jueves, 30 de noviembre de 2023
José Donoso
"Yo siento que todo escritor tiene que ser, en parte, un marginal. Yo creo que en todo escritor hay, de hecho, un marginal. Si un escritor no tiene en sí las posibilidades de marginalización o una veta marginal, si no tiene una trizadura de algún tipo, no puede nunca llegar a ser escritor. Muchas veces yo siento, por ejemplo, y lo veo, cómo a gente que estudia en mis talleres, gente talentosa, inteligente, leída, sensible, etc., le falta cierta trizadura o pertenecen demasiado íntegramente a una clase social, con la cual se identifica. Yo creo que una persona que es demasiado íntegramente parte de una clase social, estructurada, como son las clases sociales en Chile, esas personas, pienso, no pueden llegar a una grandeza literaria".
Ramón Gener
Bueno, ¿sabes que existe esa palabra de ‘beatlemania’? ‘Beatlemanía’, dijéramos. Y… Todo el mundo piensa que es un invento de cuando en los años 60, que los Beatles provocaban aquella histeria colectiva. Existe una idea que era la idea de Nietzsche, la idea del eterno retorno. Todo vuelve. Todo lo que pasa, ya ha pasado. Todo lo que está pasando volverá a pasar. Siempre, siempre, siempre, siempre, siempre. El Times publicó “Beatlemania”, como si hubiera sido el gran invento del siglo. Pero la cuestión es que el fenómeno fan es una cosa de mucho antes. Y la primera persona que acuñó eso de beatlemania fue un poeta, un poeta alemán del siglo XIX que se llamaba Heinrich Heine. Y él lo acuñó con otro artista, con Franz Liszt, y acuñó una frase o una palabra que era ‘lisztomanía’, ‘lisztomanía’, para explicar exactamente lo mismo que pretendía explicar el señor del ‘Times’, y es que la gente se volvía loca cuando los Beatles tocaban. La gente se volvía loca cuando Liszt tocaba. La gente no estaba sentada ordenadamente y a ver qué va a tocar y qué va a dejar de tocar y cuando terminaba… No, la gente chillaba, se volvía loca. Las mujeres le tiraban su ropa interior. ¿Sí? Llevaban imágenes suyas en camafeos, en broches. Iban con tijeras detrás suyo por la calle para recortar un trozo de su chaqueta, para cortarle un mechón de su cabello. Cuando terminaba de tocar, el piano con el que él tocaba era destruido prácticamente por las fans. El piano es así en gran medida gracias al Liszt. Aquí dentro, en el piano, después cuando terminemos venís aquí y lo veis, hay una cosa que se llama la lira. Es un armazón que lo que hace es mantener las cuerdas en tensión. Antes de Liszt no existía la lira, y Liszt tocaba con tal pasión, con tal arrebato que cuando llegaba la media parte le tenían que cambiar el piano porque él se lo había cargado. Sí, porque él tocaba, ¿eh? Hubo que inventar algo para que los pianos no se desafinar cuando él los tocaba, para que los pianos nos estropearan cuando él los tocaba, así que se inventó la lira. Así que yo los invito a todos a que seáis un poco «lisztomaníacos» o «beatlemaníacos» y que podáis vivir con esa pasión. Porque eso es lo que quiere el artista, que podáis ver su obra, que podáis disfrutar su obra del modo más directo posible. Sin tapujos, sin cortapisas y sin miedo a expresar lo que uno siente.
