Aunque nos esforzamos en la vida por vivir de a dos o en grupo, hay momentos, sobre todo cuando se acerca la muer-te, que la verdad irrumpe con escalofriante claridad: nacemos solos y morimos solos. He oído decir a muchos pacientes a punto de morir que lo más horrible que tiene la muerte es que uno debe morir solo. Sin embargo, inclusive en el momento de la muerte, el deseo de otra persona de hacer sentir su pre-sencia con plenitud puede llegar a penetrar la soledad. Como dice un paciente en “No vayas mansamente”: “Aunque estés solo en tu bote, siempre es un consuelo ver las luces de los otros botes moviéndose cerca.”
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