miércoles, 30 de junio de 2021
Otro gran ejemplo de lo que es y de cómo funciona una convicción es el famoso efecto placebo. En un estudio científico de Greenberg en el año 2003 desvela que los pacientes que habían tomado "falsos fármacos" tales como pastillas de azúcar, experimentaban un grado de efectividad igual de efectivo que los que habían tomado los combinados químicos creados por los mejores ingenieros del mundo. ¿Cómo es ese posible? Tu convicción de que esa pastilla te cura es la que realmente te cura, más allá de lo que contenga la pastilla. Como decía Jesús, "no es lo que entra por la boca lo que contamino al hombre sino lo que sale de ella..." ¡TUS CREENCIAS! Evidentemente este dato molesta mucho a la industria farmacéutica
La mente nunca es decidida. No importa que se trate de la mente de una persona o de otra; la mente es indecisión. El funcionamiento de la mente consiste en vagar entre dos opciones opuestas y tratar de averiguar cuál es el camino correcto. Es como intentar encontrar la puerta con los ojos cerrados. Con toda seguridad, te encontrarás colgado entre las dos opciones: ir por aquí o por allá. Estarás siempre en una condición de «esto o lo otro». Esa es la naturaleza de la mente. Soren Kierkegaard fue un gran filósofo danés. Escribió un libro titulado “O esto o aquello”. Era la experiencia de su propia vida: ¡nunca había sido capaz de decidir nada! Todo se le presentaba siempre de tal manera que si se decidía por este camino, entonces aquel parecía el correcto. Y si se decidía por aquello, entonces el correcto parecía este camino. Nunca se casó, aunque había una mujer que le amaba y se lo había pedido. Pero él dijo: «Tendré que pensármelo. El matrimonio es una cosa muy importante y no puedo decir que sí o que no inmediatamente.» y murió dudando, sin llegar a casarse. Vivió muchos años, tal vez setenta, y siempre estaba discutiendo y argumentando, pero no encontraba ninguna respuesta que pudiera considerarse definitiva y no tuviera una contraria de igual peso. No llegó nunca a ser profesor. Había rellenado la solicitud, tenía las mejores calificaciones posibles, había escrito muchos libros de tan inmensa importancia que al cabo de un siglo siguen teniendo validez, no son viejos, no han quedado anticuados... Rellenó la solicitud, pero no fue capaz de firmarla, porque... o esto o aquello...¿quería ser profesor universitario o no? Encontraron la solicitud cuando murió, en la pequeña habitación donde vivía. En los cruces de caminos se detenía para decidir si ir por aquí o por allá... ¡durante horas! Todo Copenhague conocía las rarezas de este hombre, y los niños le llamaban «Esto o aquello». Los golfillos le seguían por todas partes, gritándole: «¿Esto o aquello?» En vista de la situación, su padre, antes de morir, liquidó todos sus negocios, reunió todo el dinero, lo depositó en una cuenta bancaria y dejó dispuesto que el primer día de cada mes Kierkegaard recibiera cierta cantidad de dinero. Así, por lo menos, podría sobrevivir durante bastante tiempo. Y esto os va a sorprender: un día primero de mes, cuando volvía a su casa después de haber cobrado el último pago -el dinero se había agotado-, se cayó en la calle y murió. ¡Con el último pago! Era lo más adecuado. ¿Qué otra cosa podía hacer? Porque después de aquel mes, ¿qué iba a hacer? Escribía libros, pero no era capaz de decidir si publicarlos o no. Todas sus obras quedaron inéditas. Y son obras enormemente valiosas. Todos sus libros muestran una gran penetración en las cosas. Cuando escribía sobre un tema, llegaba hasta las raíces mismas, hasta el más minúsculo detalle... Era un genio, pero un genio de la mente. Ese es el problema con la mente... y cuanto mejor mente tengas, mayor será el problema. Las mentes inferiores no se enfrentan tan a menudo con ese problema. Es la mente del genio la que se queda atascada entre dos polaridades y no sabe elegir. Y entonces se siente en un limbo.
