ha dejado que cualquier proyecto se concrete sin medir las consecuencias. Vivimos entre incendios, crisis hídricas, contaminación. Por eso cuando me enteré del bloqueo de Malvinas fui sin pensarlo. Por fin, dije. No me preguntes por qué, fue una especie de premoción. Y llegué y los vi, dije: acá me quedo. Si hay una batalla en el mundo que me interesa pelear es esta: Monsanto mata, contamina, envenena. Y yo los voy a frenar. Voy a frenarlos por mí pero sobre todo voy a frenarlos por mis hijos”.
El acampe lleva varios meses, pero los eventos más intensos ocurrieron, atomizados, en esa primera etapa. Ocho días de furor colectivo sostenidos en ganar los días esperando que no sucediera lo que intuían inminente: que los fueran a sacar. El jueves 26 de septiembre miembros de la UOCRA caminaron por el acampe, solo eso: una afrenta pasiva y temeraria. “Mandaron a los de la UOCRA a apretar”, me escribió Virginia, “no sabemos qué puede pasar pero ahí estaremos aguantando”. Tres días después la policía reprimió con palos, con gas, con balas de goma.
En lo que quedaba de septiembre y avanzaba octubre en el acampe pasó de todo: llegó el premio Nóbel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, llegaron los medios de todo el país, llegaron vecinos de otras provincias, los acampantes hicieron demandas judiciales y Monsanto siguió intentando sortear el piquete pero sin llamar más la atención.
La lucha se consolidó y llegó a Río Cuarto: allí, el intendente terminaría impidiendo la concreción de otro proyecto de la empresa.
***
Monsanto tiene un pasado fascinante que empieza en Missouri a comienzos del siglo XX con un joven químico, John Francis Queeny, casado con una tal Olga Monsanto. John quiere venderle sacarina al mundo y logra hacerlo cuando encuentra a un comprador perfecto, otra incipiente empresa norteamericana: Coca Cola. Desde el comienzo, Monsanto –nombre elegido por JFQ más como agradecimiento a la familia de su esposa por poner el capital inicial que como tributo amoroso– tiene éxito. Tanto que logra ubicarse en el epicentro de la floreciente industria química que exploró plásticos y sustancias de lo más diversas, hasta que le llegó el momento del verdadero éxito: ese que se armó con el mundo en guerra. Bayer, Dow Chemical, Monsanto: todas las empresas que están detrás de la agroindustria tienen un pasado de guerra sucia. Monsanto estuvo detrás de la fabricación del Agente Naranja, por ejemplo. En su acción civil fabricó y vendió el contaminante cancerígeno PCB (utilizado para enfriar generadores eléctricos en todo el mundo), ocultando los estudios que alertaban que se trataba de un contaminante cancerígeno, como fue demostrado en la demanda que iniciaron 3500 víctimas en Estados Unidos y que le costó a la empresa 700 millones de dólares.
“Muchas de las cosas que se dicen malas de nosotros vienen del pasado”, les dijo Francisco Do Pico a los vecinos del Valle del Conlara en San Luis en una reunión de “intercambio”. “Esa empresa no existe más. Lamentablemente en su momento no se cambió de nombre, la empresa se siguió llamando como se llamaba. Y todavía nos vinculan con muchas cosas que para nosotros es difícil explicar o hacernos cargo porque ni habíamos nacido en ese entonces”.
La Monsanto de hoy –la que vende semillas y agroquímicos y oculta ese pasado reciente–, señalan los directivos de Monsanto, es la que entró en escena en el momento histórico de “la guerra contra el hambre”, ésa que empezó en la Revolución Verde a fines de los 60 y se completó en los 90 con la Revolución transgénica: cuando lograron dar con plantas que sobrevivieran a los agroquímicos que querían vender. Monsanto fue pionera en la tecnología aplicada al agro, marcándole al planeta un rumbo trazado por un maíz que exuda su propio insecticida y plantas de soja que pueden ser bañadas en un herbicida sin morir: glifosato.

