Ningún Dante podría elevar a Gil Bles. Sancho y Tartufo
hasta el rincón de su paraíso donde moran Cyrano, Quijote y
Stockmann. Son dos mundos morales, dos razas, dos
temperamentos: Sombras y Hombres. Seres desiguales no
pueden pensar de igual manera. Siempre habrá evidente
contraste entre el servilismo y la dignidad, la torpeza y el
genio, la hipocresía y la virtud. La imaginación dará a unos
el impulso original hacia lo perfecto; la imitación organizará
en otros los hábitos colectivos. Siempre habrá, por fuerza,
idealistas y mediocres.
El perfeccionamiento humano se efectúa con ritmo
diverso en las sociedades y en los individuos. Los más
poseen una experiencia sumisa al pasado: rutinas,
prejuicios, domesticidades. Pocos elegidos varían, avanzando
sobre el porvenir; al revés de Anteo, que tocando el suelo
cobraba alientos nuevos, los toman clavando sus pupilas en
las constelaciones lejanas y de apariencia inaccesible. Esos
hombres, predispuestos a emanciparse de su rebaño,
buscando alguna perfección más allá de lo actual, son los
«idealistas».
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