El caso es que Soren Kierkegaard tenía una gran mente, pero como era cristiano no conocía el concepto de la conciencia. Podía pensar, y pensar cosas muy profundas, pero no podía quedarse en silencio y observar. Aquel pobre hombre nunca había oído hablar de cosas como observar, ser testigo, ganar conciencia. Solo había oído hablar de pensar, y aplicó todo su genio a pensar. Produjo grandes libros, pero fue incapaz de procurarse una gran vida. Vivió en una completa miseria.
martes, 29 de junio de 2021
«¿Por qué hacer el esfuerzo de explicar por qué algo no sirve si los demás no han hecho los deberes para comprobar si sirve?» Maria podía pasarse todo el día respondiendo peticiones fuera de lugar para rechazarlas con amabilidad. Reflexiono a menudo sobre cómo enfoca ella ahora estos casos. ¿Se tomaron esas personas diez minutos para hacer sus deberes? ¿Están cuidando los detalles? Si no es así, no fomentes la incompetencia premiándola. La persona que es desatenta en la luna de miel (al principio) irá a peor en el futuro. Para ver un ejemplo hilarante de cómo comprobar por sorpresa la atención al detalle, busca en Google «David Lee Roth Ferriss». Neil Strauss (capítulo con el mismo título) pone a menudo al pie de sus ofertas de empleo en Craigslist: «No responda por correo electrónico, llame al [número de teléfono] y deje un mensaje de voz con A, B y C». Toda la gente que responde por correo electrónico queda descartada. No caigas en responder a todo el mundo para no tener cargo de conciencia. Maria dice: «El sentimiento de culpa [es] interesante porque la culpa es lo contrario del prestigio, y ambos son razones horribles para hacer las cosas».
Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
El término inercia describe un estado en el que el individuo es incapaz de moverse, incapaz de actuar. En tal estado se mantendrá usted inmóvil o será arrastrado "en la misma dirección de antes" o según las directrices o las presiones de otros. En lo que respecta a la solución de problemas, la inercia suele seguir a un espasmo de pánico. En el aspecto emotivo va normalmente asociada con la depresión y /o el aburrimiento. Si la depresión es crónica y profunda, o el aburrimiento es "existencial" (es decir, no es aburrimiento o hastío por esta o aquella situación o actividad, sino respecto a la vida en general) puede llevar a la psicosis y /o al suicidio. Sóren Kierkegaard captó la herencia del hastío existencial en esto o lo otro: No me interesa nada. No me interesa cabalgar, pues el ejercicio es demasiado violento. No me interesa caminar; caminar es demasiado trabajoso. No me interesa tumbarme; pues debería permanecer tumbado, y no me interesa hacerlo, o debería levantarme de nuevo, y tampoco me interesa. Summa summarum: No me interesa nada en absoluto. La depresión y el hastío producen una falta de iniciativa generalizada, una conducta pasiva que empuja al individuo a quedarse en la cama o en casa sin hacer nada más que compadecerse de si mismo. No sólo padecen esta inercia los individuos, sino también muchas relaciones entre individuos. En él fondo, una pareja que ha tenido peleas escandalosas y serías a diario durante veinte años, seguirá integrada porque ambas partes tienen miedo de hacer algo, porque por lo menos hay "seguridad" (en la forma de predecibilidad) en saber que habrá una pelea a las tres y media esta tarde, y el mundo en su conjunto ha pasado a resultar tan lúgubre que los individuos no pueden imaginar ningún cambio que pudiera significar diferencia apreciable. No pueden imaginar siquiera la posibilidad de vivir a un nivel más alto. La inercia es mucho más peligrosa y dolorosa que el pánico para el individuo medio o "normal". Cuando carece usted de capacidad de acción, es candidato al género más deprimente de vida imaginable. E1 individuo, en esa situación, vegeta y se deteriora. Puede que la causa principal de tensión y angustia y desgaste del organismo humano no proceda de cambios de trabajo o de emplazamiento, o del divorcio, ni siquiera de la muerte, sino más bien de vivir día tras día en relaciones no resueltas, sin saber hacia dónde se va pero sintiendo una depresión crónica respecto a su vida. La inercia convierte su interior en un torbellino. Y vela con un telón gris el mundo externo. Si se halla usted en estado de inercia, cualquier paso, cualquier acción que emprenda le ayudará a aliviar ese torbellino. Volviendo a la rueda pinchada en un lugar desierto: después de haber gritado, de haberle dado patadas al coche, de haber maldecido el clavo y haber desahogado su cólera, quizá pierda usted más tiempo aún en un estado de inercia. Quizá se limite a sentarse en el suelo y a mascullar para si. Puede que se meta de nuevo en el coche y se dedique a cavilar un rato sobre su desdicha. Es evidente que si la inercia se prolonga demasiado, nunca llegará a arreglar el neumático... pero usted sabe también que lo de permanecer inerte no resultará eficaz, así que pasa al siguiente nivel de la salud mental en esta escalerilla de cinco peldaños.