Con millones de dólares en publicidad, en campañas políticas, en ciencia aplicada a esa industria, Monsanto avanzó. Con eso y con un bufete de abogados que impuso contratos leoninos sobre los productores, tanto con sus clientes como con los que no querían serlo. Así, en todos los países que tuvieran leyes de patentes lograron cambiar las formas que habían regido a la agricultura desde siempre: los productores deben comprar las semillas cada vez que quieren sembrar, no puede guardarlas ni reutilizarlas ni mucho menos compartirlas. Violar ese contrato termina en demandas millonarias. En 2003 el Centro de Seguridad Alimentaria en Estados Unidos analizó lasituación de los agricultores en ese país y dijo que Monsanto “ha usado investigaciones, mano dura y persecusiones despiadadas” contra ellos. Ni siquiera los que no son clientes de la empresa están a salvo de algo así. Percy Schmeiser es un productor canadiense que se hizo famoso porque Monsanto lo llevó a la corte y a la quiebra luego de que encontraran que sus cultivos habían sido contamiandos con transgénicos por los cultivos vecinos. Y ninguno de los pasos que ha dado la compañía últimamente hace pensar que vayan a suavizar la presión: unos meses atrás Monsanto compró Climate Corporation, una empresa con 200 científicos que generan 50 terabytes de datos sobre campos privados por hora. Qué hará Monsanto con esa información es todavía un misterio.
Ahora bien, aunque hay libros y documentales (el más famoso, El Mundo según Monsanto, de Marie-Monique Robin) dedicados a desentrañar los manejos non sanctos de la empresa, Monsanto invierte miles de millones de dólares en lobby y publicidad, dejando circunscripto el debate que le resulta incómodo lejos de los grandes de medios de comunicación.
Quien quiera profundizar en los costados más oscuros del negocio (el ahogo de los productores, los litigios, los debates científicos) deben andar a oscuras por las grietas filosas de la información que circula a raudales en espacios tan inciertos como internet.
Monsanto en Google tiene casi siete millones de entradas. Algunas son de información oficial, otras de estudios independientes, muchas de grupos de protesta y otras muchas de mitos e historias improbables que nadie sabe de dónde salen. Hay quienes afirman que Monsanto es la CIA, o la Otan, o el Geof. Otros arriesgan que la empresa es el plan final de una familia de judíos perversos y muy ricos y poderosos que quieren crear un nuevo orden mundial: los Rothschild. También hay quienes ven a Monsanto arrojando estelas químicas sobre la población para diezmarla. Y no faltan los que con la mente atraviesan la órbita terrestre hasta llegar a los aliens y dibujan en el cuello de Obama señales de un reptil comandado por Monsanto.
Y Monsanto escucha todo eso -la información seria y la inexplicable- y calla. Y así, resguardados en ese silencio ominoso despliegan su mejor estrategia: lograr que otros peleen o se rían en su nombre.
***
“Hola Francisco me interesaría concretar esa charla que me habías propuesto. Tengo varias cosas que me gustaría preguntarles”, escribí unos días antes de viajar a Córdoba.
“Hola Soledad, no me olvidé de nuestra reunión, lo tengo re presente, pero el bloqueo a nuestra planta de Córdoba nos tiene ocupadísimos”, respondió enseguida. “¿Semana que viene?”.
“Dale. ¿Miércoles por la mañana? Tengo una serie de preguntas. ¿Puedo llevar grabador?”
“Preferiría que hagas llegar todo por escrito y nosotros te contestamos por escrito. Hablemos tranquilos igual. En off”.
Le aclaré que iría como periodista, que aunque no fuera con grabador, me interesaba utilizar la información para posibles artículos.
No me respondió entonces sino dos días después, también por mail: “Te paso aquí varias cosas que hacen a la otra campana.
“Tarea para el fin de semana. Realmente te sugiero que leas a Mark Lynas. Ex ambientalista convertido que a nosotros no nos quiere, pero que si quiere la biotecnología”, terminaba.
Conocía a Mark Lynas, un famoso activista contra el cambio climático, colaborador de medios como The Observer y Ecologist y creador de la película The age of Stupid, que intempestiva y sospechosamente a comienzos de 2013 empezó a dejar de defender lo que había defendido. “Lamento haber iniciado el movimiento anti-transgénico a mediados de los 90 ya que con ello ayudé a demonizar una importante opción tecnológica que puede utilizarse en beneficio del medio ambiente”, dijo, haciendo que uno se preguntara: ¿Qué hace que una persona que piensa A, de repente, empiece a decir “A es lo peor”?
Frente a la Plaza San Martín de Retiro, entre una tarjeta de crédito y una compañía de seguros, se despliegan los pisos de Monsanto en Capital Federal. El departamento de finanzas, de comunicación, de desarrollo, de legales. Paredes de ascensores ploteados de verde, gigantografías de maíz. Una especie de agro porn que un poco asusta. Sillones de un cuerpo armados, tapizados de un lila gastado que se funde con un marrón pálido. Una mesa ratona con revistas de negocios para el campo: problemas en el campo, soluciones para el campo. La recepcionista –pelo negro encrespado, ojos redondeados, sonrisa extática, y fervorosa simpatía—, la luz tenue, el silencio de un mundo de oficinas que se oculta tras una puerta de vidrio que muestra una pared de durlock verde pálido.
Según la consultora Great Place to Work, que tiene por cliente a Monsanto, Monsanto es una de las 10 mejores empresas para trabajar en Argentina.
Francisco Do Pico es alto, rubio, de ojos claros y dientes grandes. “Esto es Monsanto”, dice mientras me conduce por los pasillos asfixiantes –típico salón de mega empresa- hacia una oficina cerrada: “Reacomodamos el lugar y ahora se parece a las oficinas de Google”. Boxes con sus separadores que antes llegaban al techo serruchados a la mitad. Un lugar que empieza y termina en sí mismo como una cápsula de escritorios, donde ahora todos hacen lo que unos meses antes no: se ven las caras.
La oficina a la que me invita a pasar es una computadora, un escritorio, cuatro sillas, papeles. Una oficina genérica. Francisco se sienta de cara a la computadora. Yo me siento entre dos chicas: una rubia y una morocha que manejan la comunicación de la empresa hacia adentro y hacia afuera. Él estudió ciencias políticas y atiende los asuntos gubernamentales de Monsanto como hace poco atendía los de Siemens. Ellas son periodistas: la morocha está aprendiendo, la rubia ya ama el agro. A los tres les faltan años para llegar a los 40. Sobre la mesa, portarretratos con fotos familiares. En la pared, dibujitos de los marcianos de Mi Villano Favorito.
