viernes, 29 de abril de 2022
Tertuliano, un teólogo que vivió en Cartago alrededor del año 200 de nuestra era, escribió a propósito del cristianismo: Certum est, quia impossible (Es cierto porque es imposible). Los humanistas son menos lúcidos, pero su fe es igual de irracional. No niegan que la historia sea un catálogo de sinrazones, pero su remedio es simple: la humanidad debe ser (y será) razonable. Sin esa fe absurda — del más puro estilo «tertuliano»— , la Ilustración es un evangelio de desesperación.
El término más preciso para definir un sistema que elimina los límites en el gobierno y el sector empresarial no es liberal, conservador o capitalista sino corporativista. Sus principales características consisten en una gran transferencia de riqueza pública hacia la propiedad privada —a menudo acompañada de un creciente endeudamiento—, el incremento de las distancias entre los inmensamente ricos y los pobres descartables, y un nacionalismo agresivo que justifica un cheque en blanco en gastos de defensa y seguridad. Para los que permanecen dentro de la burbuja de extrema riqueza que este sistema crea, no existe una forma de organizar la sociedad que dé más beneficios. Pero dadas las obvias desventajas que se derivan para la gran mayoría de la población que está excluida de los beneficios de la burbuja, una de las características del Estado corporativista es que suele incluir un sistema de vigilancia agresiva (de nuevo, organizado mediante acuerdos y contratos entre el gobierno y las grandes empresas), encarcelamientos en masa, reducción de las libertades civiles y a menudo, aunque no siempre, tortura.
miércoles, 27 de abril de 2022
No patentó su vacuna sino que se la dio a todos los niños del mundo. La vacuna, con un terrón de azúcar, cambió la historia. A los que le preguntaron si quería venganza porque las SS habían matado a dos nietas, les respondió: "Pero salvé a los niños de toda Europa. ¿No encuentran una espléndida venganza?"
Aunque nos esforzamos en la vida por vivir de a dos o en grupo, hay momentos, sobre todo cuando se acerca la muer-te, que la verdad irrumpe con escalofriante claridad: nacemos solos y morimos solos. He oído decir a muchos pacientes a punto de morir que lo más horrible que tiene la muerte es que uno debe morir solo. Sin embargo, inclusive en el momento de la muerte, el deseo de otra persona de hacer sentir su pre-sencia con plenitud puede llegar a penetrar la soledad. Como dice un paciente en “No vayas mansamente”: “Aunque estés solo en tu bote, siempre es un consuelo ver las luces de los otros botes moviéndose cerca.”
martes, 26 de abril de 2022
McCarthy descubrió en 1950 que el del comunismo podía resultar un buen asunto, y conquistó la fama cuando, el 9 de febrero de 1950, declaró en público que tenía en la mano la lista de 205 miembros del Departamento de Estado que eran «comunistas y homosexuales que han vendido a cuatrocientos millones de asiáticos a un esclavismo ateo». Nunca tuvo tal lista y la cifra fue cambiando de un discurso a otro, entre 10 y 121, aunque nunca aceptó concretar las acusaciones. De hecho en sus años de campaña contra los «comunistas en el gobierno», en que amargó la vida al secretario de Estado Dean Acheson, no llegó a denunciar efectivamente ni a un solo miembro de su departamento (en una ocasión en que citó cuatro nombres como «riesgos de seguridad», resultó que tres de ellos no eran ni siquiera funcionarios del Departamento de Estado). McCarthy, alimentado con informaciones por Hoover y contando con la prensa, que le reservaba siempre la primera página —como dijo Dorothy Thompson, muchos periódicos «le concedían la primera página y lo condenaban en el editorial»—, hizo una carrera demagógica, que duró tanto como la guerra de Corea, en la que llegó a acusar a Eisenhower de desleal. Truman había dicho: «El mejor activo que tiene