lunes, 28 de junio de 2021
Lo cotidiano. No sólo es aburrimiento, futilidad, repetición, mediocridad; también es belleza; por ejemplo, el sortilegio de las atmósferas; cada cual lo conoce a partir de su propia vida: una música que proviene del apartamento de al lado y se oye a lo lejos; el viento que hace vibrar la ventana; la voz monótona de un profesor al que una alumna con mal de amores oye sin escuchar; estas circunstancias fútiles imprimen una impronta de inimitable singularidad a un acontecimiento íntimo que, así, queda fechado y pasa a ser inolvidable.
domingo, 27 de junio de 2021
Los Estados Unidos poseen ocho mil cabezas nucleares activas y utilizables. Dos mil están en sus disparaderos, alerta, listas para ser lanzadas 15 minutos después de una advertencia. Están desarrollando nuevos sistemas de fuerza nuclear, conocidos como 'destructores de búnkeres'. Los británicos, siempre cooperativos, están intentando reemplazar su propio misil nuclear, Trident. ¿A quién, me pregunto, están apuntando? ¿A Osama Bin Laden? ¿A ti? ¿A mí? ¿A mi vecino? ¿China? ¿París? Quién sabe. Lo que sí sabemos es que esta locura infantil -la posesión y uso en forma de amenazas de armas nucleares- constituye el meollo de la actual filosofía política de Estados Unidos. Debemos recordarnos a nosotros mismos que Estados Unidos está en una continua misión militar y no muestra indicios de aminorar el paso. Muchos miles, si no millones, de personas en los propios Estados Unidos están demostrablemente asqueadas, avergonzadas y enfadadas por las acciones de su gobierno, pero, tal y como están las cosas, no son una fuerza política coherente, todavía. Pero la ansiedad, la incertidumbre y el miedo que podemos ver crecer cada día en los Estados Unidos no es probable que disminuya. Sé que el presidente Bush tiene algunos escritores de discursos muy competentes pero quisiera prestarme voluntario para el puesto. Propongo el siguiente discurso breve que él podría leer en televisión a la nación. Le veo solemne, con el pelo cuidadosamente peinado, serio, confiado, sincero, frecuentemente seductor, a veces empleando una sonrisa irónica, curiosamente atractiva, un auténtico macho. "Dios es bueno. Dios es grande. Dios es bueno. Mi dios es bueno. El Dios de Bin Laden es malo. El suyo es un mal Dios. El dios de Saddam también era malo, aunque no tuviera ninguno. Él era un bárbaro. Nosotros no somos bárbaros. Nosotros no decapitamos a la gente. Nosotros creemos en la libertad. Dios también. Yo no soy bárbaro. Yo soy el líder democráticamente elegido de una democracia amante de la libertad. Somos una sociedad compasiva. Electrocutamos de forma compasiva y administramos una compasiva inyección letal. Somos una gran nación. Yo no soy un dictador. Él, sí. Yo no soy un bárbaro. Él, sí. Y aquel otro, también. Todos lo son. Yo tengo autoridad moral. ¿Ves mi puño? Esta es mi autoridad moral. Y no lo olvides" La vida de un escritor es extremadamente vulnerable, apenas una actividad desnuda. No tenemos que llorar por ello. El escritor hace su elección y queda atrapado en ella. Pero es cierto que estás expuesto a todos los vientos, alguno de ellos en verdad helados. Estás solo, por tu cuenta. No encuentras refugio, ni protección -a menos que mientas- en cuyo caso, por supuesto, te habrás construido tu propia protección y, podría decirse, te habrás vuelto un político. Me he referido un par de veces esta tarde a la muerte. Voy a citar ahora un poema mío llamado "Muerte"