Monsanto habla en off para decir lo mismo que en on y lo mismo que dicen de un modo u otro los doce documentos que me mandó Francisco como “tarea para el fin de semana”, además de la conferencia de Lynas. Explicaciones sobre la agricultura de avanzada. Sus métodos de superproducción que, aprendieron a comunicar, es el único modo de detener el hambre. Las ventajas del glifosato sobre otros químicos y los problemas agrícolas que devienen no de sus combos tecnológicos sino del mal uso que hacen de eso los productores. Una teoría cada vez más endeble: porque o los productores del mundo son todos inoperantes, o la naturaleza responde a pies juntillas a la teoría de la evolución y no hay forma –ya lo demostraron las cucarachas- de que la química sea la que ponga el punto final.
— Monsanto no fumiga —dice la rubia de saco rojo y camisa blanca— No podemos hacernos responsables del mal uso de la tecnología.
¿Y si es la tecnología, que no tiene en cuenta todo ese devenir natural del medioambiente la que falla?
No. Eso nunca sucede.
La charla se estanca en tecnicismos. Aburre.
Les pregunto qué se siente. Cuando van a un asado, en las reuniones escolares, entre amigos; si no les produce nada que los miren raro cuando dicen que trabajan en Monsanto.
La media sonrisa de Francisco, la mirada esquiva de la morocha, el ruido de la silla de la rubia. Sin hablar, cada uno a su modo parece decir que sí.
— Hay muchos mitos en torno a Monsanto —dice Francisco.
La oficina respira la misma ligereza que se respira en todas las oficinas corporativas: algo que hace que la vida parezca un poco un juego o una serie de televisión. La realidad –la del campo, la del acampe, la de los pueblos fumigados– parece del otro lado de un vidrio, algo de lo que acá se está a salvo, igual que se está a salvo de un embotellamiento o una manifestación desde el ventanal de un piso alto.
Me preguntan por qué no pedí una entrevista antes siendo que me interesan estos temas. Les respondo que ellos no dan entrevistas. Me aseguran que sí, ponen esta reunión como ejemplo. Les recuerdo que no estoy autorizada ni a grabar.
Ninguno parece querer entender lo absurdo del planteo.
Francisco me acompaña hasta abajo. Tomamos un ascensor cubierto de bolsas plásticas sucias de restos de escombros. Me cuenta: Monsanto crece, abre más oficinas en el mismo edificio y amplía su personal. Monsanto da trabajo. Monsanto muestra un mundo claro como no es claro el funcionamiento de los ambientalistas, dice Francisco y, ya en el palier frente a los molinetes que me devolverán a la calle, aprovecha las vueltas de la charla para comparar la transparencia de un trabajo formal como el que ahí se ofrece, a la reacción colectiva de un grupo que dedica su tiempo a luchar contra esta empresa. Lo de los asambleístas no puede ser gratis.
—Nadie puede tener todo ese tiempo gratis, ¿viven del aire? —se pregunta—. No, el de los ambientalistas es un trabajo que alguien seguramente está pagando, deja entrever. Un alguien mucho más dudoso y oscuro. Multinacionales que navegan por las tinieblas del capitalismo verde construido para voltear al capitalismo de ley que ellos sostienen. O peor, la compentencia. Hay una teroría muy difundida en torno a eso: los movimientos anti Monsanto estaría patrocinados por las otras químicas.
—Tenelo en cuenta —me dice antes de despedirnos—. Averiguá, preguntá, investigá ahí también.
Le digo que sí, que pierda cuidado. Pero insiste. Insiste y me recuerda que sabe que yo tenía intenciones de ir al acampe.
—Ya que te vas a juntar con ellos está bueno que lo hagas con el mapa de situación completo.
—Hay cosas que son re injustas —dice mirándome a los ojos.
—¿Por ejemplo?
— Por ejemplo que en el país hay más de 40 plantas iguales y de repente bloquean esta. ¿Por qué Monsanto? Eso es re injusto.
La lucha contra Monsanto tiene un alto componente emocional. Sobre todo en nuestro país donde los que lo enfrentan fueron víctimas del innegable aumento de índice de enfermedades que aparecieron en sus pueblos con las fumigaciones. Para ellos Monsanto es, sobre todo, un símbolo. Es el siglo XX intoxicado por el abuso de la química, la debilidad de los Estados frente a las corporaciones, o su alianza. Monocultivos que no alimentan personas sino animales y que se extienden sobre todo el planeta.
Para los empleados encargados de la imagen de Monsanto (que están ahí como podrían estar en Adidas o en Mac) parece ser difícil entender que son un símbolo pero, sobre todo, parece ser difícil convencer a alguien de otra cosa.
***
Mi libro habla de esto: de que nuestro sistema de producción de alimentos está en crisis. Expulsa agricultores y no produce alimentos sanos y de buena calidad que estén al alcance de todos. Tenemos el 57 por ciento de las tierras cultivables ocupadas por soja transgénica que se exporta en más del 90 por ciento para alimentar animales en China y generar biocombustibles. Nuestros alimentos están en franca desaparición. Alcanza con darse una vuelta por la verdulería: cada vez hay menos variedad y los precios parecen incontenibles. Pero en lugar de pensar en rediseñar la matriz para posibilitar el acceso a la comida, se está plantando soja hasta en La Matanza y muchas instituciones –entre las que se cuentan muchas universidades- parecen concentradas en alentar el modelo.
Una semana antes de llegar a Córdoba recibí un nuevo mail de Francisco Do Pico.
“Soledad: Quería compartir con vos lo que me pasó ayer. Ojalá esto te sirva para abrir un poco tu mente, ya que tu libro sólo publica una campana de la realidad. Yo soy un empleado, convencido de lo que hago, y no merezco haber sufrido lo que sufrí ayer y todavía padezco hoy. Ojalá aproveches tu viaje a Córdoba para repudiar este acto”.
El mail estaba acompañado por un video en el que se lo veía dictando una charla para alumnos en la Facultad de Ingeniería Química de la Universidad del Litoral, cuando un grupo de alumnos junto a Sofía Gatica, líder de las madres de Ituzaingó, ingresaba al aula donde ellos hablaban y con cánticos los hacía abandonar la sala. No se veían golpes ni escupitajos. Sí se escuchaban insultos, se sentía la encerrona. Sí era un escrache y como todo escrache, era una situación intimidante. Le respondí que así como no compartía el trabajo de su empresa, no compartía ninguna forma de agresión. “Espero que estés bien”, le dije.
Y luego no hablé más.

