viernes, 7 de abril de 2023

Timothy Ferriss

 


Jean-Marc Hachey aterrizó en África Occidental como voluntario, con esperanzas sinceras de servir de ayuda. En ese sentido, fue más que oportuno.

 Llegó a Ghana a principios de la década de 1980 en medio de un golpe de Estado, con la inflación por las nubes y justo a tiempo de pasar la peor sequía de la década. Por esas mismas razones, muchos considerarían que fue inoportuno desde un punto de vista de supervivencia más egoísta.

 Tampoco se enteró del comunicado. El menú nacional había cambiado y lujos como el pan y el agua potable habían desaparecido del mapa. Sobreviviría durante cuatro meses a base de un mejunje hecho de maíz y espinacas con pinta de fango. No las típicas chuches para comer en el cine, precisamente.

Jean-Marc había atravesado el punto sin retorno, pero no le importaba.

 Después de dos semanas adaptándose a desayunar, almorzar y cenar lo mismo (papilla al estilo de Ghana) ya no sentía deseos de escapar. Resultó que sus únicas necesidades eran un sustento de lo más básico y buenos amigos. Lo que desde fuera parecería un desastre supuso en realidad una epifanía de afirmación de la vida que jamás había experimentado. Lo peor no estaba tan mal. Para disfrutar de estar vivo no se necesitan chorradas estrambóticas, pero sí ser dueño de tu vida y darte cuenta de que la mayoría de las cosas no son tan serias como uno las hace parecer.

 Hoy, a los 48 años, Jean-Marc vive en una preciosa casa en Ontario, pero podría vivir sin ella. Tiene dinero en el banco, pero si cayera en la pobreza mañana no le importaría. Algunos de sus recuerdos más preciados consisten aún en nada más que amigos y gachas. Está volcado en crear momentos especiales para él mismo y su familia y no le preocupa lo más mínimo jubilarse. Ya ha vivido 20 años de jubilación parcial con una salud perfecta.

 No lo guardes todo para el final. Hay demasiadas razones para no hacerlo.


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