¿Dónde se halló el cadáver? ¿Quién lo encontró? ¿Estaba muerto cuando lo encontraron? ¿Cómo lo encontraron? ¿Quién era el cadáver? ¿Quién era el padre o hija, o hermano o tío o hermana o madre o hijo del cadáver abandonado? ¿Estaba muerto el cuerpo cuando fue abandonado? ¿Fue abandonado? ¿Quién lo abandonó? ¿Estaba el cuerpo desnudo o vestido para un viaje? ¿Qué le hizo declarar muerto al cadáver? ¿Fue usted quien declaró muerto al cadáver? ¿Cómo de bien conocía el cadáver? ¿Cómo sabía que estaba muerto el cadáver? ¿Lavó el cadáver? ¿Le cerró ambos ojos? ¿Enterró el cuerpo? ¿Lo dejó abandonado? ¿Le dio un beso al cadáver?
Cuando miramos un espejo pensamos que la imagen que nos ofrece es exacta. Pero si te mueves un milímetro la imagen cambia. Ahora mismo, nosotros estamos mirando un círculo de reflejos sin fin. Pero a veces el escritor tiene que destrozar el espejo -porque es en el otro lado del espejo donde la verdad nos mira a nosotros. Creo que, a pesar de las enormes dificultades que existen, una firme determinación, inquebrantable, sin vuelta atrás, como ciudadanos, para definir la auténtica verdad de nuestras vidas y nuestras sociedades es una necesidad crucial que nos afecta a todos. Es, de hecho, una obligación. Si una determinación como ésta no forma parte de nuestra visión política, no tenemos esperanza de restituir lo que casi hemos perdido - la dignidad como personas.
Cuando la muerte sorprendió en marzo de 1940 a Selma Lagerlöf, la primera mujer en ganar el Nobel de Literatura luchaba su última batalla, no contra el machismo que intentó privarla del mayor premio universal de las letras, sino contra el nazismo.
Utilizaba su justamente ganada influencia para dar refugio en su país (la neutral Suecia) a poetas judíos huidos del nazismo. Hacía tres décadas de la concesión del Nobel en 1909, tras ser bloqueada su candidatura hasta en cinco ocasiones por el intransigente secretario de la Academia.
https://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20200316/474144205635/selma-lagerlof-escritoras-premio-nobel-literatura-suecia.html
sábado, 26 de junio de 2021
Jacques Mayol tenía siete años cuando descubrió los delfines por primera vez. Era en un barco a vapor que viajaba de China a Francia y su corazón se aceleró lleno de curiosidad y entusiasmo ante la visión de esos simpáticos mamíferos marinos que saltaban a su alrededor. Nacido en Shanghai en 1927 de padres franceses, Jacques se pasaba el día en el agua junto a su hermano y sus amigos eran hijos de buceadoras ‘ama’, mujeres del océano que practicaban buceo a pulmón para recoger ostras.
El pequeño Mayol soñaba con vivir en una isla tropical, desnudo, disfrutando de los placeres de la madre naturaleza. Con 21 años decidió colocarse la mochila a la espalda y recorrer el mundo a sus anchas. Sus ansias de aventuras y viaje le llevaron a todas partes hasta que conoció a una joven danesa con la que se casó y formó una familia en Miami.