Es imposible establecer un correlato entre lo que sigue y el resto de las cosas pero así devinieron los días.
Acababa de imprimir los pasajes a Córdoba cuando me enviaron la foto: mi cara con el logo de Monsanto en fucsia estampado en la frente.
La foto conducía a una nota, escrita como una denuncia apurada que se titulaba: “Desenmascarando a Soledad Barruti”. Allí explicaban que habían descubierto que yo no era periodista sino una especie de agente encubierto de Monsanto para colar los mensajes de la compañía en la prensa. De un modo solapado mi misión era generar una confusión colectiva de la que ya no se podría salir.
En sólo 24 horas la nota se había viralizado en Facebook y en cadenas de mail.
En 48 horas, llegaba a mi correo otra nota diciendo lo mismo con otras palabras en el mismo sitio (BWN). La primera estaba firmada por una tal Laura Cohen Star, la segunda por un tal Diego Ignacio Mur. Los insultos se propagaban en Twitter por una serie chicas –fotos de chicas lindas, violentas, y de origen alemán: Celeste Fassbinder, Lessly Daecher, Violeta Amsel. “¿Te creés que nadie se cuenta?” “¿Cuánto te paga Lord Rothschild?”, preguntaban entre hashtags similares: #BWNPatagonia #FuckMonsanto #FuckRothschild #FuckSionism. O algo así. Había chicos escribiendo, con mismos hashtags pero con menos violencia. Un tal Agustín, un tal Carlos, Diego Mur que retuiteaba todo.
La primera reacción fue no prestarle atención. Pero la segunda nota, sumada al llamado de mi madre, asustada, ¿Viste esto que me mandaron por mail?, terminó en un llamado a Pablo Slonimski, abogado de la editorial Planeta, que publicó el libro, para que hiciera algo.
—¿Qué?
—Algo. Eso que hacen las personas cuando las difaman. Mandan cartas documento, esas cosas.
—No es tan fácil eso.
—¿Por qué no?
—Primero tenés que buscar un nombre, una dirección a donde mandarla y, por último, lograr que te den bola. Tené en cuenta que no sabés ni quién está haciendo esto ni por qué.
—¿Y qué hago?
—Primero averiguá.
Detrás de todos esos nombres no encontré más que una persona real: Diego Ignacio Mur. El resto parecían ser perfiles falsos manejados por él, con fotos tomadas de fotologs o páginas porno. De Mur no pude averiguar mucho: se trataba de un técnico en computación de poco más de 40 años que vivía en El Bolsón y mantenía un Blog (BWN o Bondwana Argentina). Ahí publicaba artículos de lo más diversos: anti vacunación, anti Greenpeace, anti marihuana, y, sobre todo, anti judíos. Entre la “información” aseguraba que el HIV es una enfermedad provocada por los antibióticos y las vacunas, el cáncer es un hongo o el único recurso que le queda al cuerpo para su supervivencia, y los transgénicos son un plan maestro de envenenamiento silencioso de la población para establecer un nuevo orden mundial.
“Monsanto es una corporación asesina, genocida, cancerígena y judía”, escriben diariamente cada uno de los presuntos avatares de Mur (todas esas chicas de twitter) mientras alientan una y otra vez el escrache público de cualquiera que trabaje ahí, empezando por el CEO de la compañía.
A pesar de la propaganda antisemita, el blog no fue prohibido sino que devino en diario –El Bolsón Web- y, entre notas de turismo y búsqueda de promotoras, cuenta con publicidades y (según datos de Mur) con cien mil visitas diarias.
Encontrarse de pronto frente a este universo despierta ante todo impotencia. No hay herramientas frente al absurdo como no hay armas que se puedan usar contra los fantasmas.
—Armemos un comunicado — me propusieron en la editorial.
Pero ante noticias como: “CFK obliga a las embarazadas a aplicarse una vacuna que puede producir abortos”, o “Niños vacunados padecen un 500% más de enfermedades que los no vacunados” o “Adolescente demuestra que el holocausto no existió y se saca un diez en el colegio”, cualquier respuesta parecía ridícula.
Sin dirección legal a la que responder, lo que más me preocupaba era saber con qué reacción me encontraría en el acampe. Porque en la página web de BWN, entre todas esas notas descabelladas había videos sobre y desde el acampe: entrevistas a Sofía Gatica, talleres sobre “medicina alternativa”, notas de apoyo, de aparente alianza. BWN era, de cara a sus lectores, un activista más. Y, de cara a los que apoyan Monsanto, la prueba cabal de que sus detractores son personas desinformadas y violentas.
***
El acampe de Malvinas Argentinas empieza a la vera de la ruta, sobre una banquina ancha. Ya son cinco puestos cubriendo el perímetro de 36 hectáreas. En cada carpa desde hace meses los chicos duermen sobre el suelo, entre el calor, el frío, la lluvia y las bucólicas ganas de que esto funcione. El primer puesto –La escuelita– es el único que no da al camino. El puesto dos –La tranquera– tiene música y chicos con rastas que se depliegan por todo el espacio de cara al sol rabioso y seco que rebota desde la ruta. El tres –Amaranto– está a pocos metros de distancia y es ya una especie de ecoaldea: una casa de adobe con cocina, despensa para guardar las donaciones –de comida, de ropa, de agua– y huerta orgánica: gomas de auto en desuso que contienen la germinación de maíz, de tomate, de pimientos y de plantas de amaranto: una planta que para los productores de soja es maleza, pero que en algunas variedades da nutritivos cereales. El puesto cuatro –El Che Guevara– ostenta una donación tan útil como simbólica: la carpa que utilizaron durante todos sus años de lucha los asambleístas de Famatina que lograron expulsar a la minera Barrick Gold. Finalmente el cinco es una sola carpa adentro del predio de Monsanto, Vaca Muerta la llaman, en honor al animal que yace pudriéndose entre las moscas a escasos pasos de ahí.
El acampe cuenta con una asamblea –Malvinas lucha por la vida- que trabaja junto con las Madres de Ituzaingó. Pero también reciben el apoyo de recién llegados a la militancia, referentes emblemáticos de las luchas sociales, médicos, biólogos, universidades como la Universidad Nacional de Córdoba, la Universidad Nacional de Río Cuarto  y Universidad Católica de Córdoba. El día a día se respira festivo pero también nervioso. Entre los vecinos del pueblo, todo es más difuso: de los cientos de locales que había al comienzo quedan cada vez menos, porque cuando empezaron los aprietes muchos se fueron para no volver. Algunos por miedo, otros porque empezaron a ver con malos ojos los problemas y al mismo tiempo a atender las promesas de Monsanto (trabajo, prosperidad, seguridad) y de la intendencia (planes sociales, canastas de comida, seguridad). En la asamblea también hubo varios desencuentros que se expandieron por las redes sociales: chispazos que nadie podría decir cómo empezaron pero que generaron quiebres difíciles de resolver.
“Acá resistimos lo que sea, de acá no nos vamos si no es en un cajón”, dice Sofía Gatica.
Ella no duerme en el acampe porque trabaja de administrativa en la ciudad pero está en cada asamblea, cada marcha, cada vez que puede. A pocas semanas de iniciado el acampe la amenazaron de muerte cuando estaba tomándose el colectivo para ir a trabajar y a los pocos días la agarraron a los golpes en una esquina. Está segura que el que la golpeó había estado en las marchas contra
Monsanto, caminando a su lado, como un activista más.
—¿Sofía no vio lo de BWN?, le pregunto a Virginia cuando nos quedamos solas.
— ¿Lo que dicen de vos y Monsanto? No sé si lo vio con todo lo que pasó últimamente. Yo sí vi lo que escribieron, muchos lo vieron, pero yo leí tu libro y les dije: no se puede creer en esa gente. Están medio locos, ¿no?
Virginia me cuenta que los últimos días los malvinenses empezaron a recibir llamados invitándolos a participar de una encuesta telefónica. “Las preguntas que les hacían eran increíbles: ¿A quién reconoce como referente del acampe?, les preguntan. O: ¿Usted cree que hay que reprimir? Contra eso luchamos todo el tiempo”.
Por suerte, dice, a favor tiene miles de adhesiones que llegan de todo el mundo. Partidos de izquierda como el MST y el Partido Obrero, intelectuales como Maristella Svampa, Norma Giarracca y Miguel Teubal. Médicos y científicos que ya son emblema de estos movimientos: el biólogo molecular Andrés Carrasco, el neonatólogo Medardo Ávila Vázquez y el biólogo Raúl Montenegro. También Pérez EsquivelManu Chao, y el cantante Axel que tuitea a su millón y medio de seguidores por qué es necesario seguir unidos contra esa empresa. O Botafogo, que les cantó en vivo por C5N.
Todo un espectáculo internacional que a Monsanto, quien finalmente reconoció públicamente que tiene problemas de imagen lo agarra malparado (“No hemos empleado lo necesario para hablar con los consumidores y los medios de comunicación” (que se oponen a la biotecnología) dijo Robert Fraley, vicepresidente de la compañía). En los últimos meses Monsanto rearmó su página web incluyendo preguntas y respuestas, contrató a empresas expertas en relaciones públicas y realizó cambios en su staff, incorporando personas más jóvenes, como Do Pico, en la sede local. El propósito: dejar claro que no son una empresa de temer sino un grupo de personas inteligentes y amigables destinado a dar de comer al mundo y, ahora también, hablar con periodistas, comunicar sus proyectos a la sociedad, oír y debatir con sus detractores.
Pero ¿qué es realmente Monsanto?
“Soledad: Sin ánimo de ofender, no creo que en este asunto estés actuando como periodista sino más bien como activista. Que sigas bien”, me escribió Francisco la mañana siguiente a que visité el acampe. En el correo, lamentaba que me hubiera sacado fotos con Sofía Gatica.
La misma mañana en BWN saldría una nueva nota diciendo que yo había salido de un casting de la compañía. Al lado de mi foto junto a Gatica había un epígrafe: a la izquierda, Soledad Barruti, de Monsanto, a la derecha Sofía Gatica.
¿Podría encontrar algún modo de hilvanar esos hechos?
Según el último reporte del Center for Corporate Policy (CCP) en Washington, uno de cada cuatro activistas en cualquier movimiento es en realidad un infiltrado para hacer espionaje (un espionaje de película con escuchas y operaciones y agentes de gobierno incluidos). Entre las empresas que harían inteligencia sobre sus detractores –activistas, periodistas, científicos—estaría Monsanto. El servicio de seguridad de elite llamado unos meses atrás Blackwater y ahora Academi, habría sido, según el informe, “el brazo de inteligencia de Monsanto; proveyendo agentes infiltrados”.
Le comento esto a Beba ya de vuelta en Buenos Aires y le pregunto si ella cree que entre ellos hay infiltrados, si no tienen miedo.
—No te quepa ninguna duda M´hija. Ya hemos descubierto a más de uno, y todo el tiempo nos quieren hacer pelear. Y algunos se enganchan en las pelea. Al mismo tiempo Monsanto aprovecha y está queriendo conquistar a los vecinos para que, cuando haya asamblea popular, voten a favor de la instalación de la planta. Pero en la Asamblea, la lucha por la vida es fuerte. No lo van a lograr.
Por: Soledad Barruti
Ilustraciones: Pablo Smerling
 http://www.pararelmundo.com/opinion/el-periodismo-segun-monsanto-por-soledad-barruti/

