miércoles, 7 de agosto de 2024


La muerte, ¿entiendes, colega?... pero ¿qué muerte? ¿Esa de la que se habla, la muerte dulce que viene durante el sueño, o la otra, la m uerte y sanseacabó?
Durante un periodo de mi vida, a los seis o siete años, tenía cada noche la misma pesadilla: veía a una señora vestida de ne­ gro que se acercaba a mi cama. Yo tenía mucho miedo. Entonces me despertaba, y ya no quería volver a dormirme. Una noche mi hermano me prestó su fusil de aire comprimido, diciéndome que si volvía a aparecer sólo tenía que dispararle. Ella nunca re­ gresó. Pero lo que más me asombra, lo recuerdo bien, es que el fusil (real) ni siquiera estaba cargado.
Esta historia se desarrolla en dos partes. Del lado izquierdo del escenario —la parte del significado— está mi tía Emilia (la hermana de mi padre): con su nombre fúnebre, sus ropas ne­ gras, su manía de entrometerse en todo... Del lado derecho —la parte del significante— se encuentra el armario, el armario con espejo que estaba enfrente de mi cama, en casa de mis padres. 
¡Sí, sí! El arma desarmada, el armario, la dama del sudario, las armas de mi yo precario, la señora-negro-de-misa, la artemisa, la miseria de los años treinta, mi padre, que había fracasado en su intento de criar conejos de angora con la ayuda de la tía Emilia: 
con la crisis y después de tener que malvender el negocio ¡acaba­ mos comiéndonos los conejos! Papá estaba al borde del suicidio, pero pensó en sus hijos...
La muerte, el espejo. Yo, que estoy allí, pero que también podría no estar. Yo, todo sí. Yo, todo no. Yo, todo o nada.

 Guattari

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