Emile Zola nace en París el 2 de abril de 1840. Hijo de un ingeniero civil italiano. No es, como el conde Tolstoi, el hijo sensible que todo lo tuvo, sino el hijo de la pobreza que, gracias a los poemas, críticas y artículos, pudo granjearse un futuro en este difícil campo que es la literatura. Desde luego, era un campo propicio, ya que coincide con los movimientos impresionistas en la pintura, o con el fin del romanticismo musical. Zola bebe de todos ellos (o mejor dicho, crece junto a todos ellos), y nos ofrece “retazos de la vida en París” como si se tratase de un Renoir o de un Lautrec. Zola pinta las gentes y las describe con pequeños toques, como hacen los grandes. El trazo es suave y, a la vez, fuerte y profundo. Zola marca el acento en los personajes desfavorecidos (prostitutas, alcohólicos y asesinos varios) pero les otorga una humanidad que, precisamente, dotará de grandeza y complejidad a la obra.
https://www.liceus.com/emile-zola/
El soberano de un gran reino se encontraba ya en una avanzada edad y quería asegurarse de que, antes de abandonar el mundo, le transmitía a su hijo una importante lección. A lo largo de las épocas más difíciles de su reinado, aquello había sido clave para mantenerse firme y conseguir que finalmente reinara en su país la paz y la armonía. Por alguna razón, el joven príncipe no acababa de entender lo que su padre le decía.
viernes, 25 de junio de 2021
Tuve suerte en la escuela. Mi interés por las matemáticas y la literatura me convirtió en uno de esos escasos niños a los que les gusta ir a la escuela. Pero no reaccioné así frente a las clases obligatorias y semanales de religión. Fue una pena, porque ciertamente sentía inclinación por lo espiritual. Pero el pastor R., que era el ministro protestante del pueblo, enseñaba las Sagradas Escrituras los domingos de un modo que sólo inspiraba miedo y culpabilidad, y yo no me identificaba con "su" Dios. Era un hombre insensible, brutal y rudo. Sus cinco hijos, que sabían lo poco cristiano que era en realidad, llegaban a la escuela hambrientos y con el cuerpo cubierto de cardenales. Los pobres se veían cansados y macilentos. Nosotros les guardábamos bocadillos para que desayunaran en el recreo, y les poníamos suéteres y cojines en los bancos de madera del patio para que pudieran aguantar sentados. Finalmente sus secretos familiares se filtraron hasta el patio de la escuela: cada mañana su muy reverendo padre les propinaba una paliza con lo primero que encontraba a mano. En lugar de echarle en cara su comportamiento cruel y abusivo, los adultos admiraban sus sermones elocuentes y teatrales, pero todos los niños que estábamos sometidos a su tiránico modo de enseñar lo conocíamos mejor. Un suspiro durante su charla, o un ligero movimiento de la cabeza y ¡zas!, te caía la regla sobre el brazo, la cabeza, la oreja, o recibías un castigo Perdió totalmente mi aprecio, como la religión en general, el día en que le pidió a mi hermana Eva que recitara un salmo. La semana anterior habíamos memorizado el salmo, y Eva lo sabía muy bien; pero antes de que hubiera terminado de recitarlo, la niña que estaba al lado de ella tosió, y el pastor R. pensó que le había susurrado al oído el salmo. Sin hacer ninguna pregunta, las cogió por las trenzas a las dos e hizo entrechocar las cabezas de ambas. Sonó un crujido de huesos que nos hizo temblar a toda la clase. Encontré que eso era demasiado y estallé. Lancé mi libro negro de salmos a la cara del pastor; le dio en la boca. Se quedó atónito y me miró fijamente, pero yo estaba demasiado furiosa para sentir miedo. Le grité que no practicaba lo que predicaba. - No es usted un ejemplo de pastor bueno, compasivo, comprensivo y afectuoso —le chillé—. No quiero formar parte de ninguna religión que usted enseñe. Dicho eso me marché de la escuela jurando que no volvería jamás. Cuando iba de camino a casa me sentía nerviosa y asustada. Aunque sabía que lo que había