el Kremlin es el senador McCarthy». McCarthy actuaba en colaboración con Roy Cohn, un abogado, judío y antisemita a la vez, con intereses en el “Studio 54” de Nueva York, a través del cual proporcionaba cocaína a sus amigos. Un personaje de quien Eric Hobsbawm ha dicho que es probable que «fuera un auténtico príncipe de las tinieblas». Cohn —el protagonista de Angels in America— manipulaba las respuestas de los testigos y arruinó las vidas de mucha gente, a la vez que se dedicaba a inspeccionar las bibliotecas de las «Casas de América» en Europa, donde afirmó haber descubierto 30.000 libros procomunistas, lo que obligó a retirar obras de Tom Paine, Thoreau, Hemingway, Arthur Miller o Mark Twain, con la desafortunada consecuencia de que algunas de ellas, como La montaña mágica de Thomas Mann, La teoría de la relatividad de Einstein o las de Freud, fuesen las mismas que años antes habían arrojado a la hoguera los nazis (faltos de espacio para almacenarlos, algunos bibliotecarios de las «Casas de América» las quemaron también ahora). Desde 1953, al acabar la guerra de Corea, un McCarthy que temía perder la atención que hasta entonces había recibido fue aumentando su agresividad y cometió el error de atacar al ejército, en lo que era en realidad un ataque contra Eisenhower, acusando a los altos mandos de debilidad ante las penetraciones comunistas. El presidente y los militares decidieron entonces que había que acabar con él. Le enfrentaron a un abogado hábil y un McCarthy medio borracho quedó en evidencia en una audiencia transmitida por televisión, que duró treinta y seis días y acabó arruinando su crédito. En diciembre de 1954 recibió una censura del Senado, por 67 votos contra 22, en una votación en que J. F. Kennedy fue uno de los dos únicos senadores demócratas ausentes, lo que puede explicarse por la amistad de su familia con McCarthy. Empezó entonces una triste decadencia, abandonado por viejos amigos que ahora procuraban ignorarle; tres años después moría alcoholizado. Roy Cohn falleció de sida en 1986; mientras agonizaba recibió en el hospital un telegrama de Reagan: «Nancy y yo os recordaremos en nuestros pensamientos y oraciones».
Josep Fontana
WASHINGTON SQUARE: A writing professor and I would often talk about how writers are hoarders, obsessed with little material things—how, for example, I was obsessed with a little hay cross my mother kept in her drawer. Do you agree that that’s true for writers? Are there any material things you obsess over?
RUEFLE: I can see that little cross made of hay! Though it’s probably straw. Yes, writers are mysteriously attracted to objects that seem to speak to them, either these objects have entered one’s life by association with an event or a person, or they have entered by their own powers of persuasion, as when you find something lying on the street which you can never again part with—I have a terribly chewed-up pencil in my study that entered my life that way. And my entire home is full of such objects, altars full of them, arrangements of them everywhere, and by the time you are my age, things are out of control! I think this speaks to the power of the image, as well as the power of an object to contain a world, not to mention the power of an object to communicate. No two collections are alike, but I have never been to the home of a writer that is void of them. They are not unlike little poems in themselves. Joseph Cornell made a life of them, they were his medium as an artist, and every time I spend too much time in a junk shop, I think of him and feel a little less guilty for spending my days this way, even if my friends look askance at me. These things feed my soul, whether we are talking about a shell found on a beach, a tiny tin man with a watering can, or an ivory Torah reader with the name Rosa carved on it. They feed my imagination.