miércoles, 29 de noviembre de 2023
Steinbeck
Roberto Fernández Retamar
Victor Hugo
— Odio a Diderot; es un ideólogo, un declamador y un revolucionario; en el fondo, creyente en Dios y más mojigato que Voltaire. Voltaire se burló de Needham e hizo mal, pues las anguilas de Needham prueban que Dios es inútil. Una gota de vinagre en una cucharada de masa de harina suple el fiat lux . Suponed que la gota es más grande y la cucharada mucho más grande también, y tendréis el mundo. El hombre es la anguila; y entonces, ¿para qué el Padre eterno? Señor obispo, la hipótesis de Jehová me fatiga. No sirve más que para producir personas flacas que piensan hueco. ¡Abajo este gran Todo, que me fastidia! ¡Viva Cero, que me deja tranquilo! De vos a mí, y para decirlo todo y para confesarme a mi pastor, como conviene, os confieso que no soy tonto. No estoy loco con vuestro Jesucristo, que predica por todas partes la renuncia y el sacrificio. Consejo de avaro a desharrapados. ¡Renuncia!, ¿por qué? ¡Sacrificio!, ¿para qué? Nunca he visto que un lobo se inmole por la felicidad de otro lobo. Permanezcamos, pues, dentro del orden de la naturaleza. Estamos en la cumbre; tengamos una filosofía superior. ¿De qué sirve estar en la cumbre, si no se ve más allá de la nariz de los demás? Vivamos alegremente. La vida es todo. Que el hombre tenga un porvenir en otra parte, allá arriba, allá abajo, donde quiera, yo no creo una sola palabra de esto. ¡Ah!, me recomiendan la renuncia y el sacrificio, y, por tanto, debo tener mucho cuidado con todo lo que hago; es preciso que me rompa la cabeza sobre el bien y sobre el mal; sobre lo justo y lo injusto; sobre el fas y sobre el nefas. ¿Por qué? Porque tendré que dar cuenta de mis acciones. ¿Cuándo? Después de mi muerte. ¡Qué hermoso sueño! Después de muerto, se ocuparán de mí las ratas. Haced que una mano de sombra coja un puñado de cenizas. Digamos la verdad, nosotros que somos los iniciados, que hemos levantado el velo de Isis; no existe ni el bien ni el mal; no existe más que vegetación. Busquemos la realidad; profundicemos, penetremos en el fondo de la cuestión, ¡qué diablos! Es necesario husmear la verdad, penetrar bajo tierra y apoderarse de ella. Y cuando la tengáis, entonces sí que seréis fuertes y os reiréis de todo. Yo soy cuadrado por la base, señor obispo. La inmortalidad del alma es una ridícula paradoja. ¡Oh, promesa encantadora! Fiaos de ella. Vaya billete de banco que tiene Adán. Si es alma, será ángel, tendrá alas azules en los omóplatos. Argüidme, pues: ¿no es Tertuliano quien dice que los bienaventurados irán de un astro a otro? Con lo cual quiere decir que los bienaventurados serán las langostas de las estrellas. ¡Y después verán a Dios! Ta, ta, ta. No son mala cosa todos esos paraísos. Dios es una tontería colosal. Yo no diré esto en el Moniteur , ¡pardiez!, pero lo cuchicheo con los amigos: Inter pocula . Sacrificar la tierra al paraíso es lo mismo que dejar la presa por la sombra, lo cierto por lo dudoso. ¡Ser burlado por lo infinito! ¡Ca! ¡No soy tan bestia! Soy nada. Me llamo el señor conde Nada, senador. ¿Era antes de mi nacimiento? No. ¿Seré después de mi muerte? No. ¿Qué soy, pues? Un poco de polvo unido y formando un organismo. ¿Qué tengo que hacer en la tierra? La elección es mía: padecer o gozar. ¿Adónde me conducirá el padecimiento? A la nada, pero habré padecido. ¿Adónde me conducirá el goce? A la nada, pero habré gozado. Mi elección está hecha. Es necesario comer o ser comido. ¡Comamos! Más vale ser el diente que la hierba; tal es mi sabiduría. Después de esto ande cada cual como le plazca; el sepulturero está allí; el panteón para nosotros; todo cae en la gran fosa. Fin, Finis , liquidación total; éste es el sitio donde todo acaba. La muerte está muerta, creedme. Si hay alguien que tenga algo que decirme sobre esto, desde ahora me río de él. Cuentos de niños; el coco para los niños; Jehová para los hombres. No, nuestro mañana es la noche. Detrás de la tumba no hay más que nadas iguales. Hayáis sido Sardanápalo o San Vicente de Paúl, lo mismo da. Esto es lo cierto. Vivid, pues; sobre todo, ¡vivid! En verdad os digo, señor obispo, yo tengo mi filosofía y mis filósofos. No me dejo engatusar por todos esos consejos. Por lo demás, a los que van con las piernas al aire, a la canalla, a los miserables, les hace falta algo. Engullan, pues, las leyendas, las quimeras, el alma, la inmortalidad, el paraíso, las estrellas. Que masquen eso; que lo coman con su pan seco. Quien no tiene nada, tiene al buen Dios. Es lo menos que puede tener. Yo no me opondré a ello; pero guardo para mí al señor Naigeon. El buen Dios es bueno para el pueblo.