hecho estaba justificado, temía las consecuencias. Me imaginé que me expulsarían de la escuela. Pero la mayor incógnita era mi padre. Ni siquiera quería pensar de qué modo me castigaría. Pero por otro lado, mi padre no era admirador del pastor R. Hacía poco el pastor había elegido a nuestros vecinos como a la familia más ejemplar del pueblo, y sin embargo todas las noches oíamos cómo los padres se peleaban, gritaban y golpeaban a sus hijos. Los domingos se mostraban como una familia encantadora. Mi padre se preguntaba cómo podía estar tan ciego el pastor R. Antes de llegar a casa me detuve a descansar a la sombra de uno de los frondosos árboles que bordeaban un viñedo. Esa era mi iglesia. El campo abierto, los árboles, los pájaros, la luz del sol. No tenía la menor duda respecto a la santidad de la Madre Naturaleza y a la reverencia que inspiraba. La Naturaleza era eterna y digna de confianza; hermosa y benévola en su trato a los demás; era clemente. En ella me cobijaba cuando tenía problemas, en ella me refugiaba para sentirme a salvo de los adultos farsantes. Ella llevaba la impronta de la mano de Dios. Mi padre lo entendería. Era él quien me había enseñado a venerar el generoso esplendor de la naturaleza llevándonos a hacer largas excursiones por las montañas, donde explorábamos los páramos y praderas, nos bañábamos en el agua limpia y fresca de los riachuelos y nos abríamos camino por la espesura de los bosques. Nos llevaba a agradables caminatas en primavera y también a peligrosas expediciones por la nieve. Nos contagiaba su entusiasmo por las elevadas montañas, una edelweiss medio escondida en una roca o la fugaz visión de una rara flor alpina. Saboreábamos la belleza de la puesta de sol. También respetábamos el peligro, como aquella vez que me caí en una grieta de un glaciar, caída que habría sido fatal si no hubiera llevado atada una cuerda con la que me rescató. Esos recorridos quedaron impresos para siempre en nuestras almas.
PARA CERRAR BIEN LOS CICLOS
jueves, 24 de junio de 2021
El relato tiene el mérito de hacer alternar un lenguaje presidiario con momentos de alta poesía. Red, por ejemplo, en la parte en que escucha una ópera que Andy ha puesto por los altoparlantes de la prisión, comenta así el efecto que causa sobre los presidiarios oír «Le nozze di Figaro” de Mozart: “No tengo ni la más remota idea de qué demonios cantaban aquellas dos italianas, y lo cierto es que no quiero saberlo. Las cosas buenas no hacen falta entenderlas. Supongo que cantaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras, y precisamente por eso, te hacía palpitar el corazón. Les aseguro que esas voces te elevaban más alto y más lejos de lo que nadie viviendo en un lugar tan gris pudiera soñar. Fue como si un hermoso pájaro hubiese entrado en nuestra monótona jaula y hubiese disuelto aquellos muros. Y por unos breves instantes hasta el último hombre de Shawshank se sintió libre”.
Un sorpresivo final, con una fuga de antología, convertía a este crudo relato en un esperanzador cuento de redención, dignidad y lazos fraternos, en medio de circunstancias amargas. “La esperanza es una buena cosa, y las buenas cosas nunca mueren”, le dice Dufresne a Red en un momento del cuento.
El cuento se convierte en una memorable película
Debieron pasar más de 10 años para que este cuento del libro “Las cuatro estaciones” tuviera por fin su adaptación a la pantalla grande. El director Frank Darabont convocó a los actores Tim Robbins y Morgan Freeman para que encarnaran a Andy Dufresne y Red Redding
¿Y si no te llama? Vive
miércoles, 23 de junio de 2021
Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo inconscientemente, ¿cómo aprenderé a vivir más conscientemente? Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo irresponsablemente, ¿cómo aprenderé a vivir más responsablemente? Si me niego a aceptar el hecho de que a menudo vivo pasivamente, ¿cómo aprenderé a vivir más activamente?