Historia de un Ironman


miércoles, 28 de mayo de 2014

Overwhelming the Illusion



65 461

by Zen Gardner
They don’t own the earth. They don’t own you and me. They don’t own all their stupid secret symbols. They don’t own the present, they don’t own the future. They don’t even own themselves.
They’re usurpers, in every sense of the word. And absolutely nothing to fear.
That these invading power freaks striving to control the world should try to lay claim to some secret knowledge and power source that’s superior to everything else is a fraud. That they think they can bring on world changing events that result in national clampdowns and population reduction is their personal nightmare in the making.
And we need to see it for what it is. A spiritual charade. While we have to deal with their very real machinations they’ve unleashed to destroy the earth and most of its inhabitants for whatever sick reason they conjure, they have no superior super powers to fear.
The nightmare is theirs, not ours. We just have to deal with the fallout from their insanity. But we can do so consciously and with great peace of mind and heart in spite of all of their efforts to induce fear.
The fact is, there is no secret but that which is willfully withheld or deliberately ignored. And to the conscious, nothing is hidden that cannot be revealed.

Their Puny Pride Is on the Run

So much of the big lie that we’re witnessing on the world stage is simply projected pride – the big, fat, stinking manufactured pride of pathological egomaniacs reinforcing a fabricated world of their ugly, demented imaginations. Whether world conquest piggy-backing on natural and manufactured catastrophes, or attempting to morph humanity and terraform our environment to meet their specifications for world control, it’s all defensive.
They’re scared.
It is they who are running and hiding from something so incredibly powerful they have to erect giant sand castles to hide behind while they attempt to exterminate all those who carry this amazing potential to realize Truth.
Us. An awakened and empowered us is what they’re absolutely frightened of. And like the cowardly bullies in the playground, they know their time is almost up.
Our warfare is a spiritual one. Whether we encase this understanding in one of the more classic frameworks or see it completely metaphysically, the play we’re witnessing is nothing to fear. The feverish power struggles and social engineering taking place on such a massive scale are all based in fear.
Fear of you, and fear of me. Because we represent the potential connection to Truth. And their inevitable downfall.
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Evil Pentagram fruit? Or nature’s true meaning of love and beauty.

Example: Co-opting Nature’s Sacred Geometry

A perfect example of this shadowy charade is the “Brotherhood’s” usurpation of symbols.
While we know this supplanting of authority is true about their false hierarchy and self-imposed “ownership” of land and other natural and even human resources, they’ve cleverly tried to co-opt the inherent powers of the so-called mystery schools, the language of which is numbers and symbols.
What people forget is almost all of these symbols occur naturally with wonderful positive, regenerative properties. What these lying entities have done is simply attach negative and destructive and abusive connotations to anything they can. A perfect example of how once you’re wrapped up in their world of interpretation with an abusive, violent world around you to back it up, you begin to think the lie is true.
Therein lies their only power. Our “belief” via our attention and entertaining of their notions which are empowered to appear real only by our participation. Turn it off. Turn off their sources–mainstream media, staged events, manipulated music, shallow publicity, even old thought patterns and phony personal responses and relationships.
It’s time to get real.
Remember, their whole plan is designed to replace reality with a false matrix of power that’s fed by fear. Don’t dwell on it, but see it for what it is. And reverse the flow.
Each one of us changes the present and future direction of Spaceship Earth.
awaken

Uncork the X-Factor

By our very clarity of understanding, our conscious awareness of the Truth and our not submitting to their web of deceit, we throw off the illusory shackles of the would-be controllers. Just one person’s total lack of fear, not giving any obeisance to their societal, political, economic or physical oppression network, is a flame in their flimsy cobweb.
Be it.
They’re lying usurpers..but it only works with our agreement. Our conscious awareness, as vague as that may seem to some, is the ultimate weapon. And it starts with waking the hell up and then keep waking up…rattling as many other cages as we can in the process. It’s not always a smooth process, but it requires honesty and guts.
And cutting the bullshit.
As our collective consciousness grows more awake and aware it gains power and tremendous momentum. The x-factor is synchronicity.  When each of us responds to Universal consciousness things change dramatically. Life’s signs become increasingly apparent and start challenging and leading our lives more and more, activating them in ways we never knew possible and giving us a tremendously powerful influence over the world around us.
With each and every wake up the war is won.
It was won in the beginning. We just need to stop believing the illusions around us and acting on our true conscience.
At that point it becomes Now.
And a very inspiring one at that!
Love, Zen

Big Sugar


martes, 27 de mayo de 2014

La otra cara de la potencia mundial


Elena Álvarez-Buylla

"Los transgénicos son una bomba atómica con vida propia"

La doctora en genética molecular Elena Álvarez-Buylla batalla en contra de los cultivos genéticamente modificados: "Somos sujetos de un experimento global, sin control ni consentimiento", asegura
Este riesgo "sólo se justifica por las ganancias privadas de las grandes corporaciones", afirma
La doctora en genética molecular, Elena Álvarez-Buylla, crítica con los transgénicos.
La doctora en genética molecular, Elena Álvarez-Buylla, crítica con los transgénicos.