— ¡Esto se llama hablar! — exclamó el obispo — . ¡Qué maravilloso es ese materialismo! ¡Ah!, no todo el que quiere lo tiene. Cuando se posee, no es uno juguete de nadie. No se deja uno desterrar bestialmente, como Catón [22] , ni lapidar, como San Esteban [23] , ni quemar vivo como Juana de Arco. Los que han conseguido procurarse ese materialismo admirable tienen la alegría de sentirse irresponsables y de pensar que pueden devorarlo todo sin inquietud: los cargos, las sinecuras, las dignidades, el poder bien o mal adquirido, las palinodias lucrativas, las traiciones útiles, las sabrosas capitulaciones de conciencia, y que bajarán a la tumba hecha ya la digestión. ¡Qué cosa tan agradable! No digo esto por vos, señor senador; sin embargo, me es imposible no felicitaros. Vosotros, los grandes señores, tenéis, como habéis dicho, una filosofía particular, especial, para vuestro uso exclusivo, exquisita, refinada, accesible solamente a los ricos, buena cualquiera que sea la salsa con la que se la sirva, y admirablemente sazonada con los placeres de la vida. Esta filosofía está sacada de las profundidades, y desenterrada por buscadores experimentados y especiales. Pero sois príncipes amables y no halláis del todo mal que la creencia en Dios sea la filosofía del pueblo; poco más o menos como el pato con castañas es el pavo trufado del pobre.
lunes, 27 de noviembre de 2023
Marco Denevi
"La extinción de la raza de los hombres se sitúa aproximadamente a fines del siglo XXXII. La cosa ocurrió así: las máquinas habían alcanzado tal perfección que los hombres ya no necesitaban comer, ni dormir, ni hablar, ni leer, ni pensar, ni hacer nada. Les bastaba apretar un botón y las máquinas lo hacían todo por ellos. Gradualmente fueron desapareciendo las mesas, las sillas, las rosas, los discos con las nueve sinfonías de Beethoven, las tiendas de antigüedades, los vinos de Burdeos, las golondrinas, los tapices flamencos, todo Verdi, el ajedrez, los telescopios, las catedrales góticas, los estadios de fútbol, la Piedad de Miguel Ángel, los mapas de las ruinas del Foro Trajano, los automóviles, el arroz, las sequoias gigantes, el Partenón. Solo había máquinas. Después, los hombres empezaron a notar que ellos mismos iban desapareciendo paulatinamente y que en cambio las máquinas se multiplicaban. Bastó poco tiempo para que el número de máquinas se duplicase. Las máquinas terminaron por ocupar todos los sitios disponibles. No se podía dar un paso ni hacer un ademán sin tropezarse con una de ellas. Finalmente los hombres fueron eliminados. Como el último se olvidó de desconectar las máquinas, desde entonces seguimos funcionando."
Adyashanti
“La iluminación es un proceso destructivo.
No tiene nada que ver con ser mejor o estar más feliz.
La iluminación es el desmoronamiento de la falsedad.
Es ver a través de la fachada de la pretensión.
Es la erradicación completa de todo aquello que imaginamos que es verdad.”
B Traven
Ya no corras Macario! ¿Para qué?
Si ya todos traíbamos la muerte escondida, algunos en el hígado, otros en el pulmón, algunos otros en la tripa.
La vida no siempre es fácil Macario, a veces duele, a veces golpea, a veces se enrosca en nuestro pescuezo y nos asfixia, nos sofoca, nos sangolotea.
