Siendo novato en mi instrumento (la guitarra) durante muchos años, tuve el privilegio de asistir a numerosas clases magistrales y de tocar en unas cuantas. A veces me salía bien; en otras ocasiones fui yo quien se vino abajo. Créeme, no existe mayor sensación de impotencia, vergüenza o soledad que la de descarrilar en medio de un solo. De repente, en lugar de música fluida, se oye un pasaje destrozado seguido de un incómodo silencio. Hete aquí cómo manejó esta situación Pau Casals. El alumno en cuestión había cometido varias equivocaciones sin importancia, seguidas por otras más graves, hasta que un error catastrófico desbarató por completo su actuación. Como de costumbre, un silencio opresivo se cernió sobre la clase magistral, tan sólo punteado por el pobre estudiante que trataba de contener las lágrimas. De súbito Casals se puso a aplaudir, gritando: «¡Bravo!» Los demás estudiantes de la sala estuvieron más que encantados de imitar al maestro, de modo que todos rompieron a aplaudir y a gritar «¡Bravo!». El estudiante pareció avergonzarse todavía más y dijo al maestro: «¡Pero si he tocado fatal!» «No, te equivocas», dijo Casals. «Has tocado un pasaje maravillosamente... este... Vuelve a tocarlo.» El estudiante respondió agradecido y al final de la lección tocó la pieza entera de maravilla. Esto fue así porque el profesor le corrigió haciendo hincapié en su punto fuerte en lugar de hacerlo en su punto débil. Esto es el poder del Tao en acción, y todos podemos ejercerlo. Esfuérzate por sacar lo mejor de las personas, y generarás felicidad y suscitarás su mejor actuación. Insiste sobre lo peor de ellas, y generarás desdicha y suscitarás su peor actuación. Es así de simple. Tal como he dicho, el Tao queda aparte de la religión y la psicología precisamente por esta razón. Mientras que la religión y la psicología se centran en lo que te ocurre de malo, el Tao se centra en lo que te ocurre de bueno, aquí y ahora.
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