Fue una bomba. Una prestigiosa revista publicó en septiembre de 2012 un estudio del francés Gilles-Eric Séralini que relacionaba el consumo de maíz transgénico con la formación de tumores. Un año después, la revista que publicó el trabajole exigió su retirada. Ese desacreditado trabajo ha acentuado las suspicacias sobre las sentencias definitivas a favor o en contra de la modificación genética de semillas. En España las voces discrepantes se relacionan con ambientalistas mientras que los apoyos a esta tecnología se ligan a científicos.
La mexicana Elena Álvarez-Buylla se sale de ese modelo. Y está orgullosa de ello. Doctora en genética molecular y coordinadora del laboratorio de Genética Molecular del Desarrollo de la Universidad Autónoma de México –y con 106 publicaciones científicas a sus espaldas– no esconde su batalla personal contra estos cultivos.
Hay analistas que aseguran que hay un consenso internacional científico sobre los transgénicos, que no existen diferencias entre unos alimentos y otros...
Es totalmente falso que los transgénicos sean iguales a los silvestres. Hay evidencias que indican que, por ejemplo, la soja transgénica es nutricionalmente distinta, además de que la mayoría se rocía con grandes cantidades de glifosato –un agrotóxico– que penetra en las células y es nocivo para la salud. Y nos lo estamos comiendo. Estamos siendo sujetos de un experimento global sin controles y sin consentimiento, el experimento de una tecnología incipiente y a la vez obsoleta que, por razones científicas, tendría que ser suspendida.
¿En qué sentido?
Teniendo en cuenta los datos científicos y el puro sentido común, los organismos transgénicos no pueden ser iguales a los no transgénicos. Es una falsedad asegurar que un organismo puede ser equivalente después de que le introduzcas un solo transgen. Una pequeña perturbación en sistemas complejos, como un ser vivo, tiene consecuencias que no se pueden enumerar. Y mucho menos predecir las consecuencias en las interacciones con otros genes y la síntesis de muchas sustancias. El efecto de un gen (o un transgen) depende no sólo de sí mismo, sino de sus interacciones con otros genes y proteínas, y de la interacción del organismo transgénico con el ambiente.
¿De qué tipo de consecuencias habla?
Hay plantas que presentan moléculas distintas, no asociadas al gen producido sino a otros genes, los que se han alterado a su vez por esta modificación. Pero, además, el maíz o la soja están incorporando a sus células el herbicida al que son resistentes por la modificación genética. El glifosato –está probado– es un teratógeno (que produce malformaciones en el feto) y es posiblemente cancerígeno. Las plantas resisten ese veneno y lo incorporan, por lo que pasa a la cadena alimenticia.
¿También hay consecuencias para el medio ambiente?
Basta con que les vayan a preguntar a los agricultores americanos cuánto se están gastando ahora mismo en controlar las supermalezas que han crecido en las explotaciones de transgénicos que, después de muchos años, se han hecho resistentes al glifosato, al herbicida. Los organismos evolucionan y ya hay variedades de maleza que aguantan los herbicidas. Ahora amenazan con transgénicos que resisten a múltiples agrotóxicos; algunos aún más tóxicos que el glifosato.
Es totalmente falso que no haya diferencias entre un alimento transgénico y otro que no lo es

¿Por qué defiende que se trata de una tecnología inútil?
La llamo pseudotecnología. Las variedades que comercializan las corporaciones se obtienen por ensayo-error. Es como si al vender un coche dijeran: 'Prueba este... Ah no, no va. Toma otro'. Se eligen las porciones de ADN que se quieren inocular en la planta y se colocan en diversos puntos de la cadena de ADN. Luego se ve cómo se desarrollan los ejemplares en el laboratorio, qué efecto ha tenido. ¿Cómo se analizan las plantas? A ojo. No con un estudio metabólico exhaustivo que sí podría revelar alteraciones aunque no estén, en teoría, implicadas en el gen que se ha modificado. Porque las redes que hacen interactuar los genes de un organismo son muy complejas. No son corto y pego, y ahí se queda el efecto. Rebotan por donde nadie se imagina.
¿Entonces qué es lo que sale de los laboratorios?
La empresa selecciona lo que quiere en esas condiciones de laboratorio. Desarrolla una línea para vender, la diferente de la silvestre. Pero los genes se mueven en el polen a miles de kilómetros de distancia. Por eso lo que se haga en España afectará a los vecinos. Lo que se hizo en EEUU ya contaminó el centro de origen del maíz mundial, que está en México. El polen viaja y hace germinar con su gen transgénico.
El contexto alrededor y las interacciones de esas plantas son ya diferentes. Con lo que las plantas que contengan el gen modificado por la empresa ya no serán como cuando se han producido en el laboratorio. Las hijas de esa planta llevarán ese transgen. Se irán acumulando transgenes. Está demostrado que no se pueden parar y controlar. Los transgenes se mueven y se acumulan en las razas nativas de los cultivos.

Tal y como usted lo plantea, es una 'contaminación' imparable.

La propia industria ha reconocido que lo poderoso de esta tecnología es que se va a implantar sin esfuerzo y cuando la gente se dé cuenta ya no va haber nada que hacer. Las secuencias genéticas patentadas se acaban acumulando en los cultivos originales. Y entonces, las empresas podrían hasta demandar a esos agricultores por utilizar una variedad sobre la que tienen una patente de exclusividad. Aunque sea el maíz nativo que esté contaminado.

De hecho, cuando se compra semilla transgénica estás obligado a destruir lo que no utilices en la cosecha. El único que tiene derechos sobre la reproducción de vegetal de esa semilla es la corporación. No se puede ni utilizar las semillas obtenidas con la cosecha.

¿Usted asegura que se asumen riesgos sólo para favorecer el negocio?
Claro. La gente está siendo sujeta a este riesgo público a favor de las ganancias privadas. Porque eso es lo único que hay detrás, de verdad. Existe por razones de lucro. ¿Queremos tirar la bomba atómica a ver qué pasa? Esto es una bomba atómica pero con vida propia. Es una contaminación que va atener su propia dinámica evolutiva y a los responsables de este crimen contra la humanidad no se les va a poder pedir cuentas.

¿Por qué?
Pues de entrada porque no se está etiquetando en la mayoría de los países latinoamericanos (Nota: En Europa sí en el caso de que sea para alimento humano directo, aunque el 100% de los piensos están etiquetados como transgénicos porque hay tanto maíz importado –la mayoría transgénico– que los fabricantes han optado por decir que todo es transgénico).

Estamos en un mundo al revés donde la ciencia dominante, la ciencia del reduccionismo, muy obsoleta en el contexto actual pero con mucho poder económico, está validando con un traje falso en términos científicos una tecnología peligrosa y ambientalmente insustentable.

¿Usted niega los efectos beneficiosos de los transgénicos para aliviar el hambre en el mundo?

La realidad son grandes extensiones de soja transgénica resistente a glifosato. Grandes explotaciones de monocultivo. No hay que desenfocar. No hay que dejarse llevar por ese engaño. Por ejemplo, el arroz dorado que se ha introducido en Asia con un gen para dotarle de una vitamina de la que son deficientes los niños y que provoca ceguera. ¡Pero los niños son deficientes en esa vitamina porque no comen! Y para solventar la deficiencia tendrían que comer kilos de arroz dorado. Eso es irreal. Mejor unas verduritas. Desde un punto de vista tecnológico, científico y social se necesita solventar el problema de reparto de alimentos, no cultivar el arroz dorado que es sólo para hacer propaganda a favor de los transgénicos.
Son muchas las voces que defienden que es una tecnología extendida y eficiente. 