Pero aunque duela, vale el esfuerzo vivirla, sentarse juntos a comer frijoles y té limón, arroparse los fríos con un abrazo y dejarse acurrucar cuando uno está cansado.
¡Ya no corras Macario! ¿Para qué? Si al final todos somos igual de frágiles que las velas en la gruta, por eso más vale saborear el guajolote a lado de la Muerte, a la par de ella, pa' que nos dé otro ratito de vida...
sábado, 25 de noviembre de 2023
Marta Gómez
Para el viento, una cometa
Para el lienzo, un pincel
Para la siesta, una hamaca
Para el alma, un pastel
Para el silencio una palabra
Para la oreja, un caracol
Un columpio pa' la infancia
Y al oído un acordeón
Para la guerra, nada
.
Para el sol, un caleidoscopio
Un poema para el mar
Para el fuego, una guitarra
Y mi voz para cantar
Para el verano bicicletas
Y burbujas de jabón
Un abrazo pa' la risa
Para la vida, una canción
Para la guerra, nada
.
Para el viento, un ringlete
Pa'l olvido, un papel
Para amarte, una cama
Para el alma, un café
Para abrigarte, una ruana
Y una vela pa' esperar
Un trompo para la infancia
Y una cuerda pa' saltar
Para la guerra, nada
.
Para el cielo, un telescopio
Una escafandra, para el mar
Un buen libro para el alma
Una ventana pa' soñar
Para el recreo, una pelota
Y barquitos de papel
Un buen mate pa'l invierno
Para el barco, un timonel
Para la guerra, nada
.
Para la guerra, nada
.
Para la brisa una pluma
Para el llanto una canción
Para la guerra, nada
Para el insomnio la Luna........
Tolkien
Camus
Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea acaso sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se detenga
viernes, 24 de noviembre de 2023
José Emilio Pacheco
La tierra es plana y la sostienen
cuatro elefantes gigantescos.
Los mares se derraman en las tinieblas
y de las olas brotan las estrellas.
He estado en Creta, Nubia, Tarsis, Egipto.
En todas partes fui extranjero porque no hablaba el idioma
ni me vestía como ellos.
También nosotros, ciudadanos de Ur,
despreciamos al que es distinto.
Por algo hicimos lenguas diferentes:
Para que los demás nada entiendan.
En Ur soy como todos. Hablo mi idioma
sin traza alguna del acento bárbaro.
Como lo que comemos los de Ur.
Huelo a nuestras especias y licores.
Y sin embargo en Ur me detestan
como jamás fui odiado en Tarsis ni en Nubia.
En Ur y en todas partes soy extranjero.
Victor Hugo
— No creía que eso fuera tan monstruoso. Es una equivocación de la ley humana. La muerte pertenece sólo a Dios. ¿Con qué derecho los hombres tocan esa cosa desconocida?
Con el tiempo, estas impresiones se atenuaron y probablemente se borraron. Sin embargo, observose que, desde aquel instante, el obispo evitaba pasar por la plaza de las ejecuciones.
A cualquier hora se podía llamar a monseñor Myriel a la cabecera de los enfermos y de los moribundos. No ignoraba que aquél era su mayor deber y su mayor tarea. Las familias de viudas y huérfanos no tenían necesidad de llamarle; iba él mismo. Sabía sentarse y permanecer callado largas horas al lado del hombre que había perdido a la mujer que amaba, al lado de la madre que había perdido a su hijo. Así como cuándo callar, sabía también cuándo debía hablar. ¡Oh, admirable consolador! No trataba de borrar el dolor con el olvido, sino de engrandecerlo y dignificarlo con la esperanza. Decía:
— Tened cuidado al considerar a los muertos. No penséis en lo que se pudre. Mirad fijamente. Descubriréis la luz viva de vuestro muerto bienamado en el fondo del cielo.
