martes, 24 de diciembre de 2019

Gustavo Adolfo Bécquer


No son los muertos los que en dulce calma
la paz disfrutan de su tumba fria,
muertos son los que tienen muerta el alma
y viven todavia.
No son los muertos, no, los que reciben
rayos de luz en sus despojos yertos,
los que mueren con honra son los vivos,
los que viven sin honra son los muertos.
La vida no es la vida que vivimos,
la vida en el honor, es el recuerdo.
Por eso hay hombres que en el Mundo viven,
y hombres que viven en el Mundo muertos.

Mario Benedetti

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Con su ritual de acero
sus grandes chimeneas
sus sabios clandestinos
su canto de sirenas
sus cielos de neón
sus ventanas navideñas
su culto a dios padre
y de las charreteras
con sus llaves del reino
el norte es el que ordenapero aquí abajo abajo
el hambre disponible
recorre el fruto amargo
de lo que otros deciden
mientras que el tiempo pasa
y pasan los desfiles
y se hacen otras cosas
que el norte no prohíbe
con su esperanza dura
el sur también existe
con sus predicadores
sus gases que envenenan
su escuela de chicago
sus dueños de la tierra
con sus trapos de lujo
y su pobre osamenta
sus defensas gastadas
sus gastos de defensa
son su gesta invasora
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
cada uno en su escondite
hay hombres y mujeres
que saben a qué asirse
aprovechando el sol
y también los eclipses
apartando lo inútil
y usando lo que sirve
con su fe veterana
el sur también existe
con su corno francés
y su academia sueca
su salsa americana
y sus llaves inglesas
con todos sus misiles
y sus enciclopedias
su guerra de galaxias
y su saña opulenta
con todos sus laureles
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el sur también existe.

Miguel Hernández


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El sol, la rosa y el niño
flores de un día nacieron.
Los de cada día son
soles, flores, niños nuevos.
 
Mañana no seré yo:
otro será el verdadero.
Y no seré más allá
de quien quiera su recuerdo.
 
Flor de un día es lo más grande
al pie de lo más pequeño.
Flor de la luz el relámpago,
y flor del instante el tiempo.
 
Entre las flores te fuiste.
Entre las flores me quedo.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Pascal Mercier

Los encuentros entre los seres humanos —a menudo lo veo así— son como el cruzarse de trenes que pasan a toda velocidad en la profundidad de la noche. Son fugaces, apresuradas las miradas con las que intentamos ver a los otros, sentados detrás de los vidrios opacos a la luz crepuscular, que desaparecen de nuestra vista antes de que podamos distinguirlos. ¿Eran en verdad un hombre y una mujer los que pasaron como alucinaciones en el marco iluminado de una ventana que surgió de la nada, sin sentido y sin destino, como recortado en esa negrura deshabitada? ¿Se conocían? ¿Hablaban? ¿Reían? ¿Lloraban? Se dirá: lo mismo puede suceder cuando dos desconocidos se cruzan en la lluvia y el viento; esa comparación es posible. Pero pasamos muchas horas sentados frente a otros, comemos y trabajamos juntos, estamos acostados uno junto al otro, vivimos bajo un mismo techo. No son estos encuentros fugaces. Y sin embargo, todo aquello con que nos engañan la permanencia, la confianza y el conocimiento íntimo, ¿no es acaso más que una ilusión creada para tranquilizarnos, para cubrir, conjurar esa fugacidad inquietante, porque sería imposible tolerarla continuamente? Cada mirada del otro, cada intercambio de miradas, ¿no es como un brevísimo, fantasmagórico encuentro de miradas entre viajeros que se cruzan, ensordecidos por la velocidad impensable y el golpe del viento que hace temblar y resonar todo? ¿No se deslizan nuestras miradas sin detenerse sobre el otro, como en un veloz encuentro nocturno, dejándonos atrás sin otra cosa más que conjeturas, pensamientos fragmentarios, presuntas descripciones? ¿No es verdad acaso que no son los seres humanos quienes se encuentran; sino las sombras que proyectan sus propias representaciones?

Percy Shelley



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 Filosofía del amor

Las fuentes se unen con el río
y los ríos con el Océano.
Los vientos celestes se mezclan
por siempre con calma emoción.
Nada es singular en el mundo:
todo por una ley divina
se encuentra y funde en un espíritu.
¿Por qué no el mío con el tuyo?

Las montañas besan el Cielo,
las olas se engarzan una a otra.
¿Qué flor sería perdonada
si menospreciase a su hermano?
La luz del sol ciñe a la tierra
y la luna besa a los mares:
¿para qué esta dulce tarea
si luego tú ya no me besas?

Versión de Juan Abeleira

William Butler Yeats

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 Venid, mofémonos del grande
que tenía tantos pesos en su mente
y tanto trabajaba y hasta tan tarde
para dejar detrás un monumento
que no pensó en el viento que arrasaba.

Venid, mofémonos del sabio;
con tanto calendario
donde fijar los ojos fatigados,
nunca vio cómo corrían las estaciones
y ahora está boquiabierto ante el sol.

Venid, mofémonos del bueno
que imaginó a la bondad alegre
y que enfermo de su soledad
podría proclamar un día festivo:
pero el viento sopló y ¿dónde están ahora?

Y luego, mofémonos de quien se mofa,
que ni una mano movería
para ayudar al bueno, al sabio, al grande,
para cerrar el paso a la vil tormenta, pues nosotros
traficamos en mofas.

Pascal Mercier

Hay historias que los otros cuentan sobre nosotros; hay historias que contamos sobre nosotros mismos. ¿Cuáles se acercan más a la verdad? ¿Está acaso tan claro que son las propias? ¿Somos una autoridad sobre nosotros mismos? Aunque ésta no es, en verdad, la cuestión que me ocupa. La cuestión, en realidad, es: ¿hay acaso en estas historias diferencia entre verdadero y falso? Por cierto la hay en lo que dicen sobre nuestro aspecto exterior. ¿Pero cuando nos proponemos comprender al otro en su interior? Ese viaje, ¿llega alguna vez a su término? ¿Es el alma un espacio de hechos reales? ¿O lo que suponemos hechos reales no son más que las sombras engañosas de nuestras historias?

Pascal Mercier

"Era, sin duda, un joven lleno de orgullo, pero ese orgullo era tan desmedido, tan indomable, que uno dejaba de lado toda resistencia y lo contemplaba con asombro como una maravilla de la naturaleza, que obedecía sus propias leyes. Los que lo amaban lo veían como un diamante en bruto, una piedra preciosa sin pulir. Los que lo rechazaban se escandalizaban ante su falta de respeto, que podía ser dañina; ante su autosuficiencia muda pero evidente, como la de aquellos que poseen más rapidez, más claridad, más brillo que los otros, y lo saben. Veían en él al atrevido joven de la nobleza favorecido por el destino, colmado de dones: no sólo dinero, también talento, belleza y encanto, todo esto sumado a una melancolía irresistible que lo convertía en el favorito de las mujeres. Era injusto que uno hubiera recibido tanto más que los otros, no era equitativo y lo convertía en el blanco de la envidia y la mala voluntad de muchos. Y también había quienes se maravillaban secretamente. Nadie podía cerrar los ojos a la realidad de que era un joven a quien le había sido concedido el don de conmover al cielo.

Bertolt Brecht

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PENSANDO EN BERTOLT BRECHT
Tratar de que el mundo que dejamos sea más bueno, dices mientras escuchas desde tu cama de hospital el canto del mirlo de primavera. Brecht, autor dramático que recogiste las acciones de los hombres para iluminarlas. Brecht jugador que no supiste de treguas ni de trampas, ni perdonaste jamás a los santos propietarios, es difícil decir la verdad, gritarla bajo el cielo azul y tonto de los hombres que se explotan y se matan.
Cerca de la agonía dijiste que tu dolor era más leve al pensar que después otros hombres escucharían también el canto del mirlo en los balcones de las casas de los hombres pequeños ¿Qué haremos con tus mirlos, viejo autor, querido viejo, amigo de los explotados? Recuerdo —y va de anécdota como en tus obras— a un mi tío que al sentirse morir se levantó de su silla (estábamos en el corredor de una vieja casa azotada por el viento de los Altos de Jalsico), nos miró a todos, y sin decir palabra fue a esconderse en un rincón de la caballenza. Ahí esperó su muerte acurrucado bajo un pesebre. Aún no sé si su acto fue de humildad, de suprema elegancia, o de orgullo herido por la postrera y peor de las humillaciones.
En fin... era ya viejo y poco o nada había hecho para mejorar el mundo...
Divago... pienso en ti,en los mirlos que cantarán muy pronto...cuando la primavera...

