martes, 16 de diciembre de 2025

 

El primer reflejo: cuando el ser humano se vio en la piedra negra

Antes de que existiera el vidrio, antes de que alguien imaginara una superficie lisa que devolviera fielmente un rostro, hubo un instante primitivo, casi sagrado: un ser humano inclinándose sobre una piedra negra, una lámina de obsidiana pulida, y descubriendo que la sombra tenía forma de él.

No era un reflejo nítido. Era algo más inquietante.

La obsidiana no te muestra: te insinúa.
Allí, donde el volcán dejó su memoria congelada, el hombre solo veía un contorno oscuro, un brillo tenue que parecía moverse con vida propia. No se distinguían las pupilas ni los poros de la piel: solo un fantasma que imitaba tus gestos un segundo después, como si dudara.

Aquel primer espejo no fue un objeto cotidiano. Fue un umbral.
No servía para peinarse: servía para preguntarse.

La humanidad todavía no se pensaba como “individuo”. Era parte del clan, de la tierra, del ciclo del sol. Y sin embargo, en la superficie pulida de la piedra —esa noche sólida— apareció una sospecha: hay algo que soy, algo separado del mundo, algo que se parece a mí pero no es el mundo ni es mi sombra.

Los antropólogos dicen que esos espejos de obsidiana, hallados en Çatalhöyük hace más de 8,000 años, tenían un uso ritual. No sorprende. Ver tu reflejo por primera vez debió sentirse como tocar un misterio. Tal vez creían que la piedra contenía espíritus que devolvían tu imagen, o que mirar demasiado tiempo revelaba tu destino. Tal vez pensaban que quien se veía en la obsidiana dejaba un pedazo de su alma allí, suspendida en la negrura brillante.

Pero hay algo más profundo:
por primera vez, el ser humano contempló un rostro externo que lo imitaba.
Por primera vez se enfrentó a su propia presencia.

Aquel reflejo borroso fue el germen del “yo”.

El ser humano, al verse en esa piedra, debió sentir algo parecido a una pregunta que aún hoy nos persigue:
¿Quién es ese que me mira, desde dentro de la oscuridad?

Ese día, sin saberlo, la humanidad dio un paso hacia la introspección, hacia la conciencia, hacia el espejo interior que seguimos puliendo desde entonces. Así nació, en una roca volcánica, la primera forma del alma reflejada.

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