miércoles, 14 de abril de 2021

  


Dedicado hasta su último aliento al estudio, Confucio murió a los setenta y tres años en el 479 a. C. Estaba convencido de su fracaso porque pese a sus muchos intentos y desvelos no había logrado cambiar el mundo en que vivía. Sin embargo, su gran reputación como maestro y hombre sabio habría de sobrevivirle y la filosofía de Confucio difundida por sus discípulos acabaría por ser una de las corrientes dominantes del pensamiento chino en el período de los Reinos Combatientes. Más tarde, durante la etapa imperial Han que puso fin a las luchas entre estados feudales que tanto habían entristecido y preocupado a Confucio, su legado filosófico se convirtió en la referencia cultural del mundo chino. Desde entonces y hasta nuestros días, Confucio y su obra forman parte indisoluble del imaginario cultural chino y aún hoy sorprenden a quienes encuentran en ellos ideas que resulta difícil creer que las formulara un hombre en el siglo VI a. C. Su revolucionaria confianza en el poder transformador de la educación y su visión radicalmente optimista de la capacidad humana para mejorar, convierten el pensamiento de Confucio en un legado de valor incalculable para todo el género humano. En la breve autobiografía que legó por medio de sus discípulos se condensa toda una forma de entender la vida que aún marca el camino para millones de personas: «A los quince años me dediqué de todo corazón al estudio. A los treinta años tenía opiniones formadas. A los cuarenta años ya no tenía incertidumbres. A los cincuenta años sabía cuál era la voluntad del cielo. A los sesenta años mis oídos sabían escuchar la verdad. A los setenta años puedo seguir los deseos de mi corazón sin dejar de hacer nunca lo que es bueno».


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