viernes, 8 de abril de 2022

 Los medios de comunicación son herramientas indispensables para controlar el pensamiento y, como consecuencia inmediata, la acción social. La ironía o paradoja en este caso es que precisamente la institución que, según el código deontológico del Periodismo, debería informar al ciudadano, trabaja para alcanzar justo lo contrario: desinformarlo. En una sociedad democrática la desinformación utiliza varias vías de acción: 1) El silencio, que consiste en callar los discursos de quienes defienden ideas contrarias, así como los hechos que pondrían en aprietos a los poderosos. No hay espacio en sus páginas para los críticos de su sistema. 2) El desprestigio y la ridiculización: cuando un pensador destacado revela una verdad determinante, se le infamia y minimiza para lograr su descrédito. El método es similar en el ámbito político, económico, cultural, etc. Se trata de aplastar al enemigo con un procedimiento desleal o ilegítimo en democracia (como por ejemplo la mentira), que tergiversa la realidad o que saca a la luz los aspectos más desfavorables del individuo concreto magnificándolos. 3) La negación consiste en negar un acontecimiento veraz, mediante argumentos sólidos (aunque sean disparatados) susceptibles de ser creídos por los ciudadanos aplicando la lógica de los hechos. El objetivo es mantener alejada de la información verdadera a los receptores del mensaje y para ello manipulan sin escrúpulos la realidad, de acuerdo a sus intereses propios, con el objetivo de influir y modelar el comportamiento colectivo. Un ejemplo muy presente lo encontramos en la llamada «Guerra de Irak». Para orientar la voluntad de la ciudadanía a favor de la misma, los gobernantes y sus líderes-manipuladores de opinión aseguraron que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva y que era uno de los principales guardianes del terrorismo internacional. Conocemos cómo se desarrollaron los acontecimientos que llevaron al derrocamiento del dictador iraquí. Y también sabemos que la prensa independiente presionó de tal forma que George Bush, el principal propulsor del ataque a Irak, tuvo que admitir públicamente que nunca existieron las tan manidas armas de destrucción masiva, una expresión surgida a raíz del 11- S.

Cristina Martin

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