Marechal fue un hombre atormentado por el destino de su patria, como lo refleja en sus obras, y en esas tristes reflexiones en que critica a los que la ensucian o arrastran por el suelo, los que siempre la posponen a sus sórdidos bolsillos. Cuando alguien de un alma tan noble amonesta a la patria, lo hace porque conoce la posibilidad de su grandeza. Así lo hicieron, con un corazón desgarrado y sangrante, desde Hölderlin a Nietzsche, Dostoievski y Tolstoi. Y el maravilloso Pushkin que, luego de desternillarse de risa con las descripciones que su amigo Gogol le leía, termina exclamando con la voz quebrada por la amargura: “¡Dios mío, qué triste es Rusia!”. Del mismo modo, en un verso memorable, Leopoldo Marechal dice: “La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre”. Todavía me parece oírlo, con su voz suave, apenas un grave murmullo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario