martes, 31 de mayo de 2022
Si quieres ser una persona amable no discutas contigo mismo
“He tenido una vida extraordinaria en este planeta, mientras que, al mismo tiempo, he viajo por el universo mediante mi mente y las leyes de la Física.
lunes, 30 de mayo de 2022
Agárrame la mano al atardecer,
Empieza cada día diciéndote: Hoy me encontraré con interferencias, ingratitud, insolencia, deslealtad, mala voluntad y egoísmo, todo ello debido a la ignorancia de los ofendedores, que no distinguen el bien del mal. Pero yo he visto la belleza del bien y la fealdad del mal, y reconozco que el malhechor tiene una naturaleza semejante a la mía, no la misma sangre pero sí la misma mente. Por eso, no puede herirme.
Soy, Jorge Luis Borges
domingo, 29 de mayo de 2022
26 de noviembre de 1919
Nuestra generación es demasiado superficial para el matrimonio. Casarnos es como ir al McDonald’s. Luego, hacemos zapping. ¿Cómo íbamos a permanecer toda la vida con la misma persona en la sociedad del zapping generalizado? ¿En una época en que las estrellas, los políticos, las artes, los sexos, las religiones son intercambiables como nunca lo habían sido? ¿Por qué el sentimiento amoroso iba a ser la excepción a esta generalizada esquizofrenia?
sábado, 28 de mayo de 2022
Cuanto más te ames, menos amor necesitarás. Por lo tanto, al no necesitarlo, no construirás ni sostendrás relaciones conflictivas. Sólo vendrán a tu vida personas de luz y sabiduría, y si no fuera así, se marcharán rápidamente.
Para madurar, basta descubrir de repente que el amor dura tres años. Es el tipo de descubrimiento que no le deseo ni a mi peor enemigo: es una manera de hablar, ya que no tengo peor enemigo. Los esnobs no tienen enemigos, por eso hablan mal de todo el mundo: para intentar tenerlos. Un mosquito vive un día, una rosa tres días. Un gato, trece años, el amor, tres. Así son las cosas. Primero hay un año de pasión, luego un año de ternura y, finalmente, un año de aburrimiento. El primer año, uno dice: «Si me abandonas, me MATO.» El segundo año, uno dice: «Si me abandonas, lo pasaré muy mal pero lo superaré.» El tercer año, uno dice: «Si me abandonas, invito a champán.» Nadie te avisa de que el amor dura tres años. El complot amoroso se basa en un secreto muy bien guardado. Te hacen creer que es para toda la vida cuando, químicamente, el amor desaparece al cabo de tres años. Lo leí en una revista femenina: el amor es un subidón efímero de dopamina, noradrenalina, prolactina, luliberina y oxitocina. Una pequeña molécula, la feniletilamina (PEA), provoca sensaciones de alegría, exaltación y euforia. El flechazo es la suma de neuronas del sistema límbico saturadas de PEA. La ternura, un montón de endorfinas (el opio de la pareja). La sociedad miente: te vende el gran amor cuando está científicamente comprobado que, al cabo de tres años, estas hormonas dejan de estar activas. En realidad, las estadísticas hablan por sí solas: una pasión dura una media de 317,5 días (me pregunto qué diablos ocurre durante la última media jornada…) y, en París, dos parejas casadas de cada tres se divorcian en los tres años que siguen a la ceremonia. En los anuarios demográficos de las Naciones Unidas, especialistas en técnicas de empadronamiento plantean preguntas sobre el divorcio desde 1947 a los habitantes de 62 países. La mayoría de los divorcios se producen durante el cuarto año de matrimonio (lo que significa que los trámites se han iniciado a finales del tercer año). «En Finlandia, en Rusia, en Egipto, en Sudáfrica, los centenares de miles de hombres y mujeres estudiados por la ONU, que hablan idiomas distintos, visten de modo diferente, manipulan monedas, entonan oraciones, temen a demonios diferentes, albergan una infinita variedad de esperanzas y de sueños…, protagonizan el punto álgido de divorcios justo después de tres años de vida en común.» Esta obviedad sólo es una humillación añadida. ¡Tres años! Las estadísticas, la bioquímica, mi caso personal: la duración del amor siempre es idéntica. Inquietante coincidencia. ¿Por qué tres años y no dos, o cuatro, o seiscientos? En mi opinión, esto confirma la existencia de estas tres etapas que solían distinguir Stendhal, Barthes y Barbara Cartland: Pasión-Ternura-Tedio, un ciclo de tres niveles que duran un año cada uno, un triángulo tan sagrado como la Santísima Trinidad. El primer año, se compran muebles. El segundo año, se cambian los muebles de sitio. El tercer año, se reparten los muebles. La canción de Leo Ferré lo resumía todo: «Con el tiempo, uno deja de querer.» ¿Quién eres tú para atreverte a medirte con glándulas y neurotransmisores que te dejan tirado en la fecha prevista? Como máximo, podría discutirse el lirismo del poeta, pero contra las ciencias naturales y la demografía la derrota está asegurada.
