La sensación de culpa puede añadir cierto morbo a vicios que, de otro modo, pasarían inadvertidos. Es indudable que hay quien se convierte al cristianismo en busca de las emociones que el mero placer ya no le puede ofrecer. Pensemos, por ejemplo, en Graham Greene, quien utilizaba como afrodisíaco la conciencia de pecado que adquirió al convertirse al catolicismo. La moral apenas ha hecho de nosotros mejores personas; sin embargo, indudablemente, ha enriquecido nuestros vicios. Los poscristianos se niegan a sí mismos los placeres de la culpa. Les ruboriza la idea de servirse de su conciencia intranquila para darle sabor a sus placeres más rancios. De ahí que estén notoriamente necesitados de joie de vivre. Entre quienes han sido cristianos en algún momento de sus vidas, el placer puede ser intenso únicamente cuando se entremezcla con la sensación de actuar de forma inmoral.
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