Andre Malraux

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Reseña de Mario Vargas Llo

La condición humana está basada en una revolución real, que tuvo lugar en 1927, en Shangai, del Partido Comunista chino y su aliado, el Kuomintang, contra “Los Señores de la Guerra”, como se llamaba a los autócratas militares que gobernaban esa China descuartizada, en la que las potencias occidentales habían obtenido, por la fuerza o la corrupción, enclaves coloniales. Esta revolución fue dirigida por un enviado de Mao, Chou-En-Lai, en quien está inspirado, en parte, el personaje de Kyo. Pero, a diferencia de éste, Chou-En-Lai no murió cuando, luego de derrotar al gobierno militar, el Kuomintang de Chang Kai-Shek se volvió contra sus aliados comunistas y, como describe la novela, los reprimió con salvajismo; consiguió huir y reunirse con Mao, a quien acompañaría en la Gran Marcha y secundaría como lugarteniente el resto de su vida. condición humana es procomunista, sin la menor ambigüedad. No estalinista, sino, más bien, trotskista, pues la historia condena explícitamente las órdenes venidas de Moscú, e impuestas a los comunistas chinos por los burócratas de la Komintern, de entregar las armas a Chang Kai-Shek, en vez de esconderlas para defenderse cuando sus aliados del Kuomintang dejaran de serlo. No olvidemos que estos episodios suceden en China mientras en la URSS seguía arreciando el gran debate entre estalinistas y trotskistas (aunque ya había empezado el exterminio de éstos) sobre la revolución permanente o el comunismo en un solo país.  Mas una lectura ideológica o sólo política de la novela soslayaría lo principal: el mundo que crea de pies a cabeza, un mundo que debe mucho más a la imaginación y la fuerza convulsiva del relato que a los episodios históricos que le sirven de materia prima. Más que una novela, el lector asiste a una tragedia clásica, incrustada en el mundo moderno. Un grupo de hombres (y una sola mujer, May, que en el mundo esencialmente misógino de Malraux es apenas una silueta algo más insinuada que la de Valery y las cortesanas que hacen de telón de fondo), venidos de diversos horizontes, combaten contra un enemigo superior para —lo dice Kyo— “devolver la dignidad” a aquellos por quienes combaten: los miserables, los humillados, los explotados, los esclavos rurales e industriales. En esta lucha, a la vez que son derrotados y perecen, Kyo, Tchen, Katow, alcanzan una valencia moral más elevada, una grandeza que expresa, en su más alta instancia, “la condición humana”.

Opinión Aquileana:


La novela resume en forma breve, cortante y concisa caracteres sombríos de tinte existencialista en una atmósfera turbia, enmarañada de fábricas, bombas terroristas, muerte; aspectos fisonómicos que, sin embargo, no son óbice para que afloren  sentimientos tales como  la generosidad, la fraternidad y el heroísmo. Frases para la posteridad y un legado valiosísimo de Malraux, para retomar periódicamente y por siempre. La recomiendo, desde ya.-
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Frases de “La Condición Humana”:

“Todos sufren- pensó- , y cada uno sufre porque piensa. En el fondo, el espíritu del hombre no piensa más que en lo eterno, y la conciencia de la vida no puede ser más que angustia”. 
“Se necesitan nueve meses para hacer un hombre, y un solo día para matarlo”.
“Abandono y silencio. Cargadas con todos los ruidos de la mayor ciudad de China, las ondas zumbadoras se perdían allí, como en el fondo de un pozo,los sonidos procedentes de las profundidades de la tierra”.
“El mundo es como los caracteres de nuestra escritura. Lo que el signo es a la flor, la flor misma lo es  a alguna cosa. Todo es signo. Ir del signo a la cosa significada es profundizar el mundo, es ir hacia Dios”.
“La función de la inteligencia no consiste en prescindir de las cosas. La inteligencia es la posesión de los medios para dominar a las cosas o a los hombres”.
“Soy también ese cuerpo que usted quiera que sea solamente. Su presencia me aproxima a mi cuerpo con disgusto, como la primavera me aproxima a él con júbilo”·
“El maestro dice que si supiera que va a morir, cree que pintaría mejor, pero no de otro modo”.
“Siempre había pensado que es bueno para uno morir de su muerte, de una muerte que se asemeje a su vida. Y que morir es pasividad, pero matarse es acción”
“Avanzaban en silencio entre los muros, que el cielo amarillento y cargado de bruma tornaba pálidos, en una soledad miserable, acribillada de detritus y de hilos telegráficos”.
“La vida futura vibraba tras todo aquel silencio”.
“En el camino de la venganza se encuentra la vida”.
“Aunque haya vivido dos horas como un hombre rico, la riqueza no existe… Entonces la pobreza no existe tampoco. Que es lo esencial. Nada existe: todo es un sueño”
“Cuantos más heridos hay, cuanto más se aproxima la insurrección, más se copula”.
“Su gesto y la expresión violenta de su rostro se compaginaban mal con aquella indiferencia. Ella lo contemplaba, extenuada, con los pómulos acentuados por la luz vertical. También él contemplaba sus ojos sin mirada, sumidos en la sombra, y no decía nada”.
“La tarde de la guerra se perdía en la noche.  Al ras del suelo se encendían las luces, y el río invisible llamaba hacia sí como siempre, la poca vida que quedaba en la ciudad”.
“Entregarse, para una mujer, y poseer, para un hombre, son los dos únicos medios de que los seres puedan comprenderlo todo, sea lo que sea”.
 https://aquileana.wordpress.com/2008/02/19/andre-malraux-la-condicion-humana-la-condition-humanine/

