Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a
sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza;
ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Y aun cuando usted se hallara en una cárcel, cuyas paredes no dejasen trascender hasta sus sentidos ninguno de los
ruidos del mundo, ¿no le quedaría todavía su infancia, esa riqueza preciosa y regia, ese sitio íntimo que guarda los tesoros
del recuerdo? Vuelva su atención hacia ella. Intente hacer resurgir las inmersas sensaciones de ese vasto pasado. Así verá cómo
su personalidad se afirma, cómo se ensancha su soledad convirtiéndose en penumbrosa morada, mientras discurre muy lejos el
estrépito de los demás. Y si de este volverse hacia dentro, si de
este sumergirse en su propio mundo, brotan luego unos versos,
entonces ya no se le ocurrirá preguntar a nadie si son buenos.
Tampoco procurará que las revistas se interesen por sus trabajos.
Pues verá en ellos su más preciada y natural riqueza: trozo y voz
de su propia vida.
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