jueves, 26 de mayo de 2022
Ahora examinemos esta cuestión: supongamos que nuestra reacción negativa ante alguna experiencia sea tan abrumadora que sintamos que no podemos practicar la autoaceptación. El sentimiento, pensamiento o recuerdo es tan angustioso y perturbador que la aceptación queda descartada. No nos sentimos capaces de desbloqueamos y relajarnos. La solución es intentar no resistirnos a nuestra resistencia. SI no podemos aceptar un sentimiento (o un pensamiento, o un recuerdo), debemos aceptar nuestra resistencia En otras palabras, empezar por aceptar dónde nos hallamos. Si conservamos la resistencia en un nivel consciente, comenzará a desaparecer.
La muerte bella, Juan Ramón Jiménez
Los conflictos armados entre naciones nos horrorizan. Pero la guerra económica no es más benigna. Es como una intervención quirúrgica. Una guerra económica es una especie de tortura prolongada. Y sus estragos no son menos terroríficos que los descritos en la literatura sobre las guerras propiamente dichas, No pensamos en esa otra guerra porque estamos acostumbrados a sus efectos letales. […] El movimiento antibelicista es sólido y rezo por que tenga éxito. Pero no puedo evitar sentir un temor lacerante: el de que ese movimiento fracasará si no llega a la raíz de todos los males, es decir, la codicia humana.
miércoles, 25 de mayo de 2022
Curriculum, Mario Benedetti
Los pobres no saben manejar el dinero. Ésta parece ser la creencia imperante, casi una perogrullada. Al fin y al cabo, si supieran manejar el dinero no serían pobres. Suponemos que lo gastarán en comida rápida y refrescos en lugar de en fruta fresca y libros. Así pues, para «ayudar» se han creado un sinfín de programas de asistencia ingeniosos, con toneladas de burocracia, sistemas de registro y un ejército de inspectores, todo lo cual gira en torno al principio bíblico de que «si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma» (2 Tesalonicenses 3:10). En los últimos años, las ayudas gubernamentales se han vinculado cada vez más al empleo, obligando a los receptores a buscar trabajo, participar en programas de reinserción laboral y realizar trabajos «voluntarios». Promocionado como un desplazamiento «de la beneficencia al trabajo», el mensaje subyacente es claro: el dinero gratis hace a la gente holgazana. Sólo que las pruebas demuestran lo contrario. Veamos el caso de Bernard Omondi. Durante años ganaba dos dólares al día en una cantera, en una zona empobrecida del oeste de Kenia. Hasta que una mañana recibió un mensaje muy extraño. «Cuando vi el mensaje, me levanté de un salto», recordó después Bernard. Acababan de depositar en su cuenta bancaria 500 dólares. Para Bernard era casi el salario de un año. Varios meses después, un periodista del New York Times visitó el pueblo de Bernard. Era como si la población entera hubiera ganado la lotería: en el pueblo fluía el dinero. Sin embargo, nadie se lo estaba gastando en alcohol. Por el contrario, se repararon casas y se crearon pequeños negocios. Bernard había invertido su dinero en una motocicleta india nueva, una Bajaj Boxer, y estaba ganando entre 6 y 9 dólares diarios haciendo de taxista. Sus ingresos se habían triplicado con creces. «De este modo se deja la elección en manos de los pobres —dice Michael Faye, fundador de GiveDirectly, la organización que está detrás del dinero que a Bernard le cayó del cielo—. Y para ser sincero no creo que yo tenga muy claro qué necesitan los pobres.» 41 Faye no regala pescado ni tampoco enseña a pescar. Da dinero con el convencimiento de que los verdaderos expertos en las necesidades de los pobres son los propios pobres. Cuando le pregunté por qué apenas hay vídeos o imágenes llamativos en el sitio web de GiveDirectly, Faye explicó que no le gusta apelar a las emociones. «Nuestros datos ya son bastante contundentes.» Tiene razón: según un estudio del Instituto Tecnológico de Massachusetts, las subvenciones en efectivo de GiveDirectly estimulan un aumento duradero en los ingresos (hasta el 38%), potencian la adquisición de viviendas y la posesión de ganado (hasta el 58%) y reducen en un 42% el número de días que los niños pasan hambre. Además, el 93% de cada donación se entrega en mano a los receptores. 