Bueno, cuando murió mi madre... ¡ahí empezó la tragedia! Yo tenía unos diez años cuando me fui a vivir con mi padre. Como a los doce años, cuando mucho, salí de casa para trabajar. No tuvimos madrastra hasta mucho más tarde. Yo estaba fuera de casa cuando sucedió este asunto. Mi padre se casó con una señora de por allí, una mujer que le robó, le quitó todo y lo dejó en la calle; ella y sus hermanos. Ya iban a matarlo una noche, por el dinero, nada más que unos vecinos se metieron, y entonces se separó la mujer. Se habían casado por lo civil. La mujer, en combinación con la gente de allí, le quitó la casa y le quitó todo. Entonces compró otra casita por otro lado del mismo pueblo, y ahí se puso a trabajar otra vez en el comercio. Pero entonces él se enfermó de muerte. Sí, a veces los hombres queremos ser muy fuertes y muy machos, pero en el fondo no lo somos. Cuando se trata de una cosa moral... una cosa de familia que le toca a uno las fibras del corazón, a solas el hombre llora y le duele. Usted se habrá dado cuenta que mucha gente toma hasta ahogarse y caerse, y otros agarran la pistola y se pegan un tiro porque ya no pueden con aquello que sienten dentro. No hallan cómo expresarse, no hallan con quién explayarse, a quién contarle sus penas; agarran la pistola, y fuera... ¡se acabó! Y, a veces, los que se creen muy machos, cuando están a solas con su conciencia, no lo son. Nomás son valentonadas de momento. Cuando murió mi padre, dejó allí una casita con algo de mercancía, que yo recogí. Yo era el único hijo que quedaba. Estaba ya en México, trabajando en el restaurante, pero unos señores de allá me mandaron un telegrama. Encontré a mi padre todavía con vida, y yo lo vi morir. Cuando estaba junto a su cabecera me dijo: —No les dejo nada, pero sí un consejo les doy: nunca se junten con amigos, es mejor andar solo. —Así hice yo toda mi vida.
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