Dicen que el tiempo hace madurar al hombre. Yo no lo creo. El tiempo hace al hombre más temeroso, y el miedo lo vuelve conciliador, y al ser conciliador se afana en aparecer ante los demás de forma que lo crean maduro. Y con el miedo viene la necesidad de afecto, de algo de calor humano con que protegerse del frío del universo. Cuando hablo de miedo, no me refiero sencillamente, ni en especial, al miedo personal: el miedo a la muerte, a la decrepitud, a la penuria o cualquier otra desgracia meramente mundana. Pienso en un miedo más metafísico, un miedo que penetra en el alma a través de la experiencia de los peores males a los que nos somete la vida: la traición de los amigos, la muerte de aquellos a quienes amamos, el descubrimiento de la crueldad que se agazapa en el común de las gentes.
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