42 Cuando se le presentaron las cifras de GiveDirectly, Google hizo enseguida una donación de 2,5 millones de dólares. 43 Bernard y los demás habitantes de su poblado no fueron los únicos afortunados. En 2008, el gobierno de Uganda decidió distribuir casi 400 dólares a unas 12.000 personas de entre dieciséis y treinta y cinco años. El dinero era casi gratis; lo único que debían hacer a cambio era presentar un plan de negocio. Cinco años más tarde, los efectos eran impactantes. Después de invertir en su propia educación y en iniciativas de negocio, los ingresos de los beneficiarios habían ascendido casi un 50%. Y sus posibilidades de ser contratados se habían incrementado en más de un 60%. 44 Otro programa ugandés distribuyó 150 dólares a más de 1.800 mujeres pobres en el norte del país, con resultados similares: los ingresos se dispararon casi en un 100%. Las mujeres que recibieron apoyo de un trabajador social (coste: 350 dólares) se beneficiaron un poco más, pero a posteriori los investigadores calcularon que habría sido mucho más eficaz sumar a las ayudas el salario de los trabajadores sociales. 45 Como concluyó sucintamente el informe, los resultados implican «un cambio sustancial en los programas de disminución de la pobreza en África y en el mundo entero».
martes, 24 de mayo de 2022
lunes, 23 de mayo de 2022
Muchas personas confunden la afirmación «casi todos los terroristas son musulmanes» con la de «casi todos los musulmanes son terroristas». Supongamos que la primera afirmación sea cierta, es decir, que el 99%delos terroristas sean musulmanes. Esto significaría que alrededor del 0,001% de los musulmanes son terroristas, ya que hay más de mil millones de musulmanes y sólo, digamos, diez mil terroristas, uno por cada cien mil. Así que el error lógico nos hace sobreestimar (inconscientemente) en cerca de cincuenta mil veces la probabilidad de que un musulmán escogido al azar (supongamos que de entre quince y cincuenta años) sea un terrorista. El lector podrá observar en esta falacia del viaje de ida y vuelta la injusticia de los estereotipos; las minorías de las zonas urbanas de Estados Unidos han sufrido la misma confusión: aun en el caso de quela mayor parte delos delincuentes procedieran de su subgrupo étnico, la mayoría delas personas pertenecientes a su subgrupo étnico no serían delincuentes, pero, pese a ello, son discriminados por parte de personas que deberían informarse mejor. «Nunca quise decir que los conservadores en general sean estúpidos. Me refería a que la gente estúpida normalmente es conservadora», se quejaba en cierta ocasión John Stuart Mill. Este problemaescrónico: si decimo salas personas que la clave del éxito no siempre está en las destrezas, pensarán que les estamos diciendo que nunca está en las destrezas, que siempre está en la suerte. Nuestra maquinaria deductiva, esa que empleamos en la vida Nuestra maquinaria deductiva, esa que empleamos en la vida cotidiana, no está hecha para un entorno complicado en el que una afirmación cambie de forma notable cuando su formulación en palabras se modifica ligeramente. Pensemos que en un entorno primitivo no existe ninguna diferencia trascendental entre las afirmaciones «la mayoría de los asesinos son animales salvajes» y «la mayoría de los animales salvajes son asesinos». Aquí hay un error, pero apenas tiene consecuencias. Nuestras intuiciones estadísticas no han evolucionado en el seno de un hábitat en que las sutilezas de este tipo puedan marcar una gran diferencia.
sábado, 21 de mayo de 2022
Mahatma Gandhi nos decía: "Sé el cambio que quieres ver en el mundo".