Sentirse completamente aislado y solitario conduce a la desintegración mental, del mismo modo que la inanición conduce a la muerte. Esta conexión con los otros nada tiene que ver con el contacto físico. Un individuo puede estar solo en el sentido físico durante muchos años y, sin embargo, estar relacionado con ideas, valores o, por lo menos, normas sociales que le cionan un sentimiento de comunión y "pertenencia" Por otra parte, puede vivir entre la gente y no obstante dejarse vencer por un sentimiento de aislamiento total, cuyo resultado será, una vez excedidos ciertos límites, aquel estado de insania expresado por los trastornos esquizofrénicos. Esta falta de conexión con valores, símbolos o normas, que podríamos llamar soledad moral, es tan intolerable como la soledad física; o, más bien, la soledad física se vuelve intolerable tan sólo si implica también soledad moral. La conexión espiritual con el mundo puede asumir distintas formas; en sus respectivas celdas, el monje que cree en Dios y el misionero político aislado de todos los demás, pero que se siente unido con sus compañeros de lucha, no están moralmente solos. Ni lo está el inglés que viste su smoking en el ambiente más exótico, ni el pequeño burgués que, aun cuando se halla profundamente aislado de los otros hombres, se siente unido a su nación y a sus símbolos. El tipo de conexión con el mundo puede ser noble o trivial, pero aun cuando se relacione con la forma más baja y ruin de la estructura social, es, de todos modos, mil veces preferible a la soledad. La religión y el nacionalismo, así como cualquier otra costumbre o creencia, por más que sean absurdas o degradantes, siempre que logren unir al individuo con los demás constituyen refugios contra lo que el hombre teme con mayor intensidad: el aislamiento. Esta necesidad compulsiva de evitar el aislamiento moral ha sido descrita con mucha eficacia por Balzac en el siguiente fragmento de Los sufrimientos del inventor: Pero debes aprender una cosa, imprimirla en tu mente todavía maleable: el hombre tiene horror a la soledad. Y de todas las especies de soledad, la soledad moral es la más terrible. Los primeros ermitaños vivían con Dios. Habitaban en el más poblado de los mundos: el mundo de los espíritus. El primer pensamiento del hombre, sea un leproso o un prisionero, un pecador o un inválido, es éste: tener un compañero en su desgracia. Para satisfacer este impulso, que es la vida misma, emplea toda su fuerza, todo su poder, las energías de toda su vida. ¿Hubiera encontrado compañeros Satanás, sin ese deseo todopoderoso? Sobre este tema se podría escribir todo un poema épico, que sería el prólogo del Paraíso Perdido, porque el Paraíso Perdido no es más que la apología de la rebelión.
sábado, 23 de abril de 2022
Cratilo, en el ‘Diálogo’ platónico al que presta su nombre, esconde a Heráclito entre los pliegues de su túnica. Por boca de su interlocutor Hermógenes habla Demócrito, el filósofo de lo lleno y lo vacío, y quizá también Protágoras, el antigeómetra, que en su impiedad llegó a sostener que el hombre es la medida de todas las cosas: de las que son, en cuanto son, y de las que no son, en cuanto no son.
A Cratilo le preocupó el problema de la lengua, eso que es tanto lo que es como lo que no es, y sobre su consideración se extiende en amena charla con Hermógenes. Cratilo piensa que los nombres de las cosas están naturalmente relacionados con las cosas. Las cosas nacen —o se crean, o se descubren, o se inventan— y en su ánima habita, desde su origen, el adecuado nombre que las señala y distingue de las demás. El significante —parece querer decirnos— es noción prístina que nace del mismo huevo de cada cosa; salvo en las razonables condiciones que mueven las etimologías, el perro es perro (en cada lengua antigua) desde el primer perro y el amor es amor, según indicios, desde el primer amor. La linde paradójica del pensamiento de Cratilo, contrafigura de Heráclito, se agazapa en el machihembrado de la inseparabilidad —o unidad— de los contrarios, en la armonía de lo opuesto (el día y la noche) en movimiento permanente y reafirmador de su substancia —las palabras también, en cuanto objetos en sí (no hay perro sin gato, no hay amor sin odio)—.
Hermógenes, por el contrario, piensa que las palabras son no más que convenciones establecidas por los hombres con el razonable propósito de entenderse. Las cosas aparecen o se presentan ante el hombre, y el hombre, encarándose con la cosa recién nacida, la bautiza. El significante de las cosas no es el manantial del bosque, sino el pozo excavado por la mano del hombre. La frontera parabólica del sentir —y del decir— de Hermógenes, máscara de Demócrito y a ratos de Protágoras, se recalienta en no pocos puntos: el hombre, eso que mide (y designa) todas y cada una de las cosas, ¿es el género o el individuo?; las cosas, ¿son las cosas físicas tan sólo o también las sensaciones y los conceptos? Hermógenes, al reducir el ser al parecer, degüella a la verdad en la cuna; como contrapartida, el admitir como única proposición posible la que formula el hombre por sí y ante sí, hace verdadero —y nada más que verdadero— tanto a lo que es verdad como a lo que no lo es. Recuérdese que el hombre, según famosa aporía de Victor Henry, da nombre a las cosas pero no puede arrebatárselo: hace cambiar el lenguaje y, sin embargo, no puede cambiarlo a voluntad.