Existe un mito conveniente: si ya están en todos los lados, y no hay remedio, ya no podemos hacer nada. Desde el punto de vista de resolución de los problemas agrícolas del mundo, los transgénicos han aportado cero. Los han empeorado. Si es una tecnología que no resuelve los verdaderos problemas y tiene riesgos…. ¿para qué se apoya? El que cada vez se coma más comida chatarra no quiere decir que sea buena.
¿Por qué hay cultivos modificados genéticamente y otros en los que esta tecnología no se aplica?
Por el negocio. Que está en la soja y el maíz. Existen transgénicos de arroz, pero los japoneses están cuidándolo muchísimo para que no se extienda porque es la base de su alimentación. También hay berenjena, tomate… pero el negocio está en la soja y el maíz.

¿Y el trigo?
Que no haya trigo transgénico es uno de los argumentos que demuestran que sí se sabe que hay consecuencias con estos cultivos. ¿Dónde se come trigo? En Estados Unidos, Europa y Canadá. ¿Dónde está la gente más rica? El trigo está muy cuidado. Sería facilísimo modificarlo pero la gente del Primer Mundo no está dispuesta a tener en su mesa trigo transgénico todos los días. Sí que en los laboratorios lo modifican en experimentos… pero como propaganda. Está protegidísimo. Y claro que hay problemas de plagas y demás con el trigo pero se resuelven de manera más inteligente que con transgénicos.

España se ha quedado sola en el mundo de los transgénicos en Europa. ¿Tiene explicación?

Las empresas tienen mucha influencia con los gobiernos pero las poblaciones de Alemania, Francia o Gran Bretaña tienen un rechazo público muy fuerte a los transgénicos…. ¿y dónde se mantiene el acuerdo de negocio sin motivo tecnológico o humanitario? En España.

lunes, 26 de mayo de 2014

Jane Goodall

Over the course of 45 years studying the chimpanzees of Gombe Stream National Park in Tanzania, Jane Goodall revolutionized our understanding of our closest primate relatives. A champion of animal conservation and the author of 26 books, she turns her attention for the first time to plants with Seeds of Hope: Wisdom and Wonder from the World of Plants, to be published April 2 and excerpted in the March issue of Smithsonian.
As one of the world’s most renowned animal researchers, what made you decide to write a book about plants?
For my last book about saving endangered animals from extinction, I wrote a long section about plants, but my publisher said the book was way too long, so apart from one or two examples, the plants got left out. I was particularly upset because the botanists and horticulturalists had been so cooperative and excited that their stuff was going to get into my book, and I thought it’d be really mean to leave it out. So my first idea was just to add a bit to that section and put it out as a slim volume. But the plants seemed to think otherwise. It was almost as though they put their roots into my brain saying, “Look, Jane, you’ve spent all your life talking about animals, and now it’s our turn.”
So it morphed. It started simple, just about rescuing endangered plants from extinction, but then that needed some kind of introduction to answer this question you ask. And then I’ve always loved trees and forests, so they decided that they wanted a prominent place, and so one thing led to another.
Do you have any particular memories from your life in which you felt close to plants?
The tree I had in the garden as a child, my beech tree, I used to climb up there and spend hours. I took my homework up there, my books, I went up there if I was sad, and it just felt very good to be up there among the green leaves and the birds and the sky. All around our home in Bournemouth, [England], there were wild cliffs with trees, and pines, and I just came to really love trees. Of course, reading books about Tarzan, I fell in love with the jungle—as we called it then—and that was part of my dream of wanting to go to Africa, to be out in the forest.
Ecologically, when people think about endangered species, they mostly consider animals. Why should we be concerned about plants?
For one thing, without plants, we wouldn’t exist—everything eats plants, or it eats animals that live on plants. So for the entire ecosystem, plants are the underpinning. If you start to restore an area, you start with the plants, and then the insects appear, and then the birds follow, and mammals come along. Also, plants are fantastic at removing impurities from the soil. And the forests play this incredibly important role in sequestering carbon dioxide.
But it’s also more than that. It’s been proven by quite a few studies that plants are good for our psychological development. If you green an area, the rate of crime goes down. Torture victims begin to recover when they spend time outside in a garden with flowers. So we need them, in some deep psychological sense, which I don’t suppose anybody really understands yet.
You’re most well known for your work with chimps. Should we be just as concerned about their future? How endangered are they right now, compared to when you first started working with them?
Back then, we said there were somewhere between one and two million wild chimps. Now, there are 300,000, maximum. They’re spread over 21 countries, and many of them—like the Gombe chimps—are in small fragmented remnant populations, which in the long term won’t survive.
What are some solutions?
First of all, there are different ways to address different threats. One threat, which is what the Gombe chimps face, is habitat destruction and human population growth. What we’ve introduced recently is a high-resolution mapping GIS system, so [locals] can sit down with these high-resolution maps and actually see where their village boundaries are, and work out which land they want to put under conservation
The other big threat is the use of bush meat, so that’s where education is important. In Uganda, because the chimps and people are living very closely together, we have an intensified effort to help the people and chimps find ways of living together, with buffer zones between the forest and people. But you also need to provide alternate ways of living, for hunters. You can’t just say, ‘Okay, stop hunting,’ because all their revenue is cut off.
Finally, tourism is a two-edged sword. Somehow, you have to bring money in, particularly as far as the governments are concerned—because why wouldn’t they want to make a fortune by selling off a forest concession to a logging company? So we have to try to find other ways to make money [to avoid logging.]
Do you still spend any times with chimps in the field?
Not really. I get back to Gombe twice a year, and sometimes I see the chimps, and sometimes I don’t—I’m not there for very long. I’m not as fit as I used to be, so if they’re way up at the top of the mountain, it’s tough. 
Do you miss being out in the field with them?
I do. A lot of it is just being out in the forest. But Gombe is very different for me, now. There are more tourists, wider trails, so it’s hard to be with chimps on your own. We don’t manage the tourism, so although there are rules about how many tourists can be with the chimps, the rules get interpreted in such a way that you can have three groups of six tourists all clustered around one chimp and her offspring. It’s very disturbing to me. But the chimps don’t seem to care that much. 
How does chimp behavior help us better understand human behavior?
Well, the part that always shocked me was the inter-community violence among the chimps: the patrols and the vicious attacks on strangers that lead to death. It’s an unfortunate parallel to human behavior—they have a dark side just as we do. We have less excuse, because we can deliberate, so I believe only we are capable of true calculated evil. 
What’s better about spending time with chimps rather than humans?
On the day-long follows that I used to do with mothers and their offspring—these chimp families that I knew so well—there was hardly a day when I didn’t learn something new about them. Little things, when you watch very closely, and try to understand how their experiences in early life affect subsequent behavior—seeing them change over the years.
One anecdote that I love was with Fifi, a mother that I loved so much. At the time she had two offspring: Freud, who was 6, and his little brother who was 1. Fifi was hanging around by a termite heap, resting, and Freud was bored, and an elderly male baboon came and sat down. Freud began sitting over his head, and kicking it with his feet. After a bit, this old male got irritated and stood up on his legs, and grabbed at Freud and roared at him. Freud screamed, and Fifi raced over and hit the baboon. It all calmed down again, and then Freud did the exact same thing, and the baboon punished him a little more, and Fifi raced over and protected him again. Then, it happened a third time, but this time, Fifi ran over and punished Freud! Those little things are insights into how their minds work, and what it’s like to be a chimp.