El espacio se curva, en realidad, de un modo que le permite no tener límites pero ser al mismo tiempo finito. Ni siquiera podemos decir propiamente que se esté expandiendo, porque, como nos indica el físico y premio Nobel Steven Wenberg, «los sistemas solares y las galaxias no se están expandiendo, y el espacio no se está expandiendo». Lo que sucede es más bien que las galaxias se apartan unas de otras . Todo eso es una especie de desafío a la intuición. O como dijo el biólogo J. B. S. Haldane en un comentario famoso: «El universo no sólo es más raro de lo que suponemos. Es más raro de lo que podemos suponer».
martes, 22 de junio de 2021
No entres dócilmente en esa buena noche, Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto, Llorando los hombres buenos, al llegar la última ola Y los locos, que al sol cogieron al vuelo en sus cantares, Y los hombres graves, que cerca de la muerte con la vista que se apaga Y tú, padre mio, allá en tu cima triste, |
lunes, 21 de junio de 2021
Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo, dejar mi cuarto encerrado y bajar a bailar entre borrachos. Uno es un tonto en una cama acostado, sin mujer, aburrido, pensando, sólo pensando. No tengo "hambre de amor", pero no quiero pasar todas las noches embrocado mirándome los brazos o apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro. Leer, o recordar, o sentirme tufo de literato, o esperar algo. Habría que bajar a una calle desierta y con las manos en las bolsas, despacio, caminar con mis pies e irles diciendo: uno, dos, tres, cuatro... Este cielo de México es obscuro, lleno de gatos, con estrellas miedosas y con el aire apretado. (Anoche, sin embargo, había llovido y era fresco, amoroso, delgado.) Hoy habría que pasármela llorando en una acera húmeda, al pie de un árbol, o esperar un tranvía escandaloso para gritar con fuerzas, bien alto. Si yo tuviera un perro podría acariciarlo. Si yo tuviera un hijo le enseñaría mi retrato o le diría un cuento que no dijera nada, pero que fuera largo. Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero seguir todas las noches vigilando cuándo voy a dormirme, cuándo. Yo lo que quiero es que pase algo, que me muera de veras o que de veras esté fastidiado, o cuando menos que se caiga el techo de mi casa un rato. La jaula que me cuente sus amores con el canario. La pobre luna, a la que todavía le cantan los gitanos, y la dulce luna de mi armario, que me digan algo, que me hablen en metáforas, como dicen que hablan, este vino es amargo, bajo la lengua tengo un escarabajo. ¡Qué bueno que se quedará mi cuarto toda la noche solo, hecho un tonto, mirando!
Por qué escribimos? Aquí, también, tuve suerte, porque nunca se me ocurrió que cuando se llega a esta pregunta, uno tiene una opción. Describí un incidente relevante en mi novela Fracaso.Me paré en el pasillo vacío de un edificio de oficinas, y todo lo que pasó fue que desde la dirección de otro corredor que se cruzaba oí pisadas que resonaban. Una excitación extraña se apoderó de mí. El sonido se hizo cada vez más fuerte y, aunque claramente eran los pasos de una sola persona invisible, de repente tuve la sensación de que estaba escuchando los pasos de miles. Era como si una enorme procesión estuviera caminando por ese corredor. Y en ese momento percibí la atracción irresistible de aquellos pasos, esa multitud que marchaba. En un momento comprendí el éxtasis del abandono, el embriagador placer de fundirse en la multitud, lo que Nietzsche llamaba, en un contexto diferente, aunque relevante también para este momento, una experiencia dionisíaca. Era casi como si alguna fuerza física me estuviera empujando, tirando de mí hacia las columnas de marcha invisibles. Sentí que tenía que apoyarme contra la pared, para evitar que cediera a esta fuerza magnética y seductora. He relatado este intenso momento como lo experimenté. La fuente de donde brotaba, como una visión, parecía fuera de mí, no en mí. Cada artista está familiarizado con esos momentos. En un tiempo se llamaron inspiraciones