sábado, 15 de junio de 2024

 Rilke tiene razón cuando, en sus Cartas a una joven poeta, observa que la pareja no es el final de la soledad: es más bien el encuentro y la convivencia de «dos soledades que se protegen, se delimitan y se cumplimentan una a otra». No es menos amor, es más amor, insisto, y con frecuencia es más libertad verdadera. No idealicemos a las parejas, pero no idealicemos tampoco la soltería, ni la vida sexual de los solteros, que no siempre es tan satisfactoria, y muchos de nosotros lo sabemos... Lo que yo sé sobre ello me recuerda una bella frase de René Char, en su Lettera amorosa: «Cuán pronto se vería privado el ambicioso que permaneciera incrédulo ante la mujer [o ante el hombre, o ante la pareja], como el abejón que afronta su habilidad cada vez menos espaciosa». De hecho, conozco más solteros que sueñan con vivir en pareja que miembros de una pareja que sueñan con estar solteros. Unos y otros bien saben que vivir juntos, cuando se está enamorado, y por difícil que resulte por momentos, es mejor que vivir solo: porque supone más placer, casi siempre, y a la vez más ternura y erotismo, más amor y humor, dulzura y alegría, más confianza, más compartir, más intercambio, intimidad, sensualidad, verdad... «Pareja que afronta el riesgo», afirma también René Char. Pero sería un riesgo mayor, creo yo, negarse a asumir aquellos riesgos, deleitables y exigentes, de la vida a dos.   

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