Read more: http://www.smithsonianmag.com/innovation/interview-jane-goodall-on-the-future-of-plants-and-chimps-24872217/#hmodmp27m7d67QPC.99
Give the gift of Smithsonian magazine for only $12! http://bit.ly/1cGUiGv
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domingo, 25 de mayo de 2014

What Happens After Death?

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What Happens After Death? New Theory Suggests Consciousness Moves To Another Universe
A book titled “Biocentrism: How Life and Consciousness Are the Keys to Understanding the Nature of the Universe“ has stirred up the internet, because it contained a notion that life does not end when the body dies, and it can last forever. The author of this publication, scientist Dr. Robert Lanza who was voted the 3rd most important scientist alive by the NY Times, has no doubts that this is possible.

BEYOND TIME AND SPACE

Lanza is an expert in regenerative medicine and scientific director of Advanced Cell Technology Company. Before, he had been known for his extensive research which dealt with stem cells, he was also famous for several successful experiments on cloning endangered animal species.
But not so long ago, the scientist became involved with physics, quantum mechanics and astrophysics. This explosive mixture has given birth to the new theory of biocentrism, which the professor has been preaching ever since. Biocentrism teaches that life and consciousness are fundamental to the universe. It is consciousness that creates the material universe, not the other way around.
Lanza points to the structure of the universe itself, and that the laws, forces, and constants of the universe appear to be fine-tuned for life, implying intelligence existed prior to matter. He also claims that space and time are not objects or things, but rather tools of our animal understanding. Lanza says that we carry space and time around with us “like turtles with shells.” meaning that when the shell comes off (space and time), we still exist.
The theory implies that death of consciousness simply does not exist. It only exists as a thought because people identify themselves with their body. They believe that the body is going to perish, sooner or later, thinking their consciousness will disappear too. If the body generates consciousness, then consciousness dies when the body dies. But if the body receives consciousness in the same way that a cable box receives satellite signals, then of course consciousness does not end at the death of the physical vehicle. In fact, consciousness exists outside of constraints of time and space. It is able to be anywhere: in the human body and outside of it. In other words, it is non-local in the same sense that quantum objects are non-local.
Lanza also believes that multiple universes can exist simultaneously. In one universe, the body can be dead. And in another it continues to exist, absorbing consciousness which migrated into this universe. This means that a dead person while traveling through the same tunnel ends up not in hell or in heaven, but in a similar world he or she once inhabited, but this time alive. And so on, infinitely. It’s almost like a cosmic Russian doll afterlife effect.

MULTIPLE WORLDS

This hope-instilling, but extremely controversial theory by Lanza has many unwitting supporters, not just mere mortals who want to live forever, but also some well-known scientists. These are the physicists and astrophysicists who tend to agree with existence of parallel worlds and who suggest the possibility of multiple universes. Multiverse (multi-universe) is a so-called scientific concept, which they defend. They believe that no physical laws exist which would prohibit the existence of parallel worlds.
The first one was a science fiction writer H.G. Wells who proclaimed in 1895 in his story “The Door in the Wall. And after 62 years, this idea was developed by Dr. Hugh Everett in his graduate thesis at the Princeton University. It basically posits that at any given moment the universe divides into countless similar instances. And the next moment, these “newborn” universes split in a similar fashion. In some of these worlds you may be present: reading this article in one universe, or watching TV in another.
The triggering factor for these multiplying worlds is our actions, explained Everett. If we make some choices, instantly one universe splits into two with different versions of outcomes.
In the 1980s, Andrei Linde, scientist from the Lebedev’s Institute of physics, developed the theory of multiple universes. He is now a professor at Stanford University. Linde explained: Space consists of many inflating spheres, which give rise to similar spheres, and those, in turn, produce spheres in even greater numbers, and so on to infinity. In the universe, they are spaced apart. They are not aware of each other’s existence. But they represent parts of the same physical universe.
The fact that our universe is not alone is supported by data received from the Planck space telescope. Using the data, scientists have created the most accurate map of the microwave background, the so-called cosmic relic background radiation, which has remained since the inception of our universe. They also found that the universe has a lot of dark recesses represented by some holes and extensive gaps.
Theoretical physicist Laura Mersini-Houghton from the North Carolina University with her colleagues argue: the anomalies of the microwave background exist due to the fact that our universe is influenced by other universes existing nearby. And holes and gaps are a direct result of attacks on us by neighboring universes.

SOUL

So, there is abundance of places or other universes where our soul could migrate after death, according to the theory of neo-biocentrism. But does the soul exist? Is there any scientific theory of consciousness that could accommodate such a claim? According to Dr. Stuart Hameroff, a near-death experience happens when the quantum information that inhabits the nervous system leaves the body and dissipates into the universe. Contrary to materialistic accounts of consciousness, Dr. Hameroff offers an alternative explanation of consciousness that can perhaps appeal to both the rational scientific mind and personal intuitions.
Consciousness resides, according to Stuart and British physicist Sir Roger Penrose, in the microtubules of the brain cells, which are the primary sites of quantum processing. Upon death, this information is released from your body, meaning that your consciousness goes with it. They have argued that our experience of consciousness is the result of quantum gravity effects in these microtubules, a theory which they dubbed orchestrated objective reduction (Orch-OR).
Consciousness, or at least proto-consciousness is theorized by them to be a fundamental property of the universe, present even at the first moment of the universe during the Big Bang. “In one such scheme proto-conscious experience is a basic property of physical reality accessible to a quantum process associated with brain activity.”
Our souls are in fact constructed from the very fabric of the universe – and may have existed since the beginning of time. Our brains are just receivers and amplifiers for the proto-consciousness that is intrinsic to the fabric of space-time. So is there really a part of your consciousness that is non-material and will live on after the death of your physical body?
Dr Hameroff told the Science Channel’s Through the Wormholedocumentary: “Let’s say the heart stops beating, the blood stops flowing, the microtubules lose their quantum state. The quantum information within the microtubules is not destroyed, it can’t be destroyed, it just distributes and dissipates to the universe at large.” Robert Lanza would add here that not only does it exist in the universe, it exists perhaps in another universe.
If the patient is resuscitated, revived, this quantum information can go back into the microtubules and the patient says “I had a near death experience”‘
He adds: “If they’re not revived, and the patient dies, it’s possible that this quantum information can exist outside the body, perhaps indefinitely, as a soul.”
This account of quantum consciousness explains things like near-death experiences, astral projection, out of body experiences, and even reincarnation without needing to appeal to religious ideology. The energy of your consciousness potentially gets recycled back into a different body at some point, and in the mean time it exists outside of the physical body on some other level of reality, and possibly in another universe.

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