Percey Shelley



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 ¡Tierra, Océano, Aire, amada hermandad!
Si nuestra gran Madre ha impregnado mi voluntad
Con algo de piedad para sentir su amor,
Y recompensa con el mío su favor,
Si la mañana rociada, y el mediodía fragante, y más aún,
El crepúsculo y sus magníficos ministros,
Y el cosquilleo de la medianoche solemne y silenciosa;
Si el aullido del Otoño que suspira en la madera,
Y el traje del invierno se corona con la pureza
Del hielo estrellado sobre la hierba cana y las ramas desnudas;
Si el jadeo voluptuoso de la Primavera cuando respira
Sus primeros besos dulces, -tan caros para a mí-;
Si ningún pájaro brillante, insecto, o bestia apacible
Deliberadamente he perjudicado, y, en cambio, he visto
En ellos a mi propia raza; entonces, perdonad
Esta jactancia, queridos hermanos,
y conservad para mi una porción de vuestros favores.

Bertolt Brecht

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 Dice Prechtl que Brecht fue, desde muy joven, un rebelde por naturaleza, un soñador. Yo lo veo, además, como un hábil, talentoso y astuto hombre de teatro que entregó su mensaje humanístico a través de sus diálogos, sus canciones y sus apartes que interrumpían con gran sagacidad el desarrollo dramático. En el apéndice de Un hombre es un hombre, está muy clara esa intención cuando el soldado Polly se coloca en el proscenio y dice: "Para que puedan realmente apreciar la calidad de nuestro arte dramático, deben fumar desesperadamente. Los actores que aquí estamos somos los mejores del mundo, las bebidas alcohólicas cien por ciento auténticas y las sillas comodísimas. En el bar podrán hacer conjeturas sobre la obra cuando el telón caiga. Se les ruega no disparar contra el pianista. El pobre está dando lo mejor que tiene. El que no entienda la trama, no intente romperse la cabeza, ya que es incomprensible. Si quieren ver alguna cosa que tenga sentido vayan al mingitorio. En todo caso no se devolverá el dinero de los boletos." Y termina diciendo: "Un actor debe ser capaz de hacerlo todo."

Bertolt Brecht

Sofía: Ni siquiera sabes como me llamo. Me llamo Sofía Borger.Baal: Olvida tu nombre [la abraza], ahora perteneces al viento.

Bertolt Brecht



Quiso ser médico, pero le ganó la risa y se convirtió en un poeta vagabundo. Sobre su cabeza, como sobre la de todos los jóvenes de su generación cayó, como una piedra contundente, el fracaso de la primera guerra mundial y sus consecuencias presentes en la miseria del pueblo, la indignante riqueza de unos cuántos y la absoluta falta de rumbo del país y, especialmente, de una generación que buscaba una salida. Brecht recorrió los caminos del expresionismo, anduvo por los terrenos del dadaísmo y, poco a poco, fue encontrando su propia manera de acercarse al teatro, al ensayo y a la poesía. Siempre mantuvo su posición crítica y defendió su autonomía y su noción del teatro épico al servicio de los humillados y ofendidos de este mundo nuestro.