Hace muchos años, en los tiempos de Buda, vivía una pobre mujer viuda llamada Kisa Gotami, que tenía un hijo al que adoraba. Un día su hijo enfermó y murió, y ella, loca de dolor, se negó a enterrarlo y lo llevaba consigo a todas partes sin hacer caso de las palabras de consuelo y resignación que la gente le dirigía. Se aferró al cuerpo del bebé y no dejaba que nadie se lo quitara. Sujetándolo con toda su fuerza recorrió la aldea entera, rogando a la gente que le diera una medicina para curarlo. Algunos se burlaban de ella, mientras que otros se asombraban o se quedaban perplejos. Lo único que quería era una medicina que devolviera la vida a su hijo. Por fin, alguien le sugirió que fuera a ver al Buda, quien tenía la fama de estar dotado de toda clase de poderes, era considerado un gran santo capaz de hacer los mayores milagros y muy posiblemente él podría ayudarle.
Con nuevas esperanzas corrió a buscarlo. La pobre mujer llegó con el cadáver de su hijo ante el Maestro y echándose a sus pies le rogó, entre sollozos, que le diera una medicina para su hijo. Buda miró con dulzura a Kisa Gotami y al difunto hijo que traía en sus brazos. “Sí”, le dijo, “puedo ayudarte, pero para hacer la medicina necesito que me traigas una semilla de mostaza”.
Fascinada, Kisa Gotami estaba a punto de correr a buscarla. En cualquier casa de la India había una vasija en la cocina donde se guardaban semillas de mostaza. Pronto tendría la medicina para su hijo.
“Sólo que hay una condición”, siguió diciendo Buda. “La semilla debe venir de un hogar donde nadie haya muerto”.
Sin pensarlo más, la viuda, llena de esperanzas, partió para la ciudad y empezó su búsqueda.
Kisa Gotami anduvo de casa en casa y en todas partes encontró a personas que querían ayudarla con la mejor voluntad, pero siempre escuchó la misma historia. Aquí una esposa, allá un marido, un hermano o una hermana, una madre o un padre, un hijo o una hija. No había una casa en donde no lamentaran la muerte de algún ser querido. “Pocos son los que quedan vivos; muchos los que ya se han ido. No reavive nuestros tristes recuerdos”. Así le dijeron una y otra vez.
Lentamente, Kisa Gotami se fue dando cuenta que a todos los había visitado la muerte y que ella no era la única que lamentaba una pérdida. Calmada y sobria, miró a la criatura que traía en los brazos y terminó por aceptar que la vida había abandonado su cuerpo. Llevó a su hijo al cementerio y se despidió de él por última vez, y a continuación regresó a buscar al Buda.
Buda le dio la bienvenida y le preguntó si había conseguido la semilla de mostaza. - No – respondió ella -. Pero empiezo a comprender la lección que intentas enseñarme... Mi hijo ya no existe. Ha muerto y lo he enterrado junto a su padre.
Buda le dijo con gran compasión: - Creíste que sólo tú habías perdido un hijo. La ley natural es que todo cambia y nada es permanente entre los seres vivos.
Kisa Gotami le dijo al maestro que quería seguir aprendiendo sobre sus enseñanzas, y desde entonces hasta su muerte fue su discípula.
La búsqueda de Kisa Gotami le enseñó que nadie se libra del dolor y la pérdida. Ella no era una excepción. Esa comprensión no eliminó el dolor inevitable que comporta toda pérdida, pero redujo el sufrimiento que se deriva de luchar y resistirse a aceptar ese hecho.
viernes, 20 de mayo de 2022
Cuanto más alta sea nuestra autoestima, mejor preparados estaremos para afrontar las adversidades; cuanto más flexibles seamos, más resistiremos las presiones que nos hacen sucumbir a la desesperación o a la derrota.