Sabía que la fe es sana. Trataba de aconsejar y calmar al hombre desesperado, señalándole con el dedo al hombre resignado; y de transformar el dolor que mira una fosa, mostrándole el dolor que mira una estrella.
miércoles, 22 de noviembre de 2023
Holderlin
Emil Cioran
“La amistad es un pacto, una convención. Dos seres se comprometen tácitamente a no airear nunca lo que, en el fondo, cada uno piensa del otro. Una especie de alianza basada en cautelas. Cuando uno de ellos revela públicamente los defectos del otro, se denuncia el pacto, la alianza se quiebra. No hay amistad que dure si uno de los participantes rompe el juego. En otros términos, ninguna amistad soporta una dosis exagerada de franqueza.”
Hernán Casciari
"El 14 de noviembre de 1995 maté sin querer a la hija mayor de mi hermana, haciendo marchatrás con el auto.
Entre el impacto seco, los gritos de pánico de mi familia y el descubrimiento de que en realidad había chocado contra un tronco, ocurrieron los diez segundos más intensos de mi vida. Diez segundos durante los que me aferré al tiempo y supe que todo futuro posible sería un infierno interminable.
Yo vivía en Buenos Aires y había viajado a Mercedes para festejar el cumpleaños número ochenta de mi abuela paterna
(por eso recuerdo la fecha exacta: porque en unos días mi abuela cumplirá noventa, porque en unos días se cumplirán diez años de esto que ahora narro y que me marcó como ninguna otra cosa, ni buena ni mala, en la vida).
Festejábamos el aniversario de mi abuela con un asado en la quinta; ya estábamos en la sobremesa familiar. A las tres de la tarde le pido prestado el auto a Roberto para ir hasta el diario a entregar un reportaje. Me subo al coche, vigilo por el espejo retrovisor que no haya chicos rondando y hago marchatrás para encarar la tranquera y salir a la calle.
Entonces siento el golpe, seco contra la parte de atrás del auto, y se detiene el mundo para siempre.
A cuarenta metros, en la mesa donde todos conversan, mi hermana se levanta aterrada y grita el nombre de su hija. Mi madre,
o mi abuela, alguien, también grita:
—¡La agarró!
Entonces me doy cuenta de que mi vida, tal y como estaba transcurriendo, había llegado al final. Mi vida ya no era.
Lo supe inmediatamente. Supe que mi sobrina, de tres años, estaba detrás del auto; supe que, a causa de su altura, yo no habría podido verla por el espejo antes de hacer marchatrás; supe, por fin, que efectivamente acababa de matarla.
Diez segundos es lo que tardan todos en correr desde la mesa hasta el auto.
Los veo levantarse, con el gesto desencajado, veo un vaso de vino interminable cayendo al suelo. Los veo a ellos, de frente, venir hasta mí.
Yo no hago nada; ni me bajo del coche,
ni miro a nadie: no tengo ojos que dedicarle al mundo real, porque ya ha empezado mi viaje fatal en el tiempo, mi larguísimo viaje que en la superficie duraría diez segundos pero que, dentro mío, se convertirá en una eternidad pegajosa.
En ese momento (no sé por qué es tan grande la certeza) no tengo dudas sobre lo que acabo de hacer. No pienso en la posibilidad de que sea un tronco lo que he embestido, ni pienso que mi sobrina está durmiendo la siesta dentro de la casa. Lo veo todo tan claro, tan real,
que solamente me queda pensar por última vez en mí antes de dejarme matar.
“Ojalá el Negro me mate” —pienso—, “ojalá sea tan grande su enajenación de padre salvaje, tan grande su rabia, que me pegue hasta matarme y no me dé la opción de tener que suicidarme yo mismo, esta noche, con mis propias manos, porque soy cobarde y no podría hacerlo, porque cometería la peor de todas las bajezas: me iría a Finlandia”.
Utilizo esos diez segundos, los últimos de calma que tendré en toda mi vida, para pensar en quien ya no seré nunca más.
Tenía casi veinticinco años, estaba escribiendo una novela larguísima y placentera,
vivía en una casa preciosa del barrio de Villa Urquiza, con una mesa de pinpón en la terraza y toda la vida por delante, trabajaba en una revista donde me pagaban muy bien, tenía una vida social intensa, era feliz, y entonces mato a mi ahijada de tres años y se apagan todas las luces de todas las habitaciones de todas las casas en las que podría haber sido feliz en el futuro. Lo pienso de ese modo, desapasionadamente, porque ya no tengo ni cuerpo con el que temblar.
