Todos lo hemos experimentado: salivamos ante un iPhone nuevo y brillante, realmente lo deseamos y finalmente lo conseguimos. Durante unos cuantos días estamos orgullosos de nuestra nueva posesión; la admiramos en nuestras manos, la usamos mucho. Sin embargo, algunas semanas más tarde no es más que un teléfono, un objeto funcional (¡si bien es cierto que un tanto atractivo estéticamente hablando!), que puede sustituirse si se rompe o se pierde y que, indudablemente, no nos va a cambiar la vida. ¿Y qué hacemos? ¿Admitimos que, al fin y al cabo, Séneca tenía razón al decir que es inútil dedicar tanto tiempo y tanta energía a desear y tratar de conseguir cosas externas? Por supuesto que no. Simplemente pasamos a dedicar nuestra atención al siguiente objeto brillante. («¡Eh! Ese bolso es realmente bonito. Y está claro que necesito un bolso nuevo.») Eso hará que nos sintamos «felices» durante algunos días o semanas más y luego el proceso empezará de nuevo. Los psicólogos lo denominan adaptación hedonista: como en una cinta de correr del gimnasio, corres sin llegar a ninguna parte. Pero, a diferencia de la cinta del gimnasio, ¡ni siquiera es bueno para tu salud! Séneca, por tanto, nos dice cómo salir de la adaptación hedonista. Se trata de un proceso en dos fases: la primera es la fase filosófica de darse cuenta de que lo que es agradable superficialmente puede que no nos haga felices y, a la inversa, que lo que parece desagradable puede que no nos haga infelices. La segunda consiste en intervenir en nuestra conciencia y, poco a poco, asimilar lo que reconocemos cognitivamente: cada vez que logras alejarte de los objetos que te atraen y cada vez que te impones afrontar los objetos que te atacan, estás dando un paso hacia la sabiduría y la felicidad.
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