Anne Sexton




Con Anne Sexton siempre se empieza por el final. No es fácil librarse del ritual de muerte que la poeta interpretó el 4 de octubre de 1974, cuando se puso el abrigo de piel que había heredado de su madre, se bebió dos vodkas y con un tercero en la mano entró en el garaje de su casa, encendió el motor y la radio de su Cougar rojo y se quitó la vida. Poco importaba su enorme talento, su fama, su belleza, el éxito de su obra en el ámbito literario y académico. Tampoco sus dos hijas. Años antes le había reprochado a su amiga Sylvia Plath (ambas habían coincidido en un taller de poesía de Robert Lowell, donde los versos fluyeron tanto como los martinis) que le hubiese robado la gran idea. “¡Ladrona!”, escribió Sexton. “¿Cómo te has metido dentro, / te has metido abajo sola / en la muerte a la que deseé tanto y tanto tiempo?”.


elpais.com/cultura/2013/03/31/actualidad/1364754669_845525.html

Silvia Plath

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"Vi mi vida extendiendo sus ramas frente a mí como la higuera verde del cuento.De la punta de cada rama, como si de un grueso higo morado se tratara, pendía un maravilloso futuro, señalado y rutilante. Un higo era un marido y un hogar feliz e hijos y otro higo era un famoso poeta, y otro higo era un brillante profesor, y otro higo era E Ge, la extraordinaria editora, y otro higo era Europa y África y Sudamérica y otro higo era Constantino y Sócrates y Atila y un montón de otros amantes con nombres raros y profesiones poco usuales, y otro higo era una campeona de equipo olímpico de atletismo, y más allá y por encima de aquellos higos había muchos más higos que no podía identificar claramente.Me vi a mí misma sentada en la bifurcación de ese árbol de higos, muriéndome de hambre sólo porque no podía decidir cuál de los higos escoger. Quería todos y cada uno de ellos, pero elegir uno significaba perder el resto, y, mientras yo estaba allí sentada, incapaz de decidirme, los higos empezaron a arrugarse y a tornarse negros y, uno por uno, cayeron al suelo, a mis pies."

Philip K Dick

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Philip K. Dick. El visionario que dudó de la realidad

«Estoy seguro de que no me creen, y de que tampoco creen que creo en lo que afirmo. Son libres de creerme o no, pero al menos crean esto: no estoy bromeando. Se trata de algo muy serio, algo muy