En esos diez segundos, en donde el tiempo real se ha roto literalmente, en donde el cerebro trabaja durante horas para instalarse en un recipiente de diez segundos,
descubro con nitidez que mis únicas opciones —si mi cuñado no me hace el favor de matarme allí mismo— son las de huir
(huir de inmediato, sobornar a alguien y escapar del país) o suicidarme. Lo que más me duele, tal como están las cosas, es que no podré volver a escribir literatura, ni a reír.
Durante mucho tiempo, durante años enteros, me siguió sorprendiendo la frialdad con que asumí la catástrofe en esos diez segundos en que había matado a mi sobrina.
No fue exactamente frialdad, sino algo peor: fue un desdoblamiento del alma,
una objetividad inhumana. Me dolía saber que ya no podría escribir, que en el suicidio o en la huida —aún no había optado con qué quedarme— no existiría esa opción: la de los placeres.
Podía irme a Finlandia, sí, a cualquier país lejano y frío, podía no llamar nunca más a mi familia ni a los amigos, podía convertirme en fiambrero en un supermercado de Hämeenlinna, pero ya no podría volver a escribir, ni amar a una mujer, ni pescar.
Me daría vergüenza la felicidad, me daría vergüenza el olvido y la distracción. La culpa estaría allí involuntariamente, pero cuando comenzara la falsa calma o el olvido momentáneo, yo mismo regresaría a la culpa para seguir sufriendo. La vida había terminado. Yo debía desaparecer.
Pero si desaparecía, qué. Qué importancia podía tener darles a ellos la serenidad de no ver nunca más al asesino. Ellos, mi familia, los que ahora corrían lentamente desde la mesa al coche para matarme o para ver el cadáver de un niño, podrían creerme exiliado, lleno de dolor y de miedo, temeroso y ruin,
o agorafóbico; o podrían sospecharme loco, como esas personas que pierden el rumbo y la memoria después de los terremotos; alucinado, mendigo, enfermo; podrían hasta perdonarme pues me creerían fuera de toda felicidad, fuera de todo placer. Matarían a quien blasfemara mi memoria diciendo que se me ha visto reír en una ciudad finlandesa, a quien dijera que se me ha visto beber en un bar de putas, o escribir un cuento, ganar dinero, seducir a una mujer, acariciar un gato,
pescar bogas o dar limosna a un marroquí en el metro. No creerían que alguien (ya no yo en particular, sino que nadie) fuese capaz de semejante flaqueza, de tan penoso olvido,
de matar y no llorar, de escapar y no seguir pensando en la tarde de verano en que una niña de tu sangre ha muerto bajo las ruedas del coche.
Diez segundos eternos hasta que alguien ve el tronco y todos olvidan la situación.
Nadie, ninguna de todas las personas que almorzaban aquella tarde de hace diez años en Mercedes, recuerda ahora esta anécdota. Nadie ha tenido pesadillas con estas imágenes: sólo yo me he despertado transpirado durante años enteros, cuando esos diez segundos regresan por la noche sin el final feliz del tronco; para ellos no ocurrió más que la abolladura de un guardabarros al final de la primavera.
Nada malo pasó aquella tarde, ni nada malo ocurrió, antes o después, en mi vida.
Han pasado diez años desde entonces y todo ha sido un remanso en el que nunca lo irreversible se ha metido conmigo.
¿Por qué entonces, en estos días, siento que he cumplido sólo diez, y no treinta y cinco años? ¿Por qué le doy más importancia a esta fecha en que no maté a nadie, que a aquella otra fecha anterior en que salí de mi madre dando un grito eufórico de vida?
¿Por qué algunas noches me despierto y descubro que me falta el aire, y recuerdo como real el frío de una cabaña en Finlandia, y me encuentro con las hilachas de la angustia y el exilio, y me ahoga la cobardía de no haber tenido la voluntad de suicidarme?