repentinas. Aún así, no clasificaría la experiencia como una revelación artística, sino como un auto-descubrimiento existencial. Lo que gané no era mi arte, sus herramientas no serían mías por algún tiempo, sino mi vida, que casi había perdido. La experiencia fue sobre la soledad, una vida más difícil, y las cosas que ya he mencionado – la necesidad de salir de la multitud fascinante, fuera de la historia, lo que hace que sin rostro y sin destino. Para mi horror, me di cuenta de que diez años después de haber regresado de los campos de concentración nazis, ya a medio camino del terrible hechizo del terror estalinista, todo lo que quedaba de toda la experiencia eran unas pocas impresiones confusas, unas pocas anécdotas. Como si ni siquiera me hubiera, como la gente suele decir. Está claro que tales momentos visionarios tienen una larga prehistoria. Sigmund Freud los remontaría a una experiencia traumática reprimida. Y puede que tenga razón. Yo también me inclino hacia el enfoque racional; el misticismo y el rapto irracional de todo tipo me son ajenos. Así que cuando hablo de una visión, debo decir algo real que asume un aspecto sobrenatural: la repentina y casi violenta erupción de un pensamiento lentamente maduro dentro de mí. Algo transmitido en el antiguo grito, «Eureka!» – «¡Lo tengo!» ¿Pero que? Una vez dije que el llamado socialismo para mí era el pastel de la petite madeleine que, sumergido en el té de Proust, evocaba en él el sabor de los años pasados. Por razones que tenían que ver con el idioma que hablaba, decidí, después de la supresión de la revuelta de 1956, permanecer en Hungría. Así pude observar, no como un niño esta vez sino como un adulto, cómo funciona una dictadura. Vi cómo una nación entera podría ser hecha para negar sus ideales, y ver los primeros pasos cautelosos hacia la acomodación. Comprendí que la esperanza es un instrumento del mal, y que el imperativo categórico kantiano, la ética en general, no es más que la servidora flexible de la autoconservación. ¿Se puede imaginar una mayor libertad que la que disfruta un escritor en una dictadura relativamente limitada, bastante cansada, incluso decadente?
Bueno, cuando murió mi madre... ¡ahí empezó la tragedia! Yo tenía unos diez años cuando me fui a vivir con mi padre. Como a los doce años, cuando mucho, salí de casa para trabajar. No tuvimos madrastra hasta mucho más tarde. Yo estaba fuera de casa cuando sucedió este asunto. Mi padre se casó con una señora de por allí, una mujer que le robó, le quitó todo y lo dejó en la calle; ella y sus hermanos. Ya iban a matarlo una noche, por el dinero, nada más que unos vecinos se metieron, y entonces se separó la mujer. Se habían casado por lo civil. La mujer, en combinación con la gente de allí, le quitó la casa y le quitó todo. Entonces compró otra casita por otro lado del mismo pueblo, y ahí se puso a trabajar otra vez en el comercio. Pero entonces él se enfermó de muerte. Sí, a veces los hombres queremos ser muy fuertes y muy machos, pero en el fondo no lo somos. Cuando se trata de una cosa moral... una cosa de familia que le toca a uno las fibras del corazón, a solas el hombre llora y le duele. Usted se habrá dado cuenta que mucha gente toma hasta ahogarse y caerse, y otros agarran la pistola y se pegan un tiro porque ya no pueden con aquello que sienten dentro. No hallan cómo expresarse, no hallan con quién explayarse, a quién contarle sus penas; agarran la pistola, y fuera... ¡se acabó! Y, a veces, los que se creen muy machos, cuando están a solas con su conciencia, no lo son. Nomás son valentonadas de momento. Cuando murió mi padre, dejó allí una casita con algo de mercancía, que yo recogí. Yo era el único hijo que quedaba. Estaba ya en México, trabajando en el restaurante, pero unos señores de allá me mandaron un telegrama. Encontré a mi padre todavía con vida, y yo lo vi morir. Cuando estaba junto a su cabecera me dijo: —No les dejo nada, pero sí un consejo les doy: nunca se junten con amigos, es mejor andar solo. —Así hice yo toda mi vida.