jueves, 14 de marzo de 2024

  En 2009 hubo un golpe de Estado en Honduras, el primero de los consentidos por la administración Obama. La razón principal del golpe que derrocó al presidente constitucional Mel Zelaya fue su intención de subir el salario mínimo y su acercamiento al ALBA (organización supranacional impulsada por Venezuela). Democracia contra competitividad. Ganó la competitividad. Por supuesto, envuelta en la defensa de la democracia. Después vendrían Libia, Siria, Egipto. Obama nunca cerró Guantánamo, pero encarceló al soldado Manning y obligó a Snowden y a Assange a pedir asilo fuera de Estados Unidos. La estatua de la Libertad sigue saludando a quien llega a Nueva York. El presidente Obama sigue siendo premio Nobel de la Paz.

El fascismo social: una forma elegante de marchar al paso de la oca

    El resultado de estas políticas desembocó en lo que Santos ha llamado «fascismo social»: «No se trata de un regreso al fascismo de los años treinta y cuarenta. No se trata, como entonces, de un régimen político sino de un régimen social y de civilización. El fascismo social no sacrifica la democracia ante las exigencias del capitalismo sino que la fomenta hasta el punto en que ya no resulta necesario, ni siquiera conveniente, sacrificarla para promover el capitalismo. Se trata, por lo tanto, de un fascismo pluralista y, por ello, de una nueva forma de fascismo».

    Podemos entender que los fascismos sociales han terminado por convertirse, al menos para una parte importante de la ciudadanía, en sentido común. Son el fascismo del apartheid social: asumir que hay gente que está fuera de los derechos de ciudadanía, sean marginales, madres solteras, inmigrantes, toxicómanos, pobres; el fascismo del Estado paralelo, que asume que el Estado tiene un comportamiento diferente —por ejemplo las fiscalías o las oficinas antifraude— según se trate de unos ciudadanos o de otros; el fascismo paraestatal, el que privatiza ámbitos importantes de la vida social y deja que en algunos ámbitos sociales operen otros grupos de poder como mafias, estructuras de corrupción, paramilitares, etc.; el fascismo territorial, que trata de manera diferente las zonas de un mismo país, declarando en algunas, de manera formal o informal, estados de excepción, persecuciones ciudadanas, redadas policiales, etc.; el fascismo populista, que construye enormes bolsas de exclusión al tiempo que hace un discurso xenófobo, nacionalista y de justificación de las desigualdades; el fascismo de la inseguridad, el que genera enormes bolsas de inquietud, de imposibilidad de previsión social, de violencia latente, de amenaza y de miedo que detiene el clima democrático y alienta la misma violencia con la que paraliza; y el fascismo financiero, el más virulento y que puede excluir, aniquilar y olvidar a países enteros bajo los inclementes cañones de los mercados, las deudas y las obligaciones financieras.

Juan Carlos Monedero

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