Es la fragilidad de la paz la que nos devuelve al escalofrío y a la incertidumbre. Es la velocidad infernal de la desgracia, que acecha como un águila en la noche, la que sigue allí escondida para quitarnos todo y dejarnos aferrados a un volante y pensando que la única opción es morir solos en Finlandia, con los ojos secos de no llorar.
Por suerte, casi siempre es un tronco y vivimos en paz. Pero todos sabemos, por debajo de la risa y del amor y del sexo y de las noches con amigos y de los libros y los discos, que no siempre es un tronco. A veces es Finlandia".
martes, 21 de noviembre de 2023
Viktor Frankl
Dostoievski
"Los hombres quieren volar, pero temen al vacío. No pueden vivir sin certezas. Por eso cambian el vuelo por jaulas. Las jaulas son el lugar donde viven las certezas.”
lunes, 20 de noviembre de 2023
Francisco Luis Bernárdez
domingo, 19 de noviembre de 2023
Roman Gary
«No es bueno ser amado de esa manera, tan joven, tan pronto. Uno se acostumbra mal. Mides, confías, aguardas. Creemos que eso existe en otra parte, que lo podemos encontrar. Con el amor materno, la vida te hace al alba una promesa que jamás cumple. Después nos vemos obligados a comer frío hasta el final de nuestros días. Después de eso, cada vez que una mujer te abraza y te aprieta contra su corazón son simplemente condolencias. Uno siempre vuelve a aullar sobre la tumba de su madre, como un perro abandonado. Nunca más, nunca más, nunca más, unos brazos adorables te rodean el cuello y unos labios dulces te hablan de amor. Tú ya sabes de qué va. Fuiste muy temprano a la fuente y te lo bebiste todo. Cuando vuelves a tener sed, por más que busques por doquier, ya no quedan pozos, sólo hay espejismos. Desde el primer resplandor del alba, has hecho un estudio muy riguroso del amor y dispones de documentación. Vayas donde vayas, llevas contigo el veneno de las comparaciones y pasas el tiempo esperando lo que ya recibiste... »
EDUARDO GALEANO
POR QUÉ ESCRIBO
porque mi tendencia al pecado me impidió ser santo,
porque en el fútbol siempre fui un patadura,
porque necesito creer que no es tanta la distancia entre el deseo y el mundo,
porque necesito creer que a veces puedo decir lo que quiero decir,
porque necesito creer que hay historias que merecen ser contagiadas,
porque escribiendo devuelvo a los demás lo que de ellos viene,
porque me duele el dolor ajeno,
porque me goza el ajeno placer,
porque me da alegría desenterrar tesoros escondidos,
porque necesito compartir broncas y melancolías, deslumbramientos, descubrimientos,
porque de Sherezade aprendí que un cuento vale un día más de vida,
porque de Onetti aprendí que hay palabras mejores que el silencio,
porque soy caminante, y cada página es un nuevo viaje que empieza,
porque escribiendo no estoy solo,
porque escribiendo hablo al oído de amigos que no conozco
y en ellos me reconozco.
Y porque siendo, como soy, un inútil total, no tengo otra.
sábado, 18 de noviembre de 2023
Abelardo Castillo
Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt, Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas. Esa gente no escribía así: era así.
Javier Cercas
CESAR RENDUELES
A lo largo de la historia, las clases dominantes se han distinguido por su paupérrima imaginación política. Los miembros de las élites siempre han estado plenamente convencidos de que el sistema político cuya cúspide ocupaban —ya fuera el esclavismo, el feudalismo o la tiranía— era inconmovible y la única alternativa al caos. Se dice que Luis XVI llevaba desde adolescente un diario donde reflejaba sus preocupaciones cotidianas.
La caza era su actividad favorita, así que en sus cuadernos se describen minuciosamente los animales que abatió (concretamente, 189 251 piezas en trece años). También merecen su atención las audiencias que concedió y las enfermedades que padeció, como indigestiones, catarros y ataques de hemorroides. Cuando no salía a cazar, no tenía audiencias ni padecía ninguna enfermedad, Luis XVI se limitaba a escribir en su diario: «nada». Lo curioso es que en todas las fechas famosas de la Revolución francesa aparece esa palabra. Lo único que tiene que decir el monarca a propósito de algunas de las transformaciones políticas de mayor impacto de la historia de la humanidad es «nada»[4].