La mayor parte de lo que ocurre en la economía mundial está determinada por los países ricos, sin siquiera pretenderlo. Ostentan el 80% de la producción mundial, llevan a cabo el 70% del comercio internacional y efectúan entre el 70% y el 90% (dependiendo del año) de todas las inversiones extranjeras directas.27 Esto significa que sus políticas nacionales pueden influir muchísimo en la economía mundial. Pero más importante que su peso es el interés de los países ricos por utilizar ese peso en el trazado de las reglas de la economía mundial. Por ejemplo, las naciones desarrolladas inducen a las más pobres a adoptar políticas concretas imponiéndolas como condición para su ayuda extranjera u ofreciéndoles acuerdos comerciales preferentes a cambio de "buen comportamiento" (adopción de medidas neoliberales). Incluso más importantes a la hora de trazar opciones para los países subdesarrollados son, sin embargo, lo que yo llamo la "Impía Trinidad" de organizaciones multilaterales, a saber, el KMI, el Banco Mundial y la OMC (Organización Mundial del Comercio). Si bien no son títeres de los países ricos, la Impía Trinidad está básicamente controlada por estos, por lo que conciben y ponen en práctica políticas de mal samaritano que esos países quieren.
Ha-Joon Chang
jueves, 19 de mayo de 2022
Aprovechemos cualquier oportunidad, o cualquier cosa que parezca serlo. Éstas son raras, mucho más de lo que pensamos. Recordemos que los Cisnes Negros tienen un primer paso obligatorio: debemos estar expuestos a ellos. Muchas personas no se dan cuenta de que han tenido un golpe de suerte cuando lo experimentan. Si un gran editor (o un gran tratante de arte, un ejecutivo de la industria cinematográfica, un célebre banquero un gran pensador)sugiere una cita célebre banquero, un gran pensador) sugiere una cita, cancelemos cualquier cosa que hayamos planeado: es posible que nunca más se nos abra esa ventana . A veces me sorprendo de que sean pocas las personas que se dan cuenta de que estas oportunidades no brotan de los árboles. Recojamos todos los billetes gratuitos que no sean de lotería (esos cuyos beneficios son a largo plazo) que podamos y, una vez que empiecen a ser rentables, no los descartemos. Trabajemos con ahínco, no en algo pesado, repetitivo o mecánico, sino en perseguir esas oportunidades y maximizar la exposición a ellas. Esto hace que el hecho de vivir en ciudades grandes tenga un valor incalculable, porque aumentamos las probabilidades de encuentros con la serendipidad. La idea de asentarse en una zona rural alegando que «en la era de Internet» hay buenas comunicaciones, nos aleja de esa fuente de incertidumbre positiva. Los diplomáticos comprenden esto muy bien: las conversaciones informales en los cócteles suelen derivar en grandes avances, y no la seca correspondencia o las conversaciones telefónicas. Vayamos a las fiestas. Si somos científicos, tal vez captemos una observación que prenda la mecha de nuevas investigaciones. Y si somos autistas, mandemos a nuestros colegas a esos eventos.
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, un americano tan claro, tan aventurero. Era un tipo brusco, con su pitillo y su copa de vino, sus perros y rifles, su atuendo de cazador. Le gustaba cocinar y contar anécdotas divertidísimas, y perderse por el campo citando a Shakespeare y Machado como la cosa más natural del mundo, sin pretensión ninguna. La última vez que le vi fue hace un par de años, aquí, en Madrid. Le encantaba la ciudad. Cuando nos despedimos delante de su hotel, en frente del Museo del Prado, con ese olor a acacia flotando en el aire, me hizo prometer que leería la obras completas de René Char. No lo he hecho todavía, pero mañana empiezo.