Platón, al hablar —–quizá con demasiada cautela— de la rectitud de los nombres, parece como inclinar su simpatía, siquiera sea veladamente, hacia la postura de Cratilo: las cosas se llaman como se tienen que llamar (teorema orgánico y respetuoso al borde de ser admitido, en pura razón, como postulado) y no como los hombres convengan, según los vientos que soplen, que deban llamarse (corolario movedizo o, mejor aún: fluctuante según el rumbo de los mudables supuestos presentes —que no previos— de cada caso).
De esta segunda actitud originariamente romántica y, en sus consecuencias, demagógica, partieron los poetas latinos, con Horacio al frente, y se originaron todos los males que, desde entonces y en este terreno, hubimos de padecer sin que pudiéramos ponerle remedio.
miércoles, 13 de abril de 2022
Serás siempre presa o juguete de los demonios y los necios de este mundo si esperas verlos aproximarse con cuernos o tintineando sus campanas. Ten en mente que, en su trato con los demás, las personas son como la luna: sólo muestran una de sus caras. Cada hombre posee un talento innato para […] elaborar una máscara con su fisonomía, a fin de lucir siempre como si fuera lo que pretende ser, […] y el efecto es sumamente engañoso. Se pone la máscara cada vez que su propósito es vanagloriarse de la buena opinión de otro; tú debes prestar a ella tanta atención como si estuviera hecha de cartón o de cera.
—ARTHUR SCHOPENHAUER
La crisis actual no es la expresión del destino inevitable de la especie humana; por el contrario, es una crisis de crecimiento, es el resultado de la progresiva liberación de sus inmensas potencialidades materiales y psíquicas; el hombre se halla en el umbral de un mundo nuevo, un mundo lleno de infinitas e imprevisibles posibilidades; pero está también al borde de una catástrofe total. La decisión está en sus manos; en su capacidad de comprender racionalmente y de dirigir según sus designios los procesos sociales que se desarrollan a su alrededor.
El marco de referencia más amplio del ser humano multisensorial nos permite comprender de manera empírica la distinción significativa entre la personalidad y el alma. Tu personalidad es aquella parte de ti mismo que ha nacido contigo, vive en tu interior y que morirá llegado el momento. Ser humano y poseer una personalidad es la misma cosa. Tu personalidad, al igual que tu cuerpo, son los vehículos de tu evolución. Las decisiones que tomas y las acciones que realizas en la Tierra son los medios que utilizas para evolucionar. En cada momento eliges las intenciones que marcarán tus experiencias. Estas elecciones afectan a tu proceso evolutivo. Y así sucede con cada persona. Si eliges de manera inconsciente, evolucionas también de manera inconsciente. Si eliges conscientemente, evolucionas de la misma manera.
Se afirma que Walt Disney dijo que hay tres clases de personas en el mundo. Los envenenadores de pozos que desaniman a otros, pisotean su creatividad, y les dicen qué es lo que no pueden hacer. Los cortadores de grama, personas que tienen buenas intenciones pero están absortos en sí mismos, que cortan su grama pero jamás ayudan a otros. Y los mejoradores de vida. Esta última categoría tiene personas que se esfuerzan en enriquecer la vida de otros, que los elevan y los inspiran. Cada uno de nosotros necesita hacer todo lo que pueda para convertirnos en mejoradores de vidas, para sustentar a las personas, para motivarlas a crecer y alcanzar su potencial. Es un proceso que requiere tiempo.