Durante muchos años hemos permitido que los poderosos escribieran «nada» en nuestros propios diarios.
Hasta el punto de que hemos acabado por hacerlo nosotros mismos. Nos hemos vuelto todos como Luis XVI:
miopes y, lo que es peor, escépticos respecto a los procesos de transformación social que están a nuestro alcance. Nos comportamos como si el capitalismo especulativo, las empresas de trabajo temporal o las transnacionales fueran a existir dentro de mil años. No ha sido por un exceso de realismo, desde luego. Los discursos sociales hegemónicos —esos que en los editoriales de los periódicos pasan por el sentido común— son fantasías alucinógenas. Hemos entregado el control de nuestras vidas a fanáticos del libre mercado con una visión delirante de la realidad social, que nos dicen que nada es posible salvo el mayor enriquecimiento de los más ricos: ni profundizar en la democracia, ni aumentar la igualdad, ni limitar la alienación laboral, ni preservar los bienes comunes.
Las críticas teóricas sofisticadas que nos explican con exactitud las estructuras sociales reales que subyacen a la economía de casino y la cleptocracia son insustituibles. Pero resultan inútiles si no nos libramos, además, de esta siniestra docilidad que nos paraliza, si la posibilidad de la emancipación política no se trasluce en nuestros gestos cotidianos, un poco como nos viene a los labios a trompicones un verso aprendido en la infancia mientras nos lavamos los dientes. Y para ello, como sugería Sacks, es legítimo usar las experiencias ficticias como materia prima de la imaginación política desde la que proyectar el futuro que queremos.
viernes, 17 de noviembre de 2023
Charles Bukowski
ÍTALO CALVINO
El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo ya. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno. Y hacerlo durar, y darle espacio.”
Victor Hugo
Hablando todas las lenguas, se introducía en todas las almas.
Por lo demás, era siempre el mismo para las gentes de mundo y para la gente del pueblo.
No condenaba a nadie apresuradamente y sin tener en cuenta las circunstancias. Decía:
— Veamos el camino por donde ha pasado la falta.
Siendo un ex pecador, como se calificaba a sí mismo sonriendo, no tenía ninguna de las asperezas del rigorismo y profesaba muy alto, sin preocuparse del fruncimiento del ceño de los virtuosos intratables, una doctrina que podría resumirse en estas palabras:
«El hombre lleva la carne sobre sí, que es a la vez su fardo y su tentación. La arrastra, y cede a ella.
»Debe vigilarla, contenerla, reprimirla, y no obedecerla más que en última instancia. En esta obediencia puede existir aún la falta; pero la falta así cometida es venial. Es una caída, pero una caída sobre las rodillas, que puede terminar en una oración.
»Ser santo es una excepción; ser justo es la regla. Errad, desfalleced, pecad; pero sed justos.
»Pecar lo menos que sea posible, es la ley del hombre. La ausencia total de pecado es el sueño del ángel. Todo lo que es terrestre está sometido al pecado. El pecado es una gravitación».
Cuando veía que ciertas personas gritaban fuerte y se indignaban pronto, decía sonriendo:
— ¡Oh, oh!, parece que éste es un gran crimen que todo el mundo comete. Las hipocresías, asustadas, se apresuran a protestar y a ponerse a cubierto.
Era indulgente con las mujeres y los pobres, sobre los que recae el peso de la sociedad humana. Decía:
— Los pecados de las mujeres, de los niños, de los servidores, de los débiles, de los indigentes, de los ignorantes, son los pecados de los maridos, de los padres, de los dueños, de los fuertes, de los ricos, de los sabios.
Decía también:
— A los ignorantes, enseñadles cuanto podáis; la sociedad es culpable, por no darles instrucción gratis; ella es responsable de la oscuridad que produce. Si un alma sumida en sombras comete un pecado, el culpable no es el que peca, sino el que no disipa las tinieblas.