John J. Healey
miércoles, 18 de mayo de 2022
En cierto sentido, el curso mismo de la vida es injusto para todos. Una solución que se me ha ocurrido para este problema es vivir la vida hacia atrás. Podríamos empezar por morirnos y sacarnos eso de encima, y entonces iríamos rejuveneciendo. Encontré un poema maravilloso que habla de ello. Es de Norm Glass y apareció en un folleto informativo del Life Center de Indianápolis: La vida al revés La vida es dura. Tienes que dedicarle mucho tiempo, incluidos los fines de semana, ¿y con qué te encuentras al final de ella? Con la muerte, vaya recompensa. Creo que el ciclo de la vida está al revés. Primero tendrías que morirte y salir del paso. Entonces, vivir veinte años en un hogar de ancianos, de donde te echan cuando has rejuvenecido demasiado. Te regalan un reloj de oro, luego vas a trabajar, y trabajas cuarenta años, hasta que seas lo bastante joven para gozar de tu jubilación. Entonces vas a la universidad, y te diviertes hasta el momento del bachillerato. Te vuelves un chiquillo y juegas, no tienes responsabilidades. Te conviertes en un niño pequeño que vuelve a entrar en el útero y se pasa los últimos nueve meses flotando. Y terminas por ser un resplandor en los ojos de alguien
Se puede trasplantar corazones. Telefoneamos de forma inalámbrica por el mundo. Los satélites y las estaciones espaciales giran solícitamente a nuestro alrededor. Se han inventado y fabricado sistemas de armas, como consecuencia de investigaciones premiadas, con cuya ayuda sus poseedores pueden protegerse de la muerte de muchas formas. Todo aquello de lo que es capaz el cerebro humano ha sido asombrosamente plasmado. Sólo el hambre sigue sin resolverse. Incluso aumenta. Allí donde el hambre era como hereditaria, se transforma en depauperación. Por todo el mundo se desplazan corrientes de refugiados; el hambre las acompaña. Y no hay voluntad política, acompañada de conocimientos científicos, decidida a poner fin a esa miseria que prolifera.
Cuando en 1973, en Chile, apoyado por la activa benevolencia de los Estados Unidos, golpeó el terror, Willy Brandt. como primer canciller federal alemán, pronunció su discurso de ingreso en las Naciones Unidas. Habló de la depauperación universal. Su grito de «¡También el hambre es una guerra!» fue tan convincente que se ahogó en un aplauso inmediato. Yo estaba presente cuando se pronunció ese discurso. En aquella época escribía mi novela El rodaballo, en la que se trata de la base primaria de la existencia humana, la alimentación, es decir de la carencia y la abundancia, de grandes comilones e innumerables hambrientos, del placer del gusto y de las migajas de la mesa del rico. Ese tema nos ha quedado. A la riqueza que se acumula responde la pobreza con mayores tasas de crecimiento. El norte y el oeste opulentos, ansiosos de seguridad, pueden seguir queriendo protegerse y afirmarse como fortaleza contra el sur pobre; las corrientes de refugiados los alcanzarán sin embargo y ninguna reja podrá contener la afluencia de hambrientos. De eso habrá que hablar en el futuro. En definitiva, la novela de todos nosotros debe continuar. E incluso aunque un día no se escriba o pueda escribirse o imprimirse ya, cuando no se disponga ya de libros como medios de supervivencia, habrá narradores que nos hablarán al oído, devanando otra vez las viejas historias: en voz alta o baja, jadeante o demorada, a veces próxima a la risa y a veces próxima al llanto».
martes, 17 de mayo de 2022
Cuando miro el pasado y pienso en todas aquellas ocasiones que dilapidé en el error y en el ocio, careciendo del conocimiento que necesitaba para vivir; cuando pienso en la insistente frecuencia con que pequé contra mi corazón y mi alma, mi corazón supura. ¡La vida es un don, la vida es felicidad, cada minuto podría haber sido una eternidad de dicha! ¡Si acaso los jóvenes lo supieran! Mi vida cambiará a parr de ahora; renaceré. Te juro que no perderé la esperanza, querido hermano. Mantendré un alma pura y un corazón abierto. Renaceré para bien.
En 1867, un grupo de cazadores que merodeaban por la jungla india de Uttar Pradesh divisó una guarida de lobos y comenzó a acercarse con cautela. Pero, para su sorpresa, descubrieron que uno de los miembros de la manada era un niño pequeño de unos seis años. Los cazadores decidieron llevarse al niño, fumar la manada fuera de la cueva y matar a la madre lobo en el proceso. Llamaron al niño Dina Sanichar y lo llevaron a un orfanato cercano con la esperanza de civilizarlo.
Pero Sanichar nunca pudo ser civilizado. El niño continuó caminando a cuatro patas mientras comía solo carne cruda e incluso masticaba huesos solo para afilar sus dientes. Mientras tanto, se comunicaba únicamente con gruñidos y aullidos de lobo, y nunca aprendió un idioma humano. Finalmente, la historia de Sanichar inspiró una de las obras más perdurables de la literatura occidental, "El libro de la selva" de Rudyard Kipling, aunque la historia real es aún más inusual de lo que la novela podría captar.