La idea de que los pobres deberían tener ocio y unas vacaciones de trabajo siempre ha sido impactante para los ricos. A principios del siglo XIX, quince horas era el día normal de trabajo para un hombre; los niños a veces hacían lo mismo, y muy comúnmente hacían doce horas al día. Cuando los entrometidos sugirieron que tal vez estas horas eran bastante largas, se les dijo que el trabajo impedía a los adultos beber y a los niños hacer travesuras. Cuando era niño, poco después de que los trabajadores urbanos adquirieran el voto, ciertos días festivos fueron establecidos por la ley, para la gran indignación de las clases altas. Recuerdo haber oído a una vieja duquesa decir: '¿Qué quieren los pobres con las vacaciones? Deberían trabajar. 'La gente hoy en día es menos franca, pero el sentimiento persiste y es la fuente de gran parte de nuestra confusión económica.
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