En los tiempos remotos, durante la creación de la tierra, hallábanse los dioses hindúes reunidos en asamblea para decidir un importante asunto. Estaban preocupados porque querían esconder el secreto de la felicidad para que los mortales no pudieran descubrirlo, pues querían conservarlo sólo para ellos. Shiva opinaba que debían guardarlo en lo más profundo de los océanos, pero Brahma, que había convocado la asamblea, le recordó que los mares podrían secarse. Sugirieron dejar su secreto en el fondo del volcán más tenebroso, pero otra vez Brahma se negó porque los volcanes también podrían apagarse. Devandiren, rey de los semidioses, propuso guardar el secreto en los cielos, pero tampoco fue escuchado ya que, dijeron los demás, algún día un mortal podría volar como un pájaro. Después de años enteros de discusiones, Brahma se pronunció y, muy solemnemente, les dijo a los demás dioses: «Ya he tomado una decisión. Vamos a guardar nuestro secreto en un lugar en el cual los mortales jamás buscarían». «¿Dónde, hijo mío?», le preguntó Paraxati, y Brahma, su hijo y esposo, le contestó: «Lo esconderemos dentro de ellos mismos».
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