«Estoy seguro de que no me creen, y de que tampoco creen que creo en lo que afirmo. Son libres de creerme o no, pero al menos crean esto: no estoy bromeando. Se trata de algo muy serio, algo muy importante. Tienen que pensar que, para mí también, el hecho de declarar algo así es una cosa terrible. Muchas personas aseguran recordar sus vidas anteriores. Yo, por mi parte, afirmo que puedo recordar una vida presente distinta. No conozco a nadie que haya hecho declaraciones como ésta, pero sospecho que mi experiencia no es única. Quizá lo sea el deseo de hablar de ella». La parrafada forma parte del discurso que Philip K. Dick leyó en una convención de ciencia ficción celebrada en Metz, Francia, en septiembre de 1977. El título elegido: «Si creen que este mundo es malo, deberían ver alguno de los otros». El público -progres del 68 que esperaban al Dick paranoico, drogata e incorregible de siempre- se quedó mudo cuando, al final de la conferencia, el escritor reconoció haber sido «una variable reprogramada en uno de esos insidiosos cambios de realidad que conforman la trama del Universo», y que había entrado directamente en contacto con el Programador. Es decir, con Dios. De hecho, Dick se consideraba «un peón de Dios».
Al bajar del estrado, la gente lo miró con estupor: el tipo no sólo estaba como un cencerro sino que, además... ¡se había vuelto beato! La anécdota, contada por Emmanuel Carr_re en la biografía «Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos», ofrece una pista sobre la personalidad de este iluminado que siempre dudó de la realidad, que veía visiones (de Jesucristo y la antigua Roma) y experimentaba contactos con una entidad divina. Philip K. Dick se convirtió en un apóstol del LSD, un gurú de la contracultura. Sus obras, marcadas por la duda existencial, fueron la «biblia psicodélica» de toda una generación. No están habitadas por héroes galácticos, sino por personas corrientes que descubren que sus familiares y amigos, o incluso ellos mismos, son alienígenas, robots o espías sometidos a lavados de cerebro.
Chicago, 16 de diciembre de 1928. Dorothy Kindred Dick dio a luz a una pareja de mellizos prematuros. Los llamaron Philip y Jane. La poca leche que la madre podía ofrecer a los bebés, la ignorancia y la falta de asesoramiento médico provocó que la niña muriera un mes y pico después. La enterraron en Fort Morgan, Colorado, de donde era originaria la familia paterna. Junto a su nombre, en la lápida, grabaron el de su hermano, con la fecha de nacimiento, un guión y un espacio en blanco. Después, los Dick partieron rumbo a California.
Allí Philip residió la mayor parte de su vida. Escritor precoz, empezó a dedicarse a esta tarea profesionalmente en 1952. En los años 60 se echó en los brazos de la droga, un romance que puso bajo sospecha sus célebres «visiones».
El imperio nunca dejó de existir
En 1962 ganó el premio Hugo por «El hombre en el castillo», probablemente su mejor obra, una ucronía que sitúa la trama en Estados Unidos 15 años después de que las fuerzas del Eje derrotaran a los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Hitler queda incapacitado por sífilis cerebral, por lo que el canciller Martin Bormann asume el mando. Los nazis crean su propio imperio colonial, causando genocidios masivos de judíos y negros. También inician la carrera espacial, desarrollan la bomba atómica y la de hidrógeno... y montan una guerra fría con Japón, la otra potencia. Una historia alternativa.
A Dick le extrajeron una muela del juicio en febrero de 1974. El mundo era un dolor atroz que le latía en la mandíbula apenas suturada. Su mujer telefoneó al dentista, que prescribió un analgésico, y luego a la farmacia (era impensable abandonar al enfermo aunque fuera un minuto). Media hora después, una chica con uniforme blanco llamó a la puerta. Llevaba un paquete con el medicamento y un colgante de oro que representaba un pez. «¿Qué es eso?», preguntó el escritor, hipnotizado. «Un símbolo de los primeros cristianos», contestó ella. Dick tuvo una revelación. «El imperio nunca dejó de existir». La chica, como él, era una cristiana clandestina. La habían enviado para que se lo comunicara, portando un emblema que desatara sus recuerdos. Pero... ¿no estamos en 1974, en California? No. Phil se había unido al ejército de los Avisados: estamos en Roma, en el año 70 después de Cristo...
¿Locura? ¿Escapismo? «Creo que incluso en la novela fantástica más imaginativa el escritor siempre habla de nuestra humanidad», comenta Henri Loevenbruck, autor de «La loba y la niña» (Timun Mas), que reconoce la influencia de Dick en su obra. «La acción puede situarse en el futuro o en el pasado, incluso en un mundo imaginario, pero, de hecho, tratamos con algo que no tiene época, que va más allá del tiempo: nuestra especificidad como especie. Las buenas historias como las de Dick nunca envejecen, porque tratan sobre cuestiones universales que nos conciernen a todos. ¿Qué es lo real?, ¿cuál es mi lugar en esta realidad?, ¿qué es lo que me hace humano? Mis novelas son, para mí, un modo de encontrar los hilos invisibles que mantienen unidos a los hombres. Los libros permiten sentirnos menos solos en nuestro camino del nacimiento a la muerte».
Treinta y seis novelas y cinco colecciones de relatos después, el final de ese viaje llegó para Phil en 1982. Infarto cerebral. En el hospital, el encefalograma se convirtió en una línea recta que recorrió la pantalla durante cinco días. Lo desconectaron el 2 de marzo. Su padre, Edgar, muy anciano, llevó el cuerpo hasta Fort Morgan, donde un lugar lo aguardaba desde hacía 53 años. Sólo hubo que grabar la fecha de su muerte en la lápida.
 http://www.abc.es/hemeroteca/historico-01-04-2007/abc/Domingos/philip-k-dick-el-visionario-que-dudo-de-la-realidad_1632309198243.html#

Pascal Mercier

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“No quisiera vivir en un mundo sin catedrales. Necesito su belleza y su carácter sublime. Las necesito frente a la ordinariez del mundo. Quiero mirar a través de los resplandecientes vitrales y dejarme obnubilar por esos colores no terrenales... Pero existe también otro mundo en el que no quiero vivir: el mundo en el que se nos exige mostrar amor a los tiranos, a los pederastas y asesinos, no importa que los pasos brutales de sus botas resuenen en las calles con un eco ensordecedor, ni que ellos, con silencio felino, como sombras cobardes, desfilen por las calles clavando en el corazón de sus víctimas las relucientes hojas del acero”