viernes, 8 de abril de 2022
Los medios de comunicación son herramientas indispensables para controlar el pensamiento y, como consecuencia inmediata, la acción social. La ironía o paradoja en este caso es que precisamente la institución que, según el código deontológico del Periodismo, debería informar al ciudadano, trabaja para alcanzar justo lo contrario: desinformarlo. En una sociedad democrática la desinformación utiliza varias vías de acción: 1) El silencio, que consiste en callar los discursos de quienes defienden ideas contrarias, así como los hechos que pondrían en aprietos a los poderosos. No hay espacio en sus páginas para los críticos de su sistema. 2) El desprestigio y la ridiculización: cuando un pensador destacado revela una verdad determinante, se le infamia y minimiza para lograr su descrédito. El método es similar en el ámbito político, económico, cultural, etc. Se trata de aplastar al enemigo con un procedimiento desleal o ilegítimo en democracia (como por ejemplo la mentira), que tergiversa la realidad o que saca a la luz los aspectos más desfavorables del individuo concreto magnificándolos. 3) La negación consiste en negar un acontecimiento veraz, mediante argumentos sólidos (aunque sean disparatados) susceptibles de ser creídos por los ciudadanos aplicando la lógica de los hechos. El objetivo es mantener alejada de la información verdadera a los receptores del mensaje y para ello manipulan sin escrúpulos la realidad, de acuerdo a sus intereses propios, con el objetivo de influir y modelar el comportamiento colectivo. Un ejemplo muy presente lo encontramos en la llamada «Guerra de Irak». Para orientar la voluntad de la ciudadanía a favor de la misma, los gobernantes y sus líderes-manipuladores de opinión aseguraron que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva y que era uno de los principales guardianes del terrorismo internacional. Conocemos cómo se desarrollaron los acontecimientos que llevaron al derrocamiento del dictador iraquí. Y también sabemos que la prensa independiente presionó de tal forma que George Bush, el principal propulsor del ataque a Irak, tuvo que admitir públicamente que nunca existieron las tan manidas armas de destrucción masiva, una expresión surgida a raíz del 11- S.
Cristina Martin
Tenemos el mismo problema con Wagner. Durante el almuerzo, esperando a que sirvan el postre, Cosima Wagner dice a los criados: «Hay que esperar, el maestro está tocando el piano». Arriba, en el segundo piso, se le oye tocar. Estaba estudiando, preparando la música de Semana Santa de Parsifal. Wagner baja. Y en la mesa del almuerzo —tenemos el testimonio directo de Cosima— se pronuncia sobre la cuestión judía y dice: «¡Hay que quemar vivos a los judíos!». El mismo día en que compone la música de Semana Santa de Parsifal. Me dirá usted: «Hay que comprenderle.» ¡No! No se puede comprender. Nosotros somos hombres y mujeres insignificantes. Usted y yo. Gracias a esos gigantes tenemos una herencia inmensa; no imagino mi existencia sin Tristán, sin otras páginas de Wagner, sin Ser y Tiempo, sin los libros sobre Kant, sin los ensayos sobre los presocráticos, etc. La edición de las obras completas de Heidegger tendrá más de cien volúmenes [...]. ¿Qué hacer frente a eso? Como lector, como profesor, tengo una deuda enorme con esos textos. Son los textos que amueblan mi mente y mi ser. Ello no quiere decir ni por un instante que defienda a esos hombres.
¿Se ha preguntado alguna vez por qué la vida se presenta como una serie de opuestos? ¿Por qué todo lo que valoramos es un elemento de un par de opuestos? ¿Por qué todas las decisiones se toman entre opuestos, y en ellos se basan todos los deseos?
miércoles, 6 de abril de 2022
Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.
martes, 5 de abril de 2022
lunes, 4 de abril de 2022
Las empresas de propiedad estatal pueden ser también idóneas allí donde existe "monopolio natural". Esto se refiere a la situación en que las condiciones tecnológicas dictaminan que tener solo un proveedor es el modo más eficiente de servir al mercado. Electricidad, agua, gas, ferrocarriles y teléfonos (terrestres) son ejemplos de monopolio natural. En estas industrias, el principal coste de la producción es la construcción de la red de distribución y, por lo tanto, el coste unitario de suministro disminuirá si el número de clientes que utilizan los servicios de la red aumenta. En cambio, disponer de varios proveedores, cada uno con sus propias redes de cañerías de agua, por ejemplo, incrementa el coste unitario de abastecer a cada familia. Históricamente, esas industrias empezaron a menudo en los países desarrollados con muchos pequeños productores competidores, pero luego se consolidaron en grandes monopolios regionales o nacionales (y entonces, a menudo, nacionalizados). Cuando hay un monopolio natural, el productor puede cobrar lo que quiera, ya que los consumidores no pueden acudir a nadie más. Pero no solo se trata de que el productor "explote" al consumidor. Esta situación genera también un coste social del que ni siquiera el proveedor monopolista puede apropiarse, conocido como "pérdida de eficiencia en asignación" en jerga técnica." En este caso, puede ser económicamente más eficiente para el gobierno asumir la actividad en cuestión y explotarla él mismo, produciendo la cantidad socialmente óptima. La tercera razón para que el gobierno funde empresas de propiedad estatal es la equidad entre los ciudadanos. Por ejemplo, si se dejan a compañías del sector privado, los habitantes de zonas remotas pueden no tener acceso a servicios esenciales como correo, agua o transporte: el coste de entregar una carta a una dirección en las remotas zonas montañosas de Suiza es muy superior al de una dirección en Ginebra. Si la empresa que entrega la carta estuviera únicamente interesada en los beneficios, subiría el precio de la entrega postal a las regiones montañosas, obligando a los residentes a reducir su uso del servicio postal, o podría incluso suspender el servicio por completo. Si el servicio en cuestión es vital y todos los ciudadanos deben tener derecho a él, el gobierno puede decidir dirigir la actividad por sí mismo a través de una empresa pública, aunque suponga perder dinero en el proceso.
Ha Joon Chang
Me gusta ser persona porque sé que soy un ser condicionado, pero consciente del inacabamiento, sé que puedo ir más allá de él. Esta es la diferencia profunda entre el ser condicionado y el ser determinado. La diferencia entre el inacabamiento que no se sabe como tal y el inacabamiento que histórica y socialmente alcanzó la posibilidad de saberse inacabado.
El físico Leo Szilard anunció una vez a su amigo, Hans Bethe, que estaba pensando en escribir un diario: «No me propongo publicado. Me limitaré a registrar los hechos para que Dios se informe». «¿Tú crees que Dios no conoce los hechos?», preguntó Bethe. «Sí —dijo Szilard—. Él conoce los hechos, pero no conoce esta versión de los hechos».
HANS CHRISTIAN VON BAEYER, Taming the Atom [Controlando el átomo]
sábado, 2 de abril de 2022
Para conocer una cosa partiendo de su opuesto, recordemos la implacabilidad de El príncipe de Maquiavelo, libro al que Russell llamó «manual para pistoleros». Las técnicas de Maquiavelo ilustran a la perfección la relación Yo-Ello cuando relata cómo gobernar a los pueblos infundiéndoles miedo, cómo enriquecerse a costa de los demás y cómo aferrarse a cualquier parcela de poder que uno obtenga. Si el título profesional que busca es el de dictador, Maquiavelo le dará el mejor de los resultados.
Un monje tenía siempre una taza de té al lado de su cama. Por la noche, antes de acostarse, la ponía boca abajo y, por la mañana, le daba la vuelta. Cuando un novicio le preguntó perplejo acerca de esa costumbre, el monje explicó que cada noche vaciaba simbólicamente la taza de la vida, como signo de aceptación de su propia mortalidad. El ritual le recordaba que aquel día había hecho cuanto debía y que, por tanto, estaba preparado en el caso de que le sorprendiera la muerte. Y cada mañana ponía la taza boca arriba para aceptar el obsequio de un nuevo día. El monje vivía la vida día a día, reconociendo cada amanecer que constituía un regalo maravilloso, pero también estaba preparado para abandonar esté mundo al final de cada jornada.
Más ineficaz fue aun la desnazificación realizada por los propios alemanes. Para entenderlo hay que tener en cuenta que la mayor parte de la población había aceptado conscientemente los crímenes del nazismo —su falta, se ha dicho, no fue «su incapacidad de resistir, sino su disposición a servir»— y ayudó después a que permanecieran impunes. Durante la guerra los alemanes sabían lo que sucedía y no les preocupaba en absoluto —las persecuciones de la Gestapo no afectaron, por lo menos hasta los meses finales del derrumbe, a los ciudadanos comunes—, por lo que se acomodaron sin dificultad a la situación y no dudaron en colaborar en la represión con sus denuncias. Terminada la contienda se dedicaron colectivamente a fingir que no sabían nada y a callar lo que conocían los unos de los otros. Una actitud que acabó conduciendo a que «se concedieran a si mismos la condición de individuos “seducidos” políticamente, y convertidos al final en “mártires